Como tantos otros compañeros destinados los últimos días en Cataluña, este agente de la Guardia Civil pide mantenerse en el anonimato. Eso a pesar de que su actuación fue una de las más destacadas el pasado 1-O. “Tengo familia aquí y no quiero que se vea perjudicada, nosotros nos iremos, pero ellos se quedan”, se excusa. Todas las televisiones recogieron los hechos: un colegio electoral en Girona y en plena intervención de los antidisturbios un protestante independentista con su hijo a hombros se aproxima a uno de los agentes, que le convence para que baje al niño y salgan del tumulto a un lugar seguro. Ahora ese guardia civil relata a EL ESPAÑOL cómo vivió el momento. Recuerda al niño asustado y un padre que quería volver a la protesta. “Gracias a Dios, me hizo caso”, zanja.
“Si tuviese oportunidad de volver a verle, le diría que se equivocó. Quiero pensar que dentro del fanatismo podemos tener un poco de civismo y poder sentarnos a tomar un café y hablar de eso. Creo que se dejó llevar por las masas, se equivocó y ya está. Todos nos equivocamos”, declara al tiempo que defiende la actuación policial: “No se vio ninguna mala acción de mis compañeros, es más, hay una de las imágenes en las que se ve a uno de mis compañeros empujar al padre que, una vez que le sacan, quería volver a entrar, ¿sabes?”.
Según su relato, pasaban unos minutos de las nueve de la mañana del domingo cuando él y sus compañeros del Grupo de Reserva y Seguridad (GRS) de Sevilla llegaron al colegio electoral de Girona en el que iba a votar el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. A esa hora ya había una multitud de 200 personas dispuestas a impedirles el acceso al recinto donde tenían que entrar para llevarse las urnas y demás material electoral, según la orden judicial. Entre esa multitud estaba el padre con el niño.
Este guardia civil tiene 40 años de edad, es alto y corpulento como casi todos los antidisturbios. Luce una barba árabe canosa, se crió en Cataluña y vivió allí hasta los 17 años. Desde hace más de una década está destinado en el GRS de Sevilla. En todo momento insiste en dejar claro que su acción no fue individual, sino colectiva: “hay fotos y vídeos, pero todos los que estábamos allí trabajando fuimos los que sacamos a ese niño y a ese padre irresponsable, que no se dio cuenta de la situación en la que se había metido. Salieron sin ningún daño. Todos los compañeros lo hicieron con suma calma y, sobre todo, protegiendo al niño”.
“¿Qué le dije? Es un momento de tensión, trabajamos para eso, estamos preparados, pero nunca te llegas a dar con esa imagen”, relata. Hace un esfuerzo por recordar y ubica al hombre acercándose con una flor y es entonces cuando ve al menor. “Le digo: ‘con el niño no. No puedes estar aquí con el niño’. Y trato de convencerle de que con el niño no puede estar ahí. La verdad es que el hombre después se da cuenta y me hace caso y eso es lo más importante”.
El agente, que también es padre de familia, cree que el hombre se vio “sobrepasado por la situación” y que tuvo que ser él quien le dijo que bajase y abrazase a su hijo. “Sería un minuto o diez, pero es un momento de mucha tensión con los nervios a flor de piel. No entiendes cómo una persona ya adulta puede estar ahí metida con un niño que me parece que tenía como tres o cuatro años. Es guapete rubiete, pero estaba asustado, estaba llorando, como padre no entiendo”, dice.
Preguntado acerca de la sensación de brutalidad policial que ha dejado a mucha gente el 1-O, este guardia civil recuerda que, en el momento en el que los cuerpos de seguridad tienen que usar la fuerza para entrar en un colegio, “ya no es resistencia pacífica”. Define su actuación y la de sus compañeros como “impecable” y recuerda que en ese centro de votación de Girona nadie resultó herido. A pesar del gesto que tuvieron con el padre y el niño, la gente concentrada no cambió su actitud hacia los agentes.
“No notamos ningún cambio, siguieron increpando y amenazando, fueron 50 minutos aguantando vejaciones de todo tipo. Hubo un momento que estaban cantando la canción de Els Segadors y uno de ellos le estaba cantando con el puño pegado en la pantalla del casco a un compañero. A ellos les descolocaba porque estaban esperando que sacásemos las defensas (las porras). No sabían qué más decirnos”, narra.
No espera que el padre se ponga en contacto con él para darle las gracias porque, según dice, la situación en Cataluña “es muy complicada”. “Yo he vuelto a Cataluña 22 años después y no esperaba tanto odio a España y a lo que representa España. A nosotros no nos odian por el 1-O, a nosotros nos odiaban antes”. Dice haber visto como un niño de siete años les llamaba "hijos de puta" sin que su padre, a su lado, le recriminase su actitud.
Desde que llegaron a Cataluña él y su grupo de GRS no han tenido una estancia fácil. Tras el 1-O fueron de los agentes que tuvieron que abandonar Calella acosados por los independentistas. “Yo fui el último en salir de Calella", aclara con cierto orgullo. Ahora están en la base militar de Sant Climent, acogidos por el Ejército al que agradece la hospitalidad y el recibimiento con un plato de macarrones con chorizo de madrugada el día que les expulsaron. Mientras se prepara para su siguiente intervención, reconoce que le ha dado muchas vueltas a la imagen que le ha hecho popular dentro del Cuerpo. “Yo no sé qué le habrán contado a ese niño de nosotros”, se pregunta.