José Bono (Salobre, Albacete, 1950) era un veinteañero cuando conoció a Enrique Tierno Galván nacido el 8 de febrero de 1918, este jueves hace un siglo. "Entré en política a través de él, y lo traté como profesor y como persona. Él no sabía conducir y fueron muchas las veces en las que, con el Mini de Encarnita, su mujer, lo recogía en la calle Ferraz, donde vivía, para llevarlo a desayunar a la cafetería Viena y después al despacho de Marqués de Cubas, 6, donde teníamos la oficina", recuerda.
Era la década de los 70, la de la llegada de la democracia. Bono la vivió, antes de convertirse en diputado y después presidente de Castilla-La Mancha, como abogado en el despacho de esa calle, en Madrid. Desde allí pilotó Enrique Tierno Galván el Partido Socialista del Interior (PSI), más tarde Partido Socialista Popular (PSP), que quedó finalmente integrado en el PSOE en 1978. Bono compartió esas tres etapas muy cerca del conocido como el "Viejo profesor, al que llamábamos VP", que acabaría pasando a la historia como el alcalde más querido de Madrid.
¿Cómo eran las ideas de Tierno Galván? ¿En qué se diferenciaban de las del PSOE?
En el propio nombre de Partido Socialista del Interior había una definición que se contraponía al PSOE, que él situaba exclusivamente en el exterior. Es cierto que en algunos momentos había más PSOE en el exilio que dentro de España. Luego pasó a ser el PSP, pero más que un partido era un movimiento en el que cabían desde los que defendían las tesis de Trotsky hasta empresarios más cercanos a lo que hoy podríamos llamar una derecha civilizada. Se trataba de un movimiento en favor de la libertad y contra de la dictadura. Él tenia una vena ácrata que le impedía la organización como un partido.
Desde su despacho defendimos a todos los antifranquistas, desde los monárquicos de don Juan a los cercanos a ETA
Tierno Galván se definía como marxista, pero por lo que usted dice, no era un dogmático.
La urgencia del momento nos hacía a todos pensar en la política como una actividad liberadora y de lucha contra la dictadura. No veíamos la política como hoy, como un proyecto perfectamente articulado para ejecutar un presupuesto público. Tampoco concebíamos una distribución territorial del poder como la que hoy hay. Entonces no se oteaba como probable ni tan siquiera como posible. Tierno era un intelectual, un catedrático de derecho político expulsado por el franquismo, que tuvo que ganarse la vida preparando a opositores a la escuela diplomática, traduciendo del alemán y dando clases en universidades norteamericanas. Algunos lo han querido criticar tildándole de sofista o diciendo que tenía una concepción ideológica difusa en la que cabía el marxismo, el anarquismo, la monarquía, la república… Frecuentó relaciones personales con gentes que hoy sorprenderían. Desde su despacho defendimos a todos los antifranquistas, desde los monárquicos de don Juan a los cercanos a ETA.
Tierno Galván y la monarquía
¿Le causó problemas defender la monarquía como forma de gobierno?
Recibió muchas críticas. Recuerdo un acto público en Albacete en 1977. Yo le había advertido de que se mostrase cauto respecto a la república. Le dije que quizás sería bueno pasar de puntillas. Él, que había sido un testigo joven del entusiasmo de la Segunda República, dijo: "Me ha pedido Bono que sosiegue mi ímpetu republicano". Yo pensé morirme de vergüenza porque además el mitin estaba muy concurrido. "¡Cómo le voy a hacer caso si tengo republicanos hasta los zapatos!", dijo. Es más: recuerdo de memoria que el artículo 2 de los Estatutos y Principios del PSP decía: "Todo el poder emana del pueblo y debe renovarse periódicamente. En este sentido nos proclamamos republicanos". Pese a todo esto, él jugueteó con el padre del rey y fue posibilista, como tantos otros en aquel momento.
Tenía en su despacho un retrato de Juan XXIII, el papa de la época, y al otro lado la imagen de Pablo Iglesias. Cuando venía la Brigada Político y Social, ponía a Juan XXIII y cuando se iba, volvía a Iglesias
"El que no esté colocado, que se coloque. ¡Y al loro!". Pasará a la historia, entre otras cosas, por esa frase y por ser casi un icono de la movida. ¿Hasta qué punto era un fiel reflejo de su carácter?
Era un guasón. Le encantaban las bromas. Cambiaba deliberadamente los apellidos de sus colaboradores. Jugaba a una pose de intelectual distraído en la que hasta resultaba difícil distinguir qué había de rigor y qué de broma en algunos de sus planteamientos. Recuerdo que, por el nombre de una serie de televisión, llamaba a "botejaras" a los miembros del PSOE y eso era algo que no les gustaba nada. Cuando perdimos las elecciones en Albacete en el año 1977, recuerdo que volví todo apurado a pedir en Madrid la unidad con el PSOE y a decir que no podíamos seguir restando votos a una opción que podía y debía ser mayoritaria. Me decía que no me preocupase, que yo había tenido muchos votos, si no en cantidad, sí en calidad. ¡Y yo pensaba que eran más bien por caridad! Otro día dijo que si teníamos deudas, tendríamos que pedir. “¿Qué les parece si montamos una mesa petitoria para pagar lo que debemos aquí en la oficina?”, se preguntaba. Tenía en su despacho un retrato de Juan XXIII, el papa de la época, y al otro lado la imagen de Pablo Iglesias. Cuando venía la Brigada Político y Social, ponía a Juan XXIII y cuando se iba, volvía a Iglesias.
"El socialista de la inteligencia"
¿Qué queda hoy de él?
Tierno pertenece a la saga de los socialistas de la inteligencia. Tenía un componente de acción que hacía que no puediera ser considerado un intelectual puro. Su nombre trae a la memoria otros, como el de Giner de los Ríos o Julián Besteiro. Los tres fueron profesores universitarios, intelectuales, demócratas y de izquierdas. Su figura hoy se hecha en falta por lo que tenía de caudal de conocimientos. Era una verdadera enciclopedia del saber.
¿Hay algún político actual que pueda considerarse su heredero o estar a su altura?
Tenía unas capacidades oratorias y persuasivas que no he visto superadas nunca, salvo en momentos puntuales por Felipe González. Trasladaba una imagen de austeridad y de rigor. Producía una atracción entusiasta no sólo entre quienes le votaban sino entre los demás, que lo respetaban. Es una especie ya no en peligro de extinción sino extinguida en la izquierda. Y no hay nadie como él.
Decía: "Nuestro partido no puede unirse al PSOE, partido adscrito a una internacional en la que no estuvo Allende pero sí Golda Meir"
¿Por qué le gustaba tan poco el PSOE?
Entró a regañadientes y decía cosas como estas: "Nuestro partido no puede unirse al PSOE, partido adscrito a una internacional en la que no estuvo Allende pero sí Golda Meir. Nuestro partido no puede recibir dinero del capitalismo alemán como sí hizo el PSOE".
Suena a un discurso que hoy podría sostener Podemos.
Desde luego. Tenía muchas frases, como aquella vez que dijo: "Me mutilo. ¡Me mutilo! Pero todo sea por la razón que les voy a exponer. Esta mañana encontré a una mujer en la calle, aterida de frío y con un fino manto tapando a su hijo, que llevaba en brazos". Segundos de silencio. "Aquella buena mujer me dijo: don Enrique, la unidad. Haga la unidad con el PSOE. Esa súplica condicionó mi manera de ver la unidad con el PSOE". ¡Cómo le aplaudían!
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