A finales de 2016, el Gobierno de Mariano Rajoy emprendió la conocida como Operación Diálogo. La encargada de llevarla a cabo fue la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, coordinadora política del Ejecutivo. Tenía dos nombres propios más: Enric Millo, nuevo delegado del Gobierno, con un perfil en principio más amable que el de la anterior, y Oriol Junqueras, el vicepresidente de la Generalitat con el que Santamaría parecía entenderse bien frente al carácter inflexible de Carles Puigdemont. El objetivo era tratar de seducir al independentismo dentro de la ley. Al tiempo, se cortejaba al entonces más que probable futuro president en unas elecciones, según todas las encuestas, y se contribuía a agrietar la unidad independentista.
La estrategia no funcionó. A esa apuesta por la diplomacia, muy cuestionada por Ciudadanos y los independentistas más rotundos, siguió el referéndum ilegal del 1 de octubre, la declaración de independencia, la aplicación del artículo 155 de la Constitución o la entrada en prisión de numerosos dirigentes independentistas.
Este lunes, en la Moncloa, todo olía a nuevo y todo lo anterior parecían hechos de otra era. Hay un nuevo presidente y Gobierno, un nuevo president de la Generalitat, y se produjo una nueva reunión dos años después de la que protagonizaron líderes políticos ahora fuera de escena. Uno de ellos es registrador de la propiedad en una localidad alicantina.
Este lunes se respiraba un nuevo oxígeno, con un inédito paseo por el complejo presidencial incluido. Y, sin embargo, los elementos políticos son prácticamente los mismos. Las cartas de la baraja no han cambiado en lo sustancial, aunque se hayan repartido de otra manera.
Mismas cartas, diferente reparto, incierto final
Pedro Sánchez inició este lunes su particular Operación Diálogo. Esta vez no ha necesitado un giro en la estrategia política, como Sáenz de Santamaría dentro del PP, sino sólo poner en práctica las tesis defendidas antes de llegar al poder y compartidas con el PSC. El interlocutor no es ahora Junqueras sino Torra, de quien todos en Moncloa destacaban tras la reunión su exquisita educación, modales e inquietudes culturales.
Las materias de negocición siguen siendo las mismas: las 45 exigencias hechas por el expresident Puigdemont a Rajoy en su última reunión, que a su vez se basaban en las 23 hechas por Artur Mas en su última reunión con el presidente del Gobierno. A eso se le suman recursos del Gobierno ante el Tribunal Constitucional para bloquear leyes del Parlament de Cataluña que ahora podrían comenzar a aplicarse, aunque sólo las de contenido más social. La otra gran conclusión del encuentro ha sido recuperar foros de diálogo y negociación ya previstos en la ley y que se remontan no a la época de Rajoy y Puigdemont sino a la de José Luis Rodríguez Zapatero.
La mayoría política independentista sigue, en medio de una evidente falta de cohesión interna, unida en la reivincación del derecho a la autodeterminación. El Gobierno, por su parte, lo niega. "La autodeterminación no existe", resumió la vicepresidenta, Carmen Calvo. "No renunciamos a ninguna vía para alcanzar la independencia", dijo Torra tras el encuentro. Lo que sea, según el Ejecutivo, será dentro de la ley que no permite dar salida a las reivindicaciones de máximos de los independentistas.
Son las formas, estúpido
¿Qué ha cambiado para que, de momento, nada cambie, según la célebre máxima literaria italiana? Las formas. Hasta las de los tuits, este lunes por primera vez en catalán desde la cuenta oficial de la Presidencia.
Para el equipo de Sánchez, las formas son más que nunca el fondo. Sin mayoría en el Gobierno, con un PP descabezado y reposicionándose, con la imposibilidad de pactar con Ciudadanos, Sánchez cree que recuperar el diálogo es ya una victoria en esta legislatura que no será muy larga. Además, su mayoría en el Congreso, la de la moción de censura o la de RTVE, depende de Unidos Podemos, ERC, PDeCAT y el PNV.
Y si de ese diálogo surge una distensión que permita recuperar la normalidad institucional, bienvenida sea. Para Torra, que Sánchez reconozca un "problema político" en Cataluña es ya una victoria, ya que el problema han dejado de ser los independentistas. Al mismo tiempo, ambos ganan tiempo mientras la situación en Cataluña se solidifica, con la situación judicial de Puigdemont pendiente en Alemania y el juicio contra los exconsellers y otros referentes independentistas camina hacia sus fase decisiva.
Ambos creen ganar con la estrategia. Los dos presidentes no se tiran los trastos a la cabeza. Pueden no estar de acuerdo, pero pueden respirar el mismo aire en una misma sala, algo que creen que será apreciado por amplias capas de la opinión pública. Sánchez practica el diálogo que no vio en Rajoy y a Torra nadie podrá decirle que no lo intentó. Y, después, ya se vera.
Los nuevos lazos entre Sánchez y Torra
Mientras, Torra ha comenzado a tejer con Sánchez lazos de cordialidad. No como el amarillo que portaba en su solapa, que tuvo una rápida respuesta por parte de Calvo, que dio cuenta de la reunión. "No hay presos políticos en nuestro país. Pero esto ya es algo que el president ya sabía, no es ninguna novedad".
En Moncloa, este lunes, el equipo del presidente daba una gran relevancia a que Torra hubiese agasajado a Sánchez con un licor tradicional, una botella de ratafía, que daba pie a muchas imágenes sobre la amistad aun sin haberse descorchado. O que hubiese pedido visitar la fuente donde Antonio Machado se citaba con su amante Guiomar, que ahora se encuentra dentro del recinto presidencial. Eso dio pie a un álbum de fotos más propio de una visita turística que de dos presidentes en desacuerdo en cuestiones políticas fundamentales.
Son las formas que, además, permiten a los dos interlocutores decir que no se han movido de sus posiciones sino simplemente iniciar las gestiones para convencer al otro. La próxima reunión será en otoño y, seguramente, será la clave, la verdadera prueba de fuego.
Los riesgos de la reunión
A Torra no lo recibirán con vítores los Comités de Defensa de la República (CDR) ni la CUP, que ya ha denunciado un "pacto de élites" como el de 1978. Tampoco la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Durante todo el lunes, Puigdemont, hiperactivo en Twitter, evitó comentar la cita, que levanta ampollas en los elementos más partidarios de la unilateralidad, concentrados en las filas de Junts per Catalunya que no ocupan los diputados más ortodoxos del PDeCAT.
Por otra parte, la presión de Ciudadanos y el PP crece entre acusaciones a Sánchez de ceder. Las elecciones autonómicas y municipales de 2019 podrían hacer que estos movimientos de conciliación acaben penalizando, especialmente en territorios como Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha o Aragón.
Dicho de otra manera: puede que Sánchez y Torra hayan ganado tiempo. Pero al hacerlo, también han puesto en marcha la cuenta atrás hacia el momento en el que tendrá que fraguarse un gran acuerdo que realmente suponga un cambio de época, una nueva partida que deje atrás el pasado. O ocurre eso, o la situación probablemente se recrudecerá y ambos se enrocarán en posiciones más firmes, de defensa de la autodeterminación por cualquier vía por parte de Torra y de defensa de la legalidad por parte del Gobierno.
Sólo el tiempo dirá si esta nueva Operación Diálogo triunfa o marca una nueva muesca en el cinturón de la frustación que lleva años ahogando institucionalmente a Cataluña y el conjunto de España.
Noticias relacionadas
- Machado, el mediador: Quim Torra le tira los tejos a Sánchez en la fuente del poeta
- Los CDR piden a Torra dimitir o cumplir lo prometido tras su reunión con Sánchez
- Pedro Sánchez tuitea en catalán y abre las puertas del Infierno
- Torra rechaza invitar al Rey a los homenajes por los atentados de Cataluña
- Torra, a Sánchez: "No renunciamos a ninguna vía para alcanzar la independencia"