Algunas de las revelaciones más llamativas del libro El hijo de todos. Vida y asesinato del mártir que venció a ETA, sobre la figura de Miguel Ángel Blanco y escrito por el director adjunto de EL ESPAÑOL Miguel Ángel Mellado, se refieren a aspectos íntimos de la vida carcelaria de los asesinos, Francisco José García Gaztelu, alias Txapote, e Irantzu Gallastegui Sodupe, alias Amaia. Revelaciones tan llamativas como inquietantes y perturbadoras para las víctimas de estos etarras.
Txapote y Amaia, condenados a 50 años de prisión por el asesinato de Blanco, han tenido dos hijos durante su estancia en cárceles francesas y españolas. En la actualidad, están internos en la prisión de Huelva. Niño y niña, ambos nacieron en Madrid.
Precisamente Miguel Ángel Blanco, asesinado a los 29 años, también deseaba tener la pareja, según se recoge en El hijo de todos. El primero de los hijos de Txapote y Amaia, el varón, nació en Hospital Universitario de Getafe el 12 de septiembre de 2002; la segunda, en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid el 27 de marzo de 2007.
Estos datos inéditos aparecen en la primera biografía sobre Blanco que este miércoles, 7 de septiembre, presentan en el Ateneo de Madrid el ex ministro del Interior Jaime Mayor Oreja y el alcalde de Ermua, Carlos Totorica.
La hija de Txapote y Amaia nació en 2007, exactamente nueve meses después del juicio de los asesinos de Miguel Ángel Blanco celebrado en la Audiencia Nacional en junio de 2006. El año 2007 fue motivo de felicidad para los asesinos por el natalicio de la niña y de tristeza para la familia Blanco Garrido. Al cumplirse el décimo aniversario de la muerte del concejal de Ermua, se procedió al traslado de sus restos desde el pueblo vizcaíno hasta el cementerio orensano de Faramontaos.
En el texto siguiente, extraído del libro editado por La Esfera de los Libros y puesto a la venta ayer, el autor describe la incansable actividad de Amaia para conseguir la aplicación escrupulosa del Reglamento de la Ley Penitenciaria y así poder tener encuentros “vis a vis” con su pareja, Txapote. En 2006 formalizaron su situación de pareja de hecho, tal y como certificó el gobierno vasco. Según este reglamento, todo preso con pareja podrá tener relaciones íntimas cada mes o mes y medio, entre una hora y media y tres en cada encuentro.)
"Vis a vis" en la cárcel
Si alguien pretendiera hacer un relato épico y romántico de Amaia y Txapote inspirado en la historia de Bonnie and Clyde, se quedaría corto en todo. Los gánsters americanos mataron, como mucho, a una decena de policías y civiles en su frenesí bandolero, e hirieron de bala a unas 50 personas. Nada comparado con las decenas de entierros causados por la pareja vasca. Bonnie and Clyde robaban para vivir del cuento, a veces con consecuencias mortales, mientras Amaia (Irantzu Gallastegui y Gaztelu) y Txapote (Francisco Javier García Gaztelu) acabaron viviendo para robar vidas.
¡Robar vidas! William Munny, el protagonista de la película Sin Perdón, interpretada por Clint Eastwood, explica mejor que nadie el significado preciso de un asesinato y sus consecuencias: “Cuando matas a una persona, no sólo le quitas todo lo que tiene; también le robas lo que podría tener”. (...)
Txapote y Amaia no murieron, como les sucedió a Clyde y Bonnie en una carretera secundaria de Luisiana, acribillados en una emboscada por seis policías en mayo de 1934. Bonnie no llegó a tener hijos frente a los dos que ha parido Amaia. La ex camarera americana estaba profundamente enamorada de su compañero bandolero, al que dedicó unos bellos versos convertidos en epitafio para su tumba en Dallas: “Así como las flores son endulzadas por el sol y el rocío, este viejo mundo es más brillante por las vidas de gente como tú”.
No se le conoce a Amaia Gallastegui tal capacidad poética. La compañera de Clyde jamás disparó un arma mientras la de Txapote tenía gran dominio de la pistola: en diciembre de 1997, seis meses después de la muerte de Blanco, intentó asesinar en San Sebastián a la concejala del PP Elena Azpíroz, quien salvó su vida al reaccionar a tiempo. Su guardaespaldas se llevó la peor parte: recibió un disparo en la cara y perdió un ojo. Dominaba, pues, maneras diferentes en el arte de matar, con pistola, con bomba, con la mirada… No como cuenta la leyenda sobre Bonnie. (...)
Txapote y Amaia han dejado su huella en las numerosas prisiones por las que han pasado en estos 10 últimos años: Madrid, Pontevedra, La Coruña, Almería, Cádiz, Huelva… La Dirección General de Prisiones los tiene catalogados como reclusos conflictivos y rebeldes, duros entre los duros. En este tiempo la pareja ha viajado mucho por la península, con parada en Madrid, donde han sido enjuiciados por numerosos asesinatos.
Sobre todo, él. Por sistema, se niegan a rellenar cualquier tipo de instancia en la cárcel. Exponen, siempre que pueden, que la democracia española es la farsa del país invasor que sojuzga al pueblo vasco. (...)
Durante todos estos años, ETA y sus palmeros políticos no han reconocido el ordenamiento jurídico español al considerar sus leyes propias de un Estado opresor, y a sus jueces, títeres del enemigo. Pero el desprecio por las leyes tiene sus límites. Depende. Todo depende. La pareja Gaztelu-Gallastegui ha sido especialmente activa en la exigencia del cumplimiento de algunos artículos de la Ley Orgánica General Penitenciaria y del Reglamento Penitenciario. Especialmente, la observancia de aquellos artículos que aseguran las comunicaciones íntimas, familiares y de convivencia entre los presos.
En esto, ella ha sido especialmente activa. Bonnie escribía versos y Amaia, peticiones, quejas y denuncias.
“Asunto: Peticiones y quejas. 0000475/2005 0001. Interno: Irantzu Gallastegui Sodupe. Abogado: Iñaki Goioagallano. Centro Penitenciario (CP): Ávila. Hechos: Se ha recibido en este juzgado escrito del interno formulando petición de poder acogerse al régimen especial de comunicaciones…. Razonamientos Jurídicos: Segundo.- En el presente caso, examinado el expediente y visto el informe del C.P., debe señalarse que, como se ha indicado en anteriores resoluciones de este juzgado…” La reclamación de la presa apelaba al artículo 45, apartado 4, del Reglamento Penitenciario: “Previa solicitud del interno, se concederá una comunicación íntima al mes como mínimo, cuya duración no será superior a las tres horas ni inferior a una, salvo que razones de orden o de seguridad del establecimiento lo impidan”.
El juzgado Central de Menores de la Audiencia Nacional, con funciones de vigilancia penitenciaria, ha recibido durante estos años numerosas quejas de Irantzu Gallestegui exigiendo el cumplimiento del derecho que le asiste para estar con su pareja y ser querido al menos una hora y media cada mes y medio. Sí, su “ser querido”, porque a Txapote, como sucede con cualquier criminal, lo sea por matar una vez, 50 o millones de veces, también se le puede amar. ¿Acaso Hitler, Stalin o Mao Tse Tun no despertaron pasión en sus parejas? O el mismo Franco, pese a sus miles de condenas de muerte tras acabar la Guerra Civil que sirvieron de coartada entre un sector radical del PNV para crear ETA y empuñar las armas. Serán cosas del corazón que la misma razón no entiende. O porque el amor, definitivamente, es ciego.
“Como se ha indicado en anteriores resoluciones de este Juzgado, el hecho de estar internados en distintos centros no puede ser motivo para impedir la comunicación por locutorios e intimar, máxime cuando se reconoce que la interna (Irantzu Gallestegui) comunica con su pareja (Francisco García Gaztelu) vía telefónica y se aporta certificación del Gobierno vasco de 21 de junio de 2006, en el que se reconoce a los pretendidos comunicantes como pareja de hecho”. Resolución judicial de enero de 2007.
Es lo que tiene el Estado de Derecho: garantista en el beneficio de la ley incluso para los empeñados en borrar su letra con sangre.
Así, Instituciones Penitenciarias optó por tener a la pareja en centros penitenciarios con cárcel para presos y otra para presas, como sucede en Huelva, donde García Gaztelu y Gallestegui han permanecido estos últimos años. Es la pelea entre el espíritu de la vida y el espíritu de la ley: si eres un preso malo y tu pareja peor, con muchos asesinatos, con numerosos incidentes en el apartado regimental de tu expediente, esa catalogación favorece la proximidad entre ellos. Porque el desplazamiento de estos presos de máxima seguridad es costosísimo. Una hora y media de “vis a vis” sale para el Estado más caro que un fin de semana de amor en París, al tener que mover para el traslado furgones de seguridad, combustibles, dietas de los guardias… Toda esta logística e inversión ha de llevarse a cabo, por ley, una vez al mes. Los jueces, lógicamente, obligan al cumplimiento del reglamento penitenciario, sin entrar en disquisiciones morales ni en gastos. Porque la ley es la ley y ha de ser cumplida siempre. Fuera y dentro de la cárcel, seas ladrón de gallinas para comer, o ladrón de vidas por la patria vasca.
En casos como el de Gaztelu y Gallastegui, pareja de presos con hijos, la Ley Orgánica General Penitenciaria, y el Reglamento Penitenciario que la desarrolla, asegura el derecho a reuniones familiares, sin rejas ni cristales de por medio, al menos una vez cada tres meses y con un tiempo mínimo de dos horas. Txapote y Amaia apenas han hecho uso de este derecho debido a la distancia entre los centros penitenciarios donde han estado recluidos y el lugar donde viven los pequeños. La prisión de Huelva está situada a 950 kilómetros de Bilbao, ciudad donde los niños viven con una hermana de la madre. Veinticuatro horas de viaje de ida y vuelta frente a dos horas de visita para ver a tus padres encerrados, no compensa para los niños ni física ni anímicamente.
Dejemos a un lado cualquier dolorosa y obvia comparación entre estos pequeños desafortunados y la tragedia de decenas de huérfanos dejados por ETA, un reguero repartido por toda España. Cualquiera de estos huérfanos iría al fin del mundo para sentir por unos segundos el aliento vivo de sus padres, “bajados al hoyo” y “puestos con la p… parriba”, según el lenguaje soez, implacable y vomitivo de etarras duros como Txapote.