La primera vez que bajó a las alcantarillas, Eugenio creyó estar viviendo una película de Indiana Jones. Recuerda como de zagal recorrió apenas veinte metros de las cloacas alumbrándose con la pobre y breve llama de un mechero, soplando una y otra vez la humeante piedra antes de volver a prender la lumbre. Todavía se le erizan los vellos cuando narra cómo para no perderse por el subterráneo ató al inicio de la ruta el cabo de un ovillo de lana que momentos antes había hurtado de la caja de costuras de la abuela. Como Teseo en el laberinto. Tenía 14 años y con su hallazgo, un bosque diminuto e inaccesible desde la ciudad que había servido años atrás de refugio a un republicano huido, se le aceleró el corazón como si hubiese descubierto la Atlántida.
“Es como si el tiempo se parase”, explica Eugenio años después, cuando es ya un experto en espeleología urbana. Ha recorrido y documentado túneles subterráneos, aljibes que se creían desaparecidos y conoce al dedillo deliciosas leyendas de las catacumbas de la trimilenaria ciudad de Cádiz. Ahora lo enseña para que muchos valoren lo que hay por debajo del suelo que pisan.
Cádiz, sostiene Eugenio Belgrano, “puede ser la ciudad del mundo con más cisternas y aljibes”. Justifica el experto que al carecer de río que proveyese de agua potable la ciudad, sus habitantes tuvieron que ingeniar todo tipo de depósitos en los que almacenar el agua de lluvia. Se calcula que en la actualidad hay unas 2.500 cisternas, algunas titánicas, pero el espeleólogo calcula que pueden ser muchas más. “¡Hasta 6.000!”, detalla con pasión.
“Y no nos olvidemos de los alcantarillados, aparte de las catacumbas y lugares de enterramiento, y túneles defensivos”, enumera Belgrano, impulsor de varias rutas por el subsuelo de la ciudad.
Cádiz, uno de los principales puertos del mundo a lo largo de la historia, ha sido asediada en multitud de ocasiones y tiene una enmarañada red de túneles de carácter defensivo. Uno de los mayores complejos constructivos subterráneos de ingeniería militar se conocen como las cuevas de María Mocos, aunque su verdadero nombre sea el de Contraminas. Un entramado de galerías subterráneas que están bajo las Puertas de Tierra, la muralla que defiende la ciudad, con la idea de impedir un minado enemigo. “Solo este sistema bajo el suelo ya supone unos kilómetros de túneles”, apunta el experto.
Las Contraminas de María Mocos
“María Mocos, por los mocos de los pavos”, explica Belgrano. La zona, tiempo después de su uso como fortaleza militar, fue ocupada por una familia gitana que utilizaba los túneles como gallinero de mocos, “de pavos”, especifica el espeleólogo. “Para asustar a los niños —sigue—, para que no entrasen en esas cuevas por la presencia de vagabundos, de gases y de pozos de diez metros de profundidad, se adorna la figura de María Mocos como la de una bruja que secuestraba niños”.
Por el subsuelo de Cádiz, narra Belgrano, han pasado “gentes de todo tipo”. Desde masones y judíos en época de persecución a huidos de la Guerra Civil o nazis refugiados tras la caída de Hitler. “Todo el que se veía hostigado se escondía en las cuevas”, explica el experto.
De hecho, la leyenda de un republicano que se cobijó bajo el subsuelo durante la guerra inspiró a Eugenio para adentrarse en las cloacas. “Y era verdad, dimos con el refugio”, celebra. “Estuvo viviendo dos años —revela— y su mujer le dejaba todos los días la comida en la alcantarilla”.
Actualmente, Eugenio, el mayor conocedor de las profundidades de Cádiz, tiene documentados unos 20 kilómetros de túneles, “que podrían llegar a ser más de 200”. Muchos de los conocidos lo son por la labor de Juan Serafín Manzano, del pabellón de ingenieros, que en el siglo XIX, de 1830 a 1837, realizó un plano del subsuelo de la ciudad trazando las galerías subterráneas.
Los ‘fantasmas’ de la plaza de España
Su periplo por las honduras fue a instancias del gobernador de la plaza de Cádiz, que había recibido numerosas denuncias de vecinos que confirmaban la existencia de fantasmas en los bajos de la plaza de España, que del suelo salían voces y se oían murmullos.
Pero no fue fantasmas lo que Manzano encontró y sí contrabandistas que usaban las cloacas para colar mercancías sin pasar por los controles del muelle. Muchos de los alcantarillados que frecuentaban los traficantes apenas superan el medio metro de diámetro, por lo que era lo niños, por su reducido tamaño, quienes los recorrían.
Gran parte de la red de túneles de Cádiz son intransitables. Y, en la mayoría de los casos, no solo por cuestiones físicas. La gestión de los permisos de la propiedad son el mayor escollo a salvar. “Ya sea privada, de la iglesia, municipal, militar… con toda su burocracia. Y si la galería está soterrada hay que hacer una excavación arqueológica y eso, además de que no podemos hacerlo, es caro”, asegura Belgrano.
Eugenio tiene ya varias galerías subterráneas en propiedad. También en alquiler. Y otras tantas en vías de hacerse con su gestión. Por ellas paga el correspondiente impuesto de bienes inmuebles (IBI) y una retahíla de seguros que le permiten explotarlas turísticamente.
En una, las catacumbas del Beaterio, ha encontrado simbología masónica, además de los restos de una comunidad de beatas que desapareció con la desamortización de Mendizábal.
Hasta ellas se llega bajando una estrecha escalera de peldaños irregulares y una menuda barandilla. Descendiendo en altura va aumentando la humedad. La temperatura bajo el suelo, en mitad de las galerías de gruesos muros, es constante. Poco más de veinte grados. Todo está a oscuras. La voz resuena. Y las paredes sudan.
En las catacumbas del Beaterio todavía hay restos de los enterramientos de las doce beatas que allí vivieron bajo la obediencia de la hermana María José de Isabel. Con la salida de estas piadosas también se fueron los restos óseos que albergaba el inmueble. Tiempo después, en la gran explosión de 1947, los sótanos se llenaron de escombros. Cuando Eugenio llegó a ellos, tuvo que desescombrar hasta dar con el estado primigenio.
Símbolos masones bajo los pies
Cual fue su sorpresa cuando se topó con simbología masónica. “Un triángulo del gran arquitecto del universo, el triángulo con el ojo que todo lo ve; y el dibujo del Rosacruz, que tiene el damero, las columnas trenzadas, la bola del Rosacruz, el cáliz central, con el compás, la escuadra y un ojo”, detalla. “Solo el que tiene el ojo entrenado puede ver”, apunta Belgrano.
Por eso, las familias que se refugiaron en las mismas galerías en los bombardeos de la Guerra Civil nunca se percataron de la presencia de los dibujos masónicos.
Más evidentes son las esvásticas que Belgrano ha hallado en otra de las cisternas de Cádiz. Pide no revelar su ubicación, por respeto a las familias que ahora viven en el inmueble. “Se sabe que Cádiz fue refugio para muchos alemanes tras la caída de Hitler —argumenta el espeleólogo—, que en la ciudad vivían espías por la afinidad con Franco”.
Según las teorías de conspiración que cuenta Belgrano, cuando Alemania empieza a perder la segunda gran guerra, Hitler puso rumbo a Barcelona. “No murió en el bunker con un tiro en la cabeza —sostiene—, se habla de que embarcó en un submarino rumbo a Cádiz y que estuvo por la zona hasta que salió probablemente para Argentina”. Esa es la teoría que el equipo de Canal Historia trató de poner en pie en el documental Persiguiendo a Hitler, en el que el espeleólogo gaditano participó demostrando la existencia de un túnel secreto bajo el hotel Reina Cristina de Algeciras.
Los túneles, asegura el responsable de las rutas bajo el subsuelo, “tienen ese punto morboso, la oscuridad, lo oculto… por eso le gusta tanto a la gente”. Y si eso se aliña con historietas de conspiración, el resultado es un producto turístico muy demandado que roza la aventura.
Redescubrir la ciudad, desde sus profundidades
Por eso, Belgrano pide a las autoridades locales y autonómicas que colaboren en la concesión de permisos que permitan la explotación turística de las profundidades de Cádiz. “Este es un modelo de negocio que se implementará en las ciudades, de hecho, nosotros ya estamos en vías de extenderlo a Jerez de la Frontera y Sevilla”, desvela el espeleólogo, recién llegado de Roma, donde ha participado en unas jornadas de hermanamiento entre el subsuelo gaditano y el romano.
Su experiencia, además de como nicho de negocio en el sector turístico, también es útil para que los gaditanos puedan redescubrir la ciudad como nunca antes la habían visto. Muchos recordarán la explosión de 1947 pero pocos saben que la red de túneles que conducían al polvorín en el que se encontraban las más de 1.600 minas submarinas sigue en pie.
“Se llama la galería aspillerada de la punta de la Vaca, que va desde las Puertas de Tierra hasta el Instituto Hidrográfico”, apunta el experto. “El túnel está perfecto”, concreta.
Estas galerías fueron diseñadas a mediados del siglo XVIII para que los soldados pudiesen disparar hacia el mar desde unos huecos que permitían alojar cañones. Cuenta Belgrano que la noche del 18 de agosto de 1947, momentos antes de la explosión que causó 150 muertos y más de 2.000 heridos, se vio alejarse una pequeña nave saliendo de Cádiz. “Se habla que fue un sabotaje, no un accidente, y quien fuera el causante pudo huir por los túneles que conducen al mar”, defiende Eugenio.
La detonación de unas 200 toneladas de trinitrotolueno tiñó de rojo el cielo de Cádiz. La explosión se oyó en Ceuta, también en Sevilla, incluso en Portugal, donde pensaron que sería un terremoto. La onda expansiva arrasó barrios completos.
Sin una teoría convincente —se barajan muchas—, Belgrano se agarra a la que tiene a los túneles como protagonistas.
Los túneles, las profundidades, el subsuelo, otra vez, protagonistas de la historia de la ciudad, por muy ocultos que estén. Aunque, ahora, gracias al trabajo de quienes han visto el filón turístico, sean más visibles y accesibles que nunca.