Presume Ada Colau en su biografía de haber nacido pocas horas después de que las autoridades franquistas ejecutaran en la cárcel Modelo de Barcelona a Salvador Puig Antich. Pero ese mismo día, el 3 de septiembre de 1974, Franco tomó también una segunda decisión. Perdonar la pena de muerte que le había sido impuesta al guardia civil Antonio Franco Martín por el asesinato de un superior. Sin embargo, el hecho que, de alguna forma mágica, casi nigromántica, impregnó el cerebro del bebé Colau hasta configurar su arquitectura neuronal y predestinarla a una vida de lucha contra esa democracia liberal y capitalista de la que también abominaba Franco fue el primero y no el segundo.
A esa predestinación casi telúrica ha contribuido el hecho de que su madre le haya recordado “aniversario tras aniversario”, sin saltarse un solo cumpleaños, tan festivo suceso. “Hija mía, hoy cumples tres años, es un día de felicidad, sopla las velas del pastel y recuerda que naciste el día que Franco le quebró el cuello a Salvador Puig Antich como si fuera un conejo destinado a la cazuela”. “Hija mía, hoy cumples cinco años, recuerda el bulbo raquídeo de Salvador Puig Antich explotando mientras el verdugo giraba el tornillo del garrote vil con toda la fuerza de la que eran capaces sus brazos”. “Hija mía, hoy cumples cuarenta y tres años y ya eres alcaldesa de Barcelona, recuerda que naciste el día que Franco mató a Salvador Puig Antich”. Una madre es una madre, pero que me aspen si Ada Colau no se ha planteado alguna vez dejar de invitar a la suya a sus fiestas de cumpleaños.
El papel clave de su pareja
Ada Colau Ballano es nieta de abuelos oscenses y sorianos e hija única de sus padres, pero hermanastra de tres hermanos por parte de madre (a la que llama Tina) y de dos por parte de padre. Creció en el Guinardó, un viejo y empinado barrio residencial barcelonés que nace a orillas del Hospital de Sant Pau y en el que las casas modernistas de la burguesía barcelonesa de principios del siglo XX se mezclan con las casas obreras baratas construidas durante el franquismo. Colau, que ha vivido casi siempre de alquiler e incluso de okupa durante dos años, se quedó a treinta créditos de la licenciatura de filosofía en la Universidad de Barcelona y tiene dos hijos con su compañero Adrià Alemany, el último de ellos nacido en abril de este año. El mayor tiene seis años.
Precisamente es Adrià Alemany uno de los flancos débiles de Ada Colau. Alemany es el líder en la sombra de Barcelona en Comú, la coalición con la que Colau llegó hasta la alcaldía de Barcelona. Como asesor externo del ayuntamiento nombrado a dedo por su pareja, Alemany cobra de Barcelona en Comú, pero su influencia en el día a día del consistorio barcelonés es casi equivalente a la de la alcaldesa.
Alemany es además el centro neurálgico de Podemos en Cataluña. Una red que incluye a Albano-Dante Fachin (diputado en el Parlamento catalán y secretario general de Podem Catalunya), a su pareja Marta Sibina Camps (diputada en el Congreso por En Comú Podem), a Vanesa Valiño (asesora de vivienda y pareja del teniente de alcalde Gerardo Pisarello) y a David Cid (coordinador de ICV en Barcelona y pareja de Janet Sanz, concejal del ayuntamiento y enemiga declarada de Laia Ortiz, segunda teniente de alcalde y ex novia de Cid).
No sufran si se han perdido a medio culebrón. La oposición en el ayuntamiento lo resume con una sola palabra: nepotismo. Nada excepcional, por otro lado, en el Podemos de Pablo Iglesias, un partido cuyos movimientos, humores y estrategias políticas son más fáciles de adivinar atendiendo a lo que les ocurre de cintura para abajo que a lo que se les ocurre de cuello para arriba.
Pero no es el entramado sentimental podemita el flanco débil al que hacía mención antes. Tampoco las acusaciones habituales por parte de la oposición de manejo de información privilegiada en beneficio de intereses personales o de partido. El flanco débil es el antiguo trabajo de Alemany como economista y gestor de proyectos en la Fundación del FC Barcelona de Josep Maria Bartomeu.
Es sabido que el exalcalde de Barcelona, Xavier Trias, no tuvo nunca demasiado interés en facilitar el megaproyecto de seiscientos treinta y tres millones de euros del FC Barcelona llamado Espai Barça y que preveía la construcción de un nuevo Palau, la remodelación del Camp Nou y la transformación del Miniestadi. Y eso porque, según se rumorea en Barcelona, Trias primó siempre los intereses de los vecinos del barrio de Les Corts por encima de los del FC Barcelona.
Pero todo eso cambió cuando Ada Colau, la campeona de la prohibición de nuevas licencias hoteleras y entusiasta de la teoría del decrecimiento económico, llegó al poder. En julio de este año, con Alemany ya desligado del FC Barcelona, el ayuntamiento de Barcelona llegó a un acuerdo con el club para desencallar el proyecto, que incluye un hotel de diez mil metros cuadrados, mil metros cuadrados para restaurantes y tiendas y un pago de 5,4 millones de euros al ayuntamiento por el aprovechamiento urbanístico “sobre los nuevos usos de oficinas y hoteleros”. Un trato que el Ayuntamiento vende como una rebaja sustancial de los planes iniciales del FC Barcelona.
Una historia de protestas
La biografía de Ada Colau es una pista de cómo razona la alcaldesa de Barcelona. Porque Colau no mide su carrera en logros profesionales sino en manifestaciones, huelgas, ocupaciones y protestas. “En brazos de mi madre y bajo el grito ‘¡Queremos ser escuela pública!, participé en mis primeras manifestaciones”. “La inquietud social la tuve desde pequeña. Mis primeros voluntariados fueron en la adolescencia, colaborando con Amnistía Internacional y con Amics de la Gent Gran”. Y luego: “Personalmente, hubiera preferido ir a un instituto público, pero mis padres me llevaron a una academia”. Y más tarde: “Aunque en la Academia Febrer ya impulsé alguna huelga, un grupo de teatro y una revista que no entusiasmaron al equipo directivo, fue en la universidad donde tomé contacto por primera vez con la actividad política”. Y luego: “Con muchos otros compañeros y compañeras fundamos la Asamblea de Filosofía y realizamos huelgas y encierros contra las sucesivas reformas para desmantelar la universidad pública”. Y aún más: “A principios del año 2000 volví a conectar con el mundo de las luchas sociales. En 2001 con las movilizaciones contra el Banco Mundial, en 2002 contra la Europa del Capital o en 2003 contra la Guerra de Iraq”.
La lista de manis, pellas y protestas se alarga durante años hasta culminar en su labor como portavoz y cabeza visible de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), fundada en 2009 y principal apoyo del movimiento okupa en Cataluña. Fue la PAH, de hecho, la que logró que una Ada Colau apenas conocida más allá del submundo del activismo barcelonés saltara a la fama cuando llamó “criminal” a un representante de la banca durante una comparecencia en el Congreso en enero de 2013. “Le hubiera tirado un zapato”, añadió Colau, que en ese preciso instante empezó a ganar las elecciones que en 2015 la convertirían en la primera mujer que alcanza la alcaldía de Barcelona.
El resto es historia reciente. Ada Colau apenas ha disfrutado de un año de calma como alcaldesa de Barcelona hasta verse atrapada por el tifón del desafío independentista. Inmersa a la fuerza en él, Ada Colau, de la que nadie sabe si es independentista, soberanista, nacionalista, unionista u oportunista, ha adoptado una postura equidistante en la que ha conjugado las peticiones a Puigdemont para que no declare unilateralmente la independencia con las críticas a Rajoy y las acusaciones de agresiones sexuales a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado durante el referéndum del 1 de octubre.
Balance como alcaldesa
El balance de Ada Colau al frente del Ayuntamiento de Barcelona es, desde todos los puntos de vista posible, pésimo. Bajo su ala, los movimientos radicales y muy especialmente la CUP han cubierto las paredes de Barcelona de insultos y amenazas de muerte a los turistas, la principal industria barcelonesa; se ha generalizado la inseguridad jurídica hasta el punto de que las mafias okupas se anuncian ya en portales de alquiler y venta de pisos como si se tratara de negocios legales aprovechando la inacción e incluso el apoyo de organizaciones afines a la administración local; se han paralizado licencias hoteleras; se han demonizado los servicios de alquiler de pisos turísticos como Airbnb o de economía colaborativa como Uber o BlaBlaCar; se han puesto trabas de todo tipo a emprendedores y empresarios; y se ha arriesgado la presencia en Barcelona de lucrativos y prestigiosos eventos como el Mobile World Congress. El resultado es la paralización de cualquier nueva actividad económica en la ciudad de Barcelona y la lenta asfixia de las ya existentes.
La última medida anunciada por el Ayuntamiento de una Barcelona de la que las empresas huyen como alma que lleva el diablo atemorizadas por la incertidumbre provocada por el proceso soberanista, que lleva tiempo apareciendo en todos los medios internacionales como una ciudad antipática que “odia” a los turistas, y de la que huyen los ahorros de sus ciudadanos para ser ingresados en las sucursales bancarias de otras ciudades españolas, ha sido anunciar un incremento del precio de los billetes de transporte de los turistas que visiten la ciudad. La conversión de Barcelona en una pequeña ciudad de provincias, cerrada, agria, maleducada y en perpetuo estallido social de baja intensidad es el primer paso del proyecto político de una Ada Colau que aspira a la presidencia de la Generalitat e, incluso, y dependiendo de la evolución de los acontecimientos, al liderazgo de Podemos y la candidatura a la presidencia del Gobierno.
En esos planes se ha interpuesto el proceso soberanista, que ha obligado a la alcaldesa a tomar posición en un momento en el que el caballo ganador no está todavía claro. De momento, Ada Colau ha optado por la vía cómoda: sí a votar, no a comprometer oficialmente recursos municipales, sí a la democracia, no a la declaración unilateral de independencia, sí al diálogo, no a la violencia policial. Ada Colau podría ser, sí, la gran beneficiada de su postura ambigua en el conflicto entre legalidad constitucional y golpismo independentista, pero también en la gran perdedora. Su inteligencia política es mayor que la de Pablo Iglesias pero su ventajismo populista es una apuesta a todo o nada. O pasa a la historia como la peor alcaldesa de la historia de la Barcelona democrática o acaba al frente de la presidencia de la Generalitat o, incluso, del Gobierno
Noticias relacionadas
- Puigdemont homenajea a Companys entre presiones contrapuestas sobre la DUI
- Las elecciones autonómicas, única salida: Rajoy o Puigdemont las convocarán
- La confusa 'independencia' de Puigdemont prolonga la incertidumbre
- Puigdemont "asume" la independencia pero la suspende para negociar
- Los separatistas perderían 5 escaños y la mayoría absoluta en el Parlament
- Colau advierte a Puigdemont: "El 1-O no puede ser un aval para la independencia"