Poco a poco la actitud de Pedro Sánchez en política se va pareciendo a la de Mariano Rajoy. Este quizá sea el cambio más llamativo entre los actores de la política española en 2016. El dirigente socialista ha aprendido a poner los tiempos y el silencio de su lado. Sus largas vacaciones recuerdan los instantes en que Rajoy ha huido hacia la hamaca o al sendero. El presidente en funciones es el inventor de la tercera vía. Ante la disyuntiva de hacer o no hacer, siempre cabe no decidir, mantenerse suspendido en el aire.
El origen de esto se halla en un rasgo crecientemente compartido por ambos: la desconfianza. Sánchez no la padecía tan claramente antes del 20-D, pero ya no hay forma de deslindarla de su actuación. Y la desconfianza nace, sobre todo, de la sospecha de que los tuyos te pueden traicionar.
Rajoy se graduó en desconfianza en 2008, en el Congreso de Valencia, pero ha ido completando el doctorado a medida que comprueba que ese PP valenciano que lo aclamó y en el que se refugió buscando lealtades, es un dechado de corrupción que tal vez lo empleara como escudo.
La experiencia del Comité Federal de diciembre -que tasó sus posibilidades- así como el proceso de su propia investidura han sido el máster en desconfianza de Sánchez. Ahora, ni él se fía de su partido ni el partido se fía de él. Un analista cercano a Sánchez comenta: “Pedro no descarta que un gobierno con Podemos pueda salir adelante con la abstención de Ciudadanos. Los demás, en cambio, sí lo hacen”.
Rajoy se graduó en desconfianza en 2008, en el Congreso de Valencia. La experiencia del Comité Federal de diciembre y el proceso de su propia investidura han sido el máster en desconfianza de Sánchez
Como los dos desconocidos que en Con la muerte en los talones se afeitan en la estación de Chicago, Rajoy y Sánchez están unidos por la desconfianza. Ambos han coincidido ante ese gran espejo que es la coyuntura política española. Van premunidos de herramientas dispares. Rajoy con la afilada navaja de sus 35 años de experiencia política; Sánchez, con la maquinilla desechable de haber llegado a la política “en serio” hace siete años, cuando ocupó el escaño que dejó vacante Pedro Solbes en la IX Legislatura.
Al PSOE le ocurre ahora que el ‘no, no y no’ a Rajoy se argumentó tan bien que ahora es difícil cambiar de opinión. De hecho, al entorno de Sánchez ya no le parece tan malo repetir elecciones si el “pacto de mil colores” del que avisó Rajoy en su investidura no sale adelante.
Las opciones que están vigentes para los socialistas, según los analistas de confianza de Sánchez, serían tres: que los demás, es decir Podemos y Ciudadanos, vean factible un gobierno encabezado por él (Pablo Iglesias, la semana pasada: “El PSOE no quiere a Pedro Sánchez de presidente, mientras nosotros estamos dispuestos a recorrer ese camino”); que se desemboque en unas terceras elecciones porque se mantengan los vetos (en este caso el de Ciudadanos sobre Podemos); y, tercera, que si no hay alternativa, y si no se quieren repetir elecciones, negociar una abstención con el PP.
Esta última posibilidad, que hasta hace dos semanas era considerada improbable, ha cogido fuerza tras la reaparición de Susana Díaz en el escenario nacional. Díaz ha salido a “marcar” las gestiones que Sánchez quiere desarrollar con Podemos. De momento, el líder del PSOE no ha sido capaz de darle una forma razonable a éstas: quiere jugar a ser candidato sin serlo. Una apuesta difícil de entender y, por lo tanto, arriesgada.
La posibilidad de negociar una abstención con el PP ha cogido fuerza tras la reaparición de Susana Díaz en el escenario nacional
Pero Díaz también ha avanzado lo que podría ser un posible escenario de negociación con el PP que pasaría por sustituir a Rajoy. La posición de éste se ha debilitado tras el debate de investidura. Sus asesores daban por descontado que la derrota haría mella en el candidato, pero la paradoja es que la figura de Rajoy ha sufrido más en su papel de presidente en funciones del Gobierno y líder del PP que de candidato debido a la división manifiesta del partido y del Consejo de Ministros frente al ‘caso Soria’, la responsabilidad de De Guindos y la renuncia al partido de Rita Barberá.
El presidente en funciones comprobó en su viaje al G-20 en China que la política es imprevisible y que, aunque el grupo parlamentario popular diga hoy que pensar en un candidato distinto a él es anatema, las cosas pueden alterarse mucho en pocas horas. Esto ha reforzado su desconfianza natural.
Rajoy espera que una victoria sin paliativos de Núñez Feijóo en su tierra natal y un resultado favorable en el País Vasco que predisponga al PNV a entrar en el juego parlamentario nacional le abran el camino a una nueva investidura. Sánchez, en cambio, no lo tiene bien en ninguno de los sitios y su única salida es acumular capital político en las conversaciones con Iglesias y otros partidos y encastillarse frente a los barones.
El desenlace de las elecciones en el País Vasco y Galicia iluminará cuál de las opciones prevalece. Entre tanto, el país sigue prisionero de dos hombres desconfiados que se afeitan ante el espejo de una estación procurando no cortarse.