Ramón Tremosa, un eurodiputado del PDeCAT, ha sugerido cocinar la independencia de Cataluña a la eslovena: declararla para justo después suspenderla en busca de una negociación.
El único parecido entre el proyecto de la Generalitat y la ruptura de Eslovenia con la antigua Yugoslavia es ése: paralizar la andadura de la república recién proclamada. Lo demás son abismos, dos realidades que no comparten nudo ni desenlace.
A principios de los 90, el pueblo esloveno quiso independizarse de la dictadura yugoslava, Milosevic al frente. Primero, celebraron unas elecciones, que ganó "una especie de Junts Pel Sí con mayoría absoluta" -palabras del propio Tremosa-.
A partir de ahí, trató de pactarse un referéndum con el Estado. Su imposibilidad desembocó en una consulta unilateral. Aquel sufragio, que sí ofreció garantías, cosechó la participación de un 93% del electorado, logrando el secesionismo un 95% de los apoyos. En Cataluña, sólo acudió a las urnas un 40%.
En ese momento, puesto sobre la mesa por el eurodiputado catalán, Eslovenia declaró la independencia unilateralmente y la suspendió para lograr una salida pactada. Durante los seis meses que duró la intriga, los separatistas aunaron apoyos internacionales tan importantes como los de Washington y Bonn. Esta vez, Europa ha dado la espalda a Puigdemont.
La ruptura, declarada tras las continuas negativas de Belgrado, desencadenó la "Guerra de los diez días": más de setenta muertos. Otro abismo con Cataluña.