Spartak Japaridze, considerado líder de la mafia georgiana en España, es un hombre con suerte. La suficiente como para cruzarse con la Policía Nacional instantes antes de una operación contra su grupo, los Kanonieri Qurdi, y marcharse sin ser detenido. Ocurrió el 31 de mayo del año pasado en un piso de la calle San Maximiliano de Madrid. Los agentes acababan de dar con una de las guaridas de la organización y estaban a punto de entrar en ella. Sólo faltaba la autorización de la Audiencia Nacional cuando en el rellano de la escalera se toparon con un hombre enjuto, con poco pelo y gafas de estudiante aplicado. Aunque salía de la misma puerta ante la que los agentes aguardaban la señal, nunca imaginaron que a quien realmente tenían delante era el as de oros de la baraja. Japaridze se había hecho con el control de los Kanonieri tras la detención en España del anterior responsable, Zviad Darsadze.
La Policía le dio el alto y le retuvieron durante unos minutos. Rápidamente comprobaron que aquel hombre no era español. Le pidieron la documentación y sacó un pasaporte israelí en el que decía llamarse Vladimir Steynberg. Al comprobar los ficheros policiales tan sólo constaban antecedentes por una infracción de la Ley de Extranjería. Unos días antes había sido parado en un control de Tráfico por la Policía Municipal. También mostró un documento israelí que era falso por lo que fue trasladado a comisaría. Además se le intervino el vehículo, de matrícula alemana.
No había nada contra él
El juez que estudió el caso no consideró necesario su ingreso en un CIE y quedó libre. Por ello los agentes que se le encontraron en el rellano de aquel edificio de Madrid tuvieron que dejarle ir. No había nada contra él. Aun así, uno de los policías siguió desconfiando y consultó al jefe de Grupo, quien aguardaba fuera del edificio mientras se desarrollaba la operación.
“Mándame una foto a ver si le reconozco”, le dijo su superior, con gran experiencia en la lucha contra la mafia georgiana. Había que actuar con rapidez, el objetivo principal seguía siendo entrar en el piso y el Juzgado de Instrucción número Tres de la Audiencia Nacional estaba a punto de dar el ok. De forma rudimentaria, con su teléfono móvil, uno de los agentes le sacó una foto a aquel hombre enjuto, que no hablaba español y de pasaporte israelí. Su cara no le resultó familiar a nadie, nunca antes se les había puesto a tiro. Si hubiese tardado unos minutos más en salir de casa, le habrían pillado in fraganti junto al resto de integrantes de la red que se encontrasen en el piso, pero en ese momento para la Policía era imposible saber quién era en realidad.
No obstante, aquella fotografía tomada de urgencia (que encabeza este reportaje) sería la clave tiempo después para que la Policía Nacional pudiese completar el puzzle de esta red criminal, responsable del 60 por ciento de los robos en viviendas en Madrid. Un lucrativo negocio ilegal que les genera millones de euros en beneficios y por el que acumulan decenas de detenciones en los últimos años.
La operación Aikon
Finalmente llegó el permiso del Juzgado y la Policía entró en el piso. Allí había dinero en metálico, ganzúas, cerraduras, llaves trucadas… todas las herramientas de trabajo de los Kanonieri Qurdi. También había numerosa documentación, alguna de la cual hacía referencia a actividades en Italia. De lo incautado, la Policía pudo acreditar que la organización se estaba reestructurando después de las detenciones sufridas en verano de 2015 en la llamada Operación Aikon en la que cayó Darsadze. Ahora los agentes saben que esa es la razón por la que el capo Japaridze estaba en España. De hecho, la entrada en aquel piso puso los cimientos para que el mes de noviembre se practicasen más de 60 detenciones en la Operación Aikon II.
El hallazgo del piso de la calle de San Maximiliano fue el fruto de los seguimientos realizados a un destacado miembro de la organización llamado David Tsikarishvili, un conseguidor de la red. Era un viejo conocido de los expertos policiales. Su nombre ya se había relacionado con otras operaciones contra la mafia georgiana en España. Sin saber que la Policía seguía sus pasos, Tsikarishvili salió a robar con una de las células de la red, algo poco habitual en los de su rango. Cada célula la integran entre tres y cuatro personas y en España hay decenas de ellas repartidas por todo el territorio. Los Kanonieri Qurdi se extienden además por otros países de Europa. El grupo sujeto a vigilancias se movía en dos coches, uno de ellos con matrícula italiana.
Tras ser sorprendidos robando, los detenidos confesaron dónde tenían su escondite en San Maximiliano, el último lugar en el que la Policía española tuvo contacto con el líder de la red sin saber quién era. Las pesquisas contra este grupo continuaron, también la intervención de teléfonos móviles con autorización judicial. Pero sus miembros mantenían siempre un hermetismo extremo, sobre todo a la hora de hablar de cuestiones internas de la organización. Nunca se pronunciaba un nombre, ni mucho menos el de un jefe. Así hasta que uno de los investigados llamado Edisher Meshveliani cometió un error y se saltó esa política interna.
La alusión al "jefe"
En concreto habló del “jefe”, dijo que estaba en Italia y que le había regalado uno de los coches con matrícula del país transalpino con el que se movía la red. Este investigado pronunció además una identidad hasta ese momento desconocida para los investigadores: Japaridze. El dato no pasó desapercibido para la Policía, que activó la colaboración internacional y preguntó a sus colegas europeos quién se encontraba detrás de ese nombre.
La información que recibieron confirmaba que se trataba de una pieza de caza mayor. Japaridze es lo que se conoce en el mundo de las organizaciones mafiosas del Este de Europa como un ladrón en ley. En su caso, además, cuenta con el pedigrí de ser hijo y hermano de ladrones en ley. Entre sus antecedentes se acumulan detenciones y condenas desde 1992 por secuestro, intento de homicidio, tenencia ilícita de armas, daños y posesión de drogas. Ha pisado la cárcel en Ucrania y en su Georgia natal de donde fue expulsado en 2014. Durante un tiempo se instaló en Armenia, pero también fue expulsado. Se trasladó a Turquía y ahora se le ubica en Italia.
En la reseña que le llegó a la Policía española, junto a esta biografía criminal, se adjuntaba además una fotografía tipo carnet. En ella figuraba un hombre con poco pelo. Una imagen que a alguien del Grupo XI de Robos de la Policía Judicial de Madrid le resultó familiar. Era el mismo policía que en su móvil aún guardaba aquella foto de urgencia que le sacaron al israelí enjuto desconocido en la calle San Maximiliano. El agente comparó los dos rostros y se despejaron todas sus dudas; se trataba de la misma persona. Vladimir Steynberg era en realidad Spartak Japaridze. Así es como la Policía española llegó a la conclusión de que aquel hombre al que dejaron marchar era el nuevo capo de la mafia georgiana a quien un golpe de suerte le salvó aquel día de ser detenido.