La noche albergaba ruidos de disparos y de explosiones. Era el 15 de abril de 2014 y un centenar de soldados españoles de élite pisaba por primera vez el infierno centroafricano. Se instalaron de forma provisional en una antigua escuela de policía ubicada a diez kilómetros de Bangui, la capital del país, abandonada varios años atrás. El país se desangraba en una guerra en el que los pretextos religiosos camuflaban los intereses económicos y financieros que azuzaban el conflicto. Tenían que dotar al Estado de la seguridad necesaria para empezar a recomponerlo. Pero primero debían protegerse a sí mismos ante unos enemigos invisibles, que se escondían entre la población local y que libraban la batalla calle por calle, casa por casa.
“La distancia entre M'Poko [donde estaba ubicado el resto del contingente europeo de la misión] y PK.10 [escenario en el que se erigía la antigua escuela de policía] era, dadas las precarias condiciones de seguridad de la ciudad, suficientemente importante como para percibir una sensación de aislamiento”, explica el jefe del despliegue español, con rango de teniente coronel. Bajo sus órdenes tenía a unos 70 efectivos de la Fuerza de Operaciones Especiales (FOE), preparados para afrontar las misiones más exigentes con las que se puede encontrar el Ejército. También les acompañaban unos 25 efectivos de la Guardia Civil. “El intercambio de disparos y granadas de mano eran habituales cada noche”, añade el teniente coronel.
En su primera noche, los efectivos establecieron un perímetro de seguridad en el que debía de ser su hogar. Desconocían el terreno, a la población local y los verdaderos riesgos que se ocultaban más allá de las paredes de la vieja oficina policial. Muy pocos durmieron aquel día, alertados por el peligro. Pero a la mañana siguiente, el escenario que se les dibujó era muy diferente al que creían: “Paradójicamente, se comprobó que lo que realmente había alrededor del PK.10 eran familias tranquilas, niños jugando y una cordialidad poco imaginable la noche anterior”, explica el teniente coronel. Se trataba de la calma que precedía a una guerra que sólo se libraba cuando se ocultaba el sol.
La primera patrulla
Los soldados españoles aprovecharon la oportunidad para realizar su primera patrulla. Llegaba el momento de aplicar sobre el terreno lo que llevaban planeando desde hacía meses. Tenían informes de que la población local miraba con recelo cualquier injerencia extranjera, y que la mayoría equiparaba a cualquier hombre blanco con los franceses, sus antiguos colonizadores. “Se tomó la decisión de cambiar las banderas de España de los vehículos de pequeño tamaño por las de mochila de la unidad, de mayor dimensión”, explica el jefe del contingente. Se trataba de diferenciarse, de advertir al entorno de que, aunque europeos -algunos soldados del viejo continente se vieron salpicados por escándalos de violaciones-, eran españoles, con un carácter muy diferente al de los otros socios desplegados en la misión.
En estas primeras rondas, los militares percibieron el recelo que provocaba ir a alta velocidad a bordo de sus vehículos, por lo que decidieron reducir la marcha pese al riesgo que esto suponía en el plano operativo: Bangui era una ciudad en la que las armas llegaban donde no lo hacía la comida. Se podían comprar granadas por un puñado de monedas, menos del equivalente a un euro. Los seleka, una guerrilla de corte musulmán, libraban el conflicto contra los anti-balaka, cristianos y animistas. El país era un puzle de piezas que apenas encajaban, desbordado por el número de desplazados internos y de refugiados que habían huido de otros conflictos más allá de las fronteras. Pero además estaba reventado por múltiples golpes de Estado que han marcado su devenir, con señores de la guerra campando a sus anchas.
La violencia marcaba el carácter de buena parte de los centroafricanos. La ley del más fuerte parecía ser la única que imperaba en Bangui. “Ganarse los corazones y mentes de los habitantes de la capital canalizó gran parte de las operaciones que este componente realizó en un ambiente volátil”, advierte el teniente coronel español. Así, se adoptaron una serie de medidas que, dentro de la política de ‘bajas cero’ que impera en estos operativos, tenía como fin aproximarse a la población.
Matondo, intérprete y amigo
Aparte del francés, el idioma oficial de República Centroafricana es el sango. Los soldados españoles habían aprendido unas pequeñas nociones para comunicarse lo mínimo, pero para cuestiones más complejas era necesaria la ayuda de un intérprete. El jefe del operativo explica cómo dieron en España con Judicael Matondo, Mat, que les acompañó durante todo el despliegue.
“Nacido en Congo, había vivido muchos años en la República Centroafricana. El primer contacto telefónico dejó claro qué tipo de persona habíamos encontrado. Ante la pregunta de si se desplazaría desde Granollers, donde residía, a Alicante para impartir unas clases, sus primeras palabras fueron: ‘Yo no quiero tener nada que ver con diamantes’. Evidentemente se le explicó a quiénes y para qué iba a enseñar sango y aceptó de inmediato. Pronto se le propuso la posibilidad de incorporarse con la unidad para ejercer labores de interés nacional. Cuando llegó a Bangui, se convirtió en un elemento clave de los contingentes con los que trabajó”.
A estos primeros esfuerzos por conocer el entorno se sumó el del acondicionamiento de la vieja oficina de policía. “Las condiciones eran austeras pero suficientes”, afirma el teniente coronel. Cada pequeño logro se celebraba con alegría desbordada: “La primera ducha de circunstancias, las primeras letrinas, la primera comida en caliente… era arroz y pollo para comer, pollo y arroz para cenar”. La intensidad del trabajo y condiciones de vida de las primeras semanas causaron mella en el físico de los soldados de élite: cada uno de ellos perdió entre 6 y 8 kilos. “Pero se convirtió en una experiencia difícilmente repetible que actuó de auténtico pegamento para cohesionar, más si cabe, a todos los componentes de la fuerza”, asegura el jefe del contingente.
Un barrio que es un polvorín
Salvo en contadas ocasiones, los efectivos ya desplegados en otras misiones internacionales apenas se adentraban en el distrito 3º de Bangui, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. El comandante de la misión europea -conocida con el nombre de EUFOR RCA- decidió que las unidades españolas fuesen las primeras en operar en este escenario. “Esta zona, mayormente rural y habitada por gente muy pobre, era refugio y zona de actuación de criminales y mafias”, advierte el soldado español. “Esta tónica de utilizar el Componente de Operaciones Especiales como unidad de vanguardia para abrir las operaciones en momentos o lugares vetados al resto de unidades de EUFOR se repitió periódicamente a lo largo de la misión, siempre en momentos críticos generados por determinados acontecimientos violentos”, añade.
Los efectivos españoles no tardaron en darse cuenta de dos cosas: por un lado que su presencia debía contar con la aprobación de los líderes locales, con los que se reunían durante horas –“Hemos venido a pediros que nos ayudéis a ayudaros”, les decían los militares-; y, por otro, que los picos de violencia muy pronto trascenderían la nocturnidad para enfrentarse ellos mismos a situaciones del mayor riesgo.
Un balón para tender puentes
Si hay una bandera que sirve para tender puentes en el África subsahariana, esa es la del fútbol. “Era evidente que este deporte trascendía cualquier actividad cotidiana y estaba omnipresente en la ciudad”, explica el teniente coronel español que lideró el primer despliegue del Ejército en República Centroafricana, en abril de 2014. El país amenazaba con sumirse en su enésima guerra y era fácil advertir que sería la más cruenta. “Pronto se propuso, en uno de los encuentros con los líderes formales de los barrios próximos a PK.10, jugar un partido -detalla-. Tras un momento de evidente sorpresa por lo singular de la iniciativa, accedieron, aunque con un escepticismo casi disimulado”.
Pocos acontecimientos habían despertado tal agitación. Las inmediaciones de PK.10 bullían. El rumor de que un puñado de soldados españoles había retado a los centroafricanos a jugar un partido de fútbol era tan inverosímil, dadas las distancias que marcaban otros Ejércitos con la población local, como real. El encuentro suponía un reto: los campos de fútbol, verdaderos patatales en los que era difícil hasta hacer rodar el balón, siempre estaban en el centro de los barrios, abiertos a todo el público. “Minimizar el riesgo que se asumía al cambiar el chaleco y el casco por zapatillas y camiseta de deporte se convertía en un objetivo esencial de la Fuerza de Operaciones Especiales”, recuerda el teniente coronel al mando del operativo.
Centenares de personas se agolparon el día señalado a los lados del terreno de juego. Lo que menos importaba el resultado: ver a once extranjeros jugando de tú a tú con un equipo local ya representaba un espectáculo inaudito. Al terminar los 90 minutos reglamentarios, el contingente regalaba a los equipos contra los que jugaba camisetas, ropa deportiva y balones donados por entidades privadas, como Real Madrid y Adidas. Lo extraordinario pronto se convirtió en rutinario y los encuentros pasaron a celebrarse con una periodicidad quincenal: “Esta actividad deportiva con los centroafricanos pasó de lo anecdótico a incluirse como punto obligatorio del orden del día en cada una de las reuniones”, admite el jefe del contingente español.
Violencia sin límites
Esta confraternización fue especialmente útil para los soldados y para los guardias civiles desplegados en Bangui cuando la violencia se apoderó de la ciudad. Las dos guerrillas enfrentadas, los seleka y los anti-balakas –de corte musulmán la primera y crisitano-animista, la segunda- se enfrentaban con inusitada fiereza. Lo hacían ante un Estado inexistente, con una presidenta, Catherine Samba Panza, que ocupaba el cargo de forma interina tras varios golpes militares y a la espera de la celebración de nuevos comicios. Hasta entonces, los tiroteos y las explosiones se libraban sobre todo por la noche; pero esa regla no escrita saltó por los aires y en las calles de Bangui comenzaron a verse cadáveres con una frecuencia alarmante.
El 19 de junio, tras el encuentro con uno de los líderes locales del distrito 3º, el contingente español regresaba a su base cuando les alertaron del asedio a un convoy compuesto por soldados franceses y ruandeses. Y éstos se encontraban rodeados por milicianos locales y bajo el fuego de armas ligeras. Los efectivos españoles, tras recibir autorización del cuartel general de la misión, dieron cobertura a los soldados. Al llegar a un puente próximo fueron recibidos con fuego desde un punto muy cercano al que se encontraban. Los miembros de la Fuerza de Operaciones Especiales dispararon por primera vez desde que habían pisado suelo centroafricano. Tras un breve enfrentamiento, los milicianos se replegaron y los efectivos pudieron abandonar el lugar antes de que cayese la noche sin sufrir ninguna baja en sus filas.
Apenas unas semanas más tarde, un grupo compuesto por siete guardias civiles de élite del Grupo de Acción Rural (GAR) se vio sumido en otro episodio aún más peligroso. Al patrullar las calles del distrito 3º -el mismo en el que se produjo el suceso anterior-, los agentes trataron de identificar a un individuo que despertó sus sospechas. Éste huyó a la carrera al mismo tiempo que les disparaba con su fusil AK-47. El fuego sobre los agentes comenzó a llegarles entonces desde diferentes puntos, lo que les obligó a refugiarse en sus vehículos. De las balas, a las granadas. Una de ellas alcanzó la parte trasera del coche, pero los agentes lograron escapar sin sufrir daños personales.
El teniente coronel de la Benemérita Jesús Gayoso Rey detalla las consecuencias que tuvo este episodio: “Una noche más el distrito tres se había convertido en zona de máximo riesgo, tal como había advertido la compañía de paracomandos franceses que había estado patrullando anteriormente. Veinte días más tarde fue la patrulla de la gendarmería francesa la que recibió trece impactos de bala en un vehículo, lo que provocó la intervención del batallón multinacional francés. Este enfrentamiento se saldó con ocho muertos y treinta heridos de los grupos armados musulmanes y nueve heridos de las fuerzas francesas”.
Los efectivos de la Guardia Civil desplegados en Bangui recuerdan algunas de las intervenciones en las que participaron: “Fruto de los horrores del conflicto, se procedió al levantamiento de varios cadáveres y a la confección de estos atestados”. Además liberaron a una quincena rehenes tanto en secuestros de motivos económicos como con fines de explotación sexual, se incautaron varias armas y granadas, así como droga. “Las actividades más gratificantes fueron el auxilio y la asistencia, en las que se socorrieron a siete personas”, afirma el teniente coronel Gayoso Rey, poniendo como ejemplos el rescate de un niño que cayó al río Ubangui y una intervención a una madre con su hijo que habían intentado lapidar.
Vivir en el polvorín
Pese a todo, el contingente español tomó una decisión que le serviría para aproximarse todavía más a la población local. “Con todos estos parámetros presentes en la toma de decisiones, conscientes de los riesgos implícitos, pero también de las grandes ventajas que ofrecía para garantizar el cumplimiento de la misión, se llegó a la conclusión de que el paso lógico y necesario era buscar la forma de convivir con la población y, a ser posible, en las zonas más complejas, es decir, en el propio distrito 3 –afirma el teniente coronel al frente de las Fuerzas de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra-. Así, se recabó la debida autorización de las cadenas de mando nacional e internacional, necesarios ambos por la trascendencia de la propuesta y, una vez obtenida, se iniciaron el planeamiento detallado y los preparativos necesarios”.
El jefe del contingente español habla de acciones “no siempre sencillas”: buscar casas que reuniesen las suficientes condiciones de seguridad y habitabilidad, negociar el alquiler con los propietarios, pedir permiso a los notables del barrio para trasladarse allí, acondicionar la vivienda y prever las posibles contingencias, entre otros. La operación tenía un objetivo, “ganarse los corazones y mentes” de los lugareños, como detalla el teniente coronel: “Supuso una experiencia exigente pero muy enriquecedora. El delicado equilibrio entre protección de la fuerza y eficacia se mantuvo en niveles asumibles, por lo que finalmente quedó acuñado el término de riesgo rentable”. Además, esta ubicación permitió reaccionar con mayor rapidez en los incontables picos de violencia que se registraron en Bangui a lo largo del año.
Las exigencias obligaban a los soldados a desempeñarse con todo su esfuerzo en uno de los escenarios más volubles en los que ha participado el Ejército español en los últimos años. Ellos sufrieron en primera persona algunos de los zarpazos sin llegar a sufrir bajas que han desgarrado la existencia de un país en llamas.
Emboscados tras los árboles
“Recibimos fuego de un enemigo que estaba próximo a la avenida, flanqueada de árboles. El enemigo estaba allí, emboscado”. El coronel Juan José Martín advertía de que el peligro en Bangui podía “venir en cualquier momento”. Él y un puñado de efectivos españoles –apenas una veintena- que estaban desplegados en la capital de República Centroafricana en noviembre de 2015 lo comprobaron en su propia piel, cuando sufrieron el asalto de un grupo de milicianos cuando atravesaban una de las avenidas principales de la ciudad. No lograron verlos, pero sí sintieron las balas sobrevolando su posición. “El convoy con el que viajábamos estaba compuesto por cuatro vehículos y sólo dos de ellos, los nuestros, estaban blindados -recordaba en una entrevista en EL ESPAÑOL-. Nuestros efectivos rechazaron el fuego y aceleraron rápidamente para salir de la zona batida, sin sufrir daños”.
En diciembre de 2015, de nuevo en contacto con este medio, el coronel Martín advertía de “una vuelta atrás sobre lo que ya había”: “La situación de seguridad, francamente, no ha sido buena”. Y la mayor dificultad de la misión, advertía, era la distancia con sus familias mientras ellos permanecían en una situación de riesgo permanente: “No sé cómo lo viviría yo si me pusiera en su lugar -consideraba Juan José Martín-. Intentamos contar las cosas de la forma que sea lo menos preocupante posible”.
“Evitar un genocidio”
La misión de asesoramiento al Gobierno local en materia de Defensa “nace del compromiso de evitar un genocidio de la población civil africana y, tras la estabilización, afianzar la seguridad y formar a sus Fuerzas Armadas para que fueran autosuficientes”. Quien habla es el coronel Juan Mora Tebas. En sus explicaciones se detallan un rosario de operaciones internacionales sobre República Centroafricana. Unas, sostenidas por la Unión Africa; otras, por la ONU; en las que ha participado el Ejército español, por la Unión Europea.
La guerra de República Centroafricana representa un peligro vital para el viejo continente. El polvorín amenaza con estallar y extender la inestabilidad a los países vecinos. El conflicto se ha azuzado en demasiadas ocasiones por los Estados limítrofes, especialmente desde Chad y Sudán. El desgobierno facilita la explotación de un país rico en recursos; entre otros, de las minas de diamante y de los pozos petrolíferos hallados recientemente. Los señores de la guerra, representados en guerrillas como el Ejército de Liberación del Señor, campan a sus anchas y siembran el terror sin que nada se les oponga.
“Un descenso a los infiernos”
Además de las misiones internacionales sobre el terreno, una red de diplomacia sostiene a un territorio que ahora aspira a ser país. La visita a Bangui del ya expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, en diciembre de 2013, fue una muestra de ello. En noviembre de 2015 fue el papa Francisco el que viajó hasta la capital centroafricana. La entonces presidenta interina, Catherine Samba-Panza, se disculpó ante la cabeza visible de la Iglesia católica por lo que suponía “un descenso a los infiernos”.
Ese compromiso de “evitar un genocidio” se traduce de muchas maneras. Ahora, con un presidente elegido en las urnas, Faustin-Archange Touadéra -y con el anhelo de que no caiga en una corrupción endémica que ha asolado el país desde su nacimiento-, el reto pasa por que el Ejército local adquiera las capacidades necesarias para afrontar los incontables riesgos que sacuden la región. El Ejército español participará de forma activa en esta misión.
De acuerdo al análisis que brinda la periodista Trinidad Deiros, quien conoce de primera mano la realidad centroafricana, “la ayuda internacional es imprescindible para afrontar estas tareas titánicas que se resumen en devolver la paz a RCA”: “Lo que está en juego en Centroáfrica no es baladí. No se trata sólo del imperativo ético de proteger a un pueblo indefenso, sino también de evitar un foco de conflicto en el corazón de África de hondas repercusiones geoestratégicas y humanas”.
El teniente coronel Jesús Díez coincide en las complicaciones que deberá afrontar República Centroafricana en los próximos años: “La colaboración y la vigilancia de la comunidad internacional serán imprescindibles, pero son las autoridades centroafricanas las que deberían asumir, de una vez por todas, que es únicamente suya la responsabilidad de devolver a la población el futuro en paz que siempre se le ha negado”.
*Los datos han sido obtenidos a través de las entrevistas mantenidas por EL ESPAÑOL y del documento de trabajo 03/2016 incluido en el Plan Anual de Investigación del Centro Superior de la Defensa Nacional (CESEDEN) asignado al Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), conocido con el nombre de ‘EUFOR RCA: Participación de España en la crisis centroafricana’ y elaborado por el General de Brigada Jaime Íñiguez - Jefe MCOE (ya General de División), el teniente coronel Jesús Díez Alcalde, la periodista Trinidad Deiros, el coronel Juan Mora Tebas, el teniente coronel Francisco Javier Lucas de Soto y el teniente coronel Jesús Gayoso Rey –este último de la Guardia Civil-.