Mariano Rajoy verbalizó en agosto la posibilidad de apartarse de la primera línea política y renunciar al cargo tras comprobar el cúmulo de dificultades a las que se estaba enfrentando para formar Gobierno mes y medio después de volver a ganar las elecciones del 26J.

Según fuentes solventes, el presidente en funciones así lo comunicó a su entorno más inmediato la semana del 10 al 17 de agosto, cuando sufrió la “humillación” de las seis condiciones regeneracionistas que le puso por delante Albert Rivera para obtener los 32 votos de la formación naranja en su investidura.

Esa semana histórica tuvo también que decidir si finalmente cumplía con el encargo que había aceptado del rey el 28 julio y al que se resistía sin poner fecha para su investidura. Su entorno más inmediato -entre ellos Jorge Moragas, su jefe de Gabinete, y Carmen Martínez Castro, su jefe de Prensa- le convenció para que no lo dejara y también le insistió para que cumpliera con la palabra dada a Felipe VI y anunciara un día para la sesión de investidura incluso sin contar con la abstención del PSOE.

Esa semana en Pontevedra, Rajoy, camino de los 62 años, sufrió una doble mortificación: dos hombres jóvenes a los que casi duplica en edad, y de los que tiene una opinión manifiestamente mejorable, le obligaron a tomar dos decisiones en contra de su voluntad.

Fue un enorme jarro de agua fría tras los 14 escaños extra que consiguió el 26J -la noche que botó en el balcón y besó a su mujer al estilo americano- y que le hicieron convencerse de que a finales de julio estaría reinstalado en La Moncloa con la gran coalición defendida por Felipe González, el nuevo gran amigo de su amigo José Manuel García-Margallo. Su círculo más cercano compartía este escenario y lo alimentaba.

“BAJADA DE PANTALONES”

A lo largo del mes de julio, las cosas se empezaron a torcer debido a la tardanza de Rivera en darle en sí. Después, y de forma definitiva, con la “bajada de pantalones” -el pacto anticorrupción- que le exigió el joven líder de C's y que un dirigente de la formación naranja ha definido como "un ataud en diferido". Según fuentes conocedoras de la reacción del presidente en funciones, la “incredulidad inicial” dio paso a la “irritación y al enfado”.

Tras obtener el sí de Rivera el 8 de agosto, su entorno aconsejó “paciencia” al presidente en funciones, que llegó a comunicar a algunos de sus ministros su nula intención de intención de cumplir con las condiciones exigidas por Rivera: separación de imputados (el caso de Rita Barberá ha sido el primero); eliminación de aforamientos (exige cambio de la Constitución y mayoría de tres quintos); nueva ley electoral; fin de los indultos por corrupción; limitación de mandatos a 8 años y comisión de investigación parlamentaria sobre el caso Bárcenas.

A PONTEVEDRA

El 10 de agosto, Rajoy anunció que tras el puente de la Virgen reuniría al Comité Ejecutivo Nacional de su partido para someter a votación esas seis condiciones. Después de la rueda de prensa en el Congreso, el presidente en funciones le dijo a los periodistas que se iba su tierra a “descansar” y a “reflexionar”. Esa semana la pasó reflexionando en Pontevedra, donde se dejó fotografiar caminando a paso rápido con su amigo José Benito Suárez, el marido de Ana Pastor, la presidenta del Congreso de los Diputados.

Rajoy, caminando junto al marido de Ana Pastor en Pontevedra el pasado agosto. Efe

Fue entonces cuando se planteó dejarlo. Su entorno le insistió en que la “humillación” ante Rivera era el precio a pagar para ser investido. El día 17, para sorpresa de todos, Rajoy ni siquiera mencionó las seis condiciones al Comité Ejecutivo, como si no existiera. Tampoco lo hizo dos semanas más tarde durante el debate de investidura, cuando ninguneó a Rivera y ni siquiera mencionó el pacto con C's que firmaron el 19 de agosto en el Congreso dos portavoces: Rafael Hernando (PP) y Juan Carlos Girauta (C's).

Ahora que Rajoy ha decidido quedarse -lo repite en casi todas sus intervenciones-, y tras las autonómicas vascas y gallegas, en su entorno barajan tres posibilidades. La primera, que el PNV necesite de los votos del PP para gobernar en el País Vasco y se produzca un “intercambio de votos sin pacto”: el PP apoya en Vitoria y el PNV en Madrid. De esa manera, el PP contaría con 175 votos en una hipotética nueva sesión de investidura. La segunda, que Pedro Sánchez se lance finalmente a intentar él su propia investidura con distintas combinaciones, entre ellas C's y Podemos.

TERCERAS ELECCIONES

La opción más probable e incluso deseable para Rajoy: unas terceras elecciones en las que el PP vuelva a subir en escaños de manera que sea materialmente imposible para el resto de las formaciones políticas impedir gobernar en enero de 2017 a un partido que ha ganado tres elecciones consecutivas. Un trekking a pulso a La Moncloa.

En las cercanías de Rajoy mantienen que el sucesor pactado es Alberto Núñez Feijoo. ¿Cuándo? Cuando lo decida el líder. En ese espacio mínimo y secretista que rodea al presidente en funciones los hay que ven una mezcla de “adrenalina” (la que provoca el cargo) y de “cortina” (la que le pone su búnker) como la gasolina que le permite resistir en una pelea que está resultando más dura de lo que nunca llegó a imaginar.

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