Así era Gilá, el pastor marroquí que cavó su tumba buscando ElDorado en Zamora
Buscó oro durante años en secreto. Este martes se encontró su cadáver en uno de los agujeros.
17 agosto, 2016 01:01Noticias relacionadas
A la ermita de Cristo de Valderrey la rodea el paisaje de un páramo pajizo, castellano. Es un lugar adusto, principalmente formado por una llanura amarilla que se dobla en unas pocas colinas salpicadas de algunos árboles. Ellos son los que le ponen a todo una nota de color verde. Se trata de una región solitaria a la que tan solo se recurre cuando llega el segundo domingo de Pascua. Allí tiene lugar la romería del Cristo de Valderrey, ceremonia a la que los zamoranos se entregan cada año. El resto del año, el paisaje calla. En una región en la que el pastoreo y el campo se convierten en el principal modo de vida, proliferan las amplias propiedades rurales, los latifundios en manos de empresarios locales. Un lugar tranquilo en el que nada se sale de la normalidad.
Cuando caía el sol, durante los últimos cuatro años, al silencio de la región se sumaba el ruido de una pala. Un hombre cavaba cada noche un agujero, entregado de forma irracional a una búsqueda obstinada, quién sabe si inútil. Con unos pocos utensilios y la ayuda de un amigo cercano, Gilá tenía lo necesario para que nada le frenase en su empeño. No era para menos. Le habían dicho que allí había un tesoro.
Hacía cuatro años que Gilá trabajaba en la zona como pastor. Su jefe, el dueño de la finca, le dijo que cerca de donde estaban encerradas las ovejas, había un tesoro enterrado bajo tierra. Aquello, quién sabe si dicho a la ligera, se convirtió en el leitmotiv del pastor marroquí de 38 años. Desde entonces se obcecó en la búsqueda de aquel supuesto dorado, en el que, según le contó su jefe, incluso podría haber oro enterrado. Sin utilizar ninguna tecnología que las soluciones que él iba encontrando, Gilá empezó sus pesquisas.
La búsqueda de el dorado
El hombre vino de Marruecos hace siete años. Allí permanece su familia, a la que seguía visitando cada cierto tiempo. Vivía con Albano, un amigo portugués. Ambos compartían piso desde hace tres años en Roales, un pequeño municipio de 848 habitantes ocho kilómetros al norte de Zamora. Además de irse a vivir con Gilá, Albano se convirtió en su principal aliado a la hora de la búsqueda de su particular dorado en la ladera perdida de la ermita de Valderrey.
Atacados por una especie de fiebre del oro zamorano, ambos cavaron cerca de las ruinas de una antigua casa un agujero tras otro, cada uno de ellos de unos sesenta centímetros de diámetro y ocho o nueve metros de profundidad. Con calderos subidos a la superficies por poleas, iban sacando la tierra de los agujeros. Construyeron unas pequeñas escaleras para acceder al interior de los túneles. El endeble e inestable terreno les llevó a buscar soluciones caseras para sostener las paredes de los túneles. Por ello, los neumáticos se convirtieron en sus principales aliados para apuntalar las entradas a los distintos pozos en los que había ido introduciéndose. Noche tras noche, los dos amigos acudían al lugar con sendas linternas que les permitían continuar con su exploración.
Los meses pasaban y, un túnel tras otro, la galería subterránea de la ermita de Valderrey iba creciendo. Pero nunca tuvieron éxito. El tesoro no aparecía. La búsqueda no daba sus frutos, parecía inútil. Aun así, ninguno de los dos cegó en su empeño ni tampoco se lo contaron nunca a nadie de la familia ni del vecindario. Todo el mundo en Roales y en Zamora permanecía ajeno a la empresa aurífera que ambos habían emprendido. Nadie sospechaba nada.
La desaparición de Gilá
El domingo pasado fue el último día que Albano vio a su amigo Gilá. El lunes por la mañana, el portugués se acercó a las inmediaciones de la ermita, el lugar que ambos habían perforado. Su amigo no estaba, pero sí su cartera, su ropa, sus zapatos y su teléfono móvil. Al punto, escuchó unos leves gemidos que le parecieron que provenían de dentro de uno de los hoyos. Inmediatamente, el hombre dio la voz de alarma a la policía de la desaparición de su compañero. Albano se temió lo peor al ver sus objetos personales en la entrada de una de las galerías.
Bomberos, policía local y municipal se desplazaron a la zona para emprender las labores de búsqueda. Empleando una excavadora iniciaron el propio lunes el dispositivo de búsqueda hasta bien entrada la noche. Al llegar al terreno, y después de analizar las condiciones de la zona, los operarios decidieron acceder directamente a la parte más honda de la excavación, moviendo la tierra de la pendiente para encontrar el cadáver. Caía la noche y el hombre que buscó su particular dorado zamorano no aparecía.
Al día siguiente, una segunda excavadora se sumó a los efectivos de búsqueda. 24 horas después de la llamada de Albano, los bomberos y la policía avistaron el cuerpo de Gilá. El sueño de los dos amigos se volvía realidad. No había oro, ni tesoro, ni nada que se le pareciese. A las cuatro de la tarde aparecía un cadáver sepultado debajo de toneladas y toneladas de tierra.
Según las autoridades, el anhelo de encontrar el oro perdido de Zamora le llevó a introducirse más de lo conveniente en las profundidades de la tierra. El pastor descendió bajo la superficie hasta el punto de perder el conocimiento por falta de oxígeno. Todo apunta a que falleció por narcotización, con suavidad y placidez. Es lo que se conoce como la “muerte dulce”. Gilá llegó a un lugar en el que el porcentaje de oxígeno era tan solo del 18%. Su búsqueda dorada le adormeció hasta la muerte.