Cuando Brandon Flowers escribió Mr. Brightside, que se puede traducir como "Señor Optimista", no podría estar en un momento vital más alejado del que hoy vive Pedro Sánchez. La canción de The Killers, su primer tema y de lejos el más conocido, es autobiográfico. Cuenta el agrio sabor de los celos, que "convierten las sábanas en un mar" en el que Flowers nadaba "a través de enfermizas canciones de cuna", "atragantándome con tus coartadas", según dice el eléctrico estribillo dirigido a su novia, a la que pilló con otro en un bar de Las Vegas. Pero él se aguanta. Al fin y al cabo, es el "señor lado-positivo-de-las-cosas".
Los que conocen bien al presidente del Gobierno saben que está de todo menos hundido, aunque sobre su mandato se ciernan muchos nubarrones. Está "en el mejor momento de su carrera política", según cuenta uno de sus cercanos. Muchos de sus interlocutores aprecian en él una madurez vital que se concreta en autonomía y serenidad a la hora de afrontar los problemas. Es la tranquilidad, una de las dos caras del poder (la otra es el miedo a perderlo), que primero cimentó con una aplastante victoria en el PSOE y luego con una audaz moción de censura, que protagonizará el libro que aún nadie ha tenido tiempo a escribir.
No hay más que pensar en aquellos a los que ha dejado atrás. En el PSOE, a Eduardo Madina (fuera de la política) y Susana Díaz (dentro de Andalucía). En la política nacional, a Mariano Rajoy, de eterno a casi olvidado en un santiamén, Albert Rivera, redefiniendo su estrategia, y Pablo Iglesias, que ha digerido ya que nunca asaltará los cielos. De momento, si alguien se ha quedado compuesto y sin novia, no se trata precisamente el presidente del Gobierno.
Gestos para un líder fuerte y necesario
Sánchez es plenamente consciente de esta ventaja y está tratando de forjar una imagen de presidente, de líder fuerte y necesario frente a un Congreso que, en vez de un poder con voz independiente puede acabar siendo una caja llena de ruidos. No hay que descartar que sea un calentamiento antes de proyectar un clásico "o yo o el caos".
A falta de una sólida mayoría parlamentaria, Sánchez tiene la mayoría absoluta de los gestos, que no dejan de ser política. Los hay que comportan decisiones ejecutivas, como la acogida del Aquarius o la expulsión de Franco del Valle de los Caídos, y los hay que fomentan un cierto culto al líder con el que su equipo de comunicación quiere espesar su personalidad e imagen pública.
Cuando Sánchez fue al Festival Internacional de Benicassim (FIB) a botar con "Señor Optimista" sabía que se publicaría y no le importó. No sólo porque es inevitable y no es nada de lo que avergonzarse sino porque además contribuye a la imagen de un presidente moderno. Pero el viaje en avión oficial ha supuesto un auténtico tropezón político.
Es difícil resumir todas las incoherencias. Su equipo de comunicación explicó que al concierto iba como un ciudadano más y la vicepresidenta, Carmen Calvo, habló de "agenda cultural" o "agenda de noche" del presidente. El Gobierno glosó una intensa actividad institucional, pero apenas fue una recepción de 15 minutos en Castellón, y porque Sánchez iba para otras cosas, y una entrevista con Ximo Puig que no tocaba. Por algo Sánchez ha establecido un estricto protocolo de reuniones con los presidentes autonómicos, muy preparadas y que tienen lugar en la Moncloa. Más parecía que Ximo Puig era el telonero de The Killers, con los que Sánchez estuvo más del doble que con el barón valenciano, para más señas enemigo interno en el PSOE hasta hace bien poco.
En tiempos de campaña electoral permanente, la campaña de gestos de Sánchez es comunicación, pero también política que no merece la pena minusvalorar. El cambio en la atmósfera política es evidente y muchos respiran mejor. Se nota en la distensión con la Generalitat y hasta en algunos barones del PP, como Alberto Núñez Feijóo, que la pasada semana parecía salir más contento de despachar con Sánchez que de lo que salía de la Moncloa con Rajoy.
Sánchez está intentando demostrar que se pueden hacer las cosas de otra manera y confía en que eso le permita multiplicar sus votos cuando pida una mayoría más amplia para acometer reformas de calado. Pero episodios como el del avión oficial y el concierto de The Killers actúan como un disolvente de la estrategia, porque lo relacionan automáticamente con otros presidentes que utilizaron medios públicos para fines privados y anulan la sensación de cambio en aquello que depende de exclusivamente de él, aunque sean gestos. "¿Veis como no es diferente a los demás?", quieren trasladar desde la oposición.
Una agenda cultural para el presidente
A nadie le llamaría la atención que Pedro Sánchez acudiese en avión oficial al concierto de The Killers y que figurase en su agenda pública si desde que llegó a la Moncloa hubiese asistido con regularidad al cine, a obras de teatro, a exposiciones o presentaciones de libros. No es elitismo, como este lunes sugirió Calvo al ironizar sobre que, si se tratase de una ópera, no habría tantas críticas. Lo cierto es que no se recuerda a Sánchez en el Teatro Real, pero tampoco en ningún otro evento que no responda a sus aficiones privadas.
La agenda diaria de Sánchez está llena de reuniones sobre asuntos protagonizados por la política territorial, presupuestaria, laboral y de derechos sociales, internacional o de seguridad. Y para todos esos asuntos hay un ministro específico que no impide que el presidente se involucre personalmente. ¿Por qué debería ser exclusivamente el ministro de Cultura el que acuda a espectáculos artísticos? ¿Por qué debería Sánchez acudir sólo de forma privada a actos culturales, como si fueran un lujo y no su obligación? ¿Está España condenada a que los políticos lean de un papel preparado su lista de libros favoritos o desconozcan las películas españolas del momento?
Sánchez desgajó la cartera de Cultura de la de Educación y aseguró que así probaba la importancia que el PSOE da a las artes, pero lo realmente revolucionario en España sería un presidente que, por curiosidad personal u obligación política, las apoyase con su presencia una vez a la semana. Y en espectáculos de todas las disciplinas. Como gesto sería tan potente como inédito en un presidente del Gobierno, especialmente en contraposición a Rajoy.
La cultura es "el disco duro de una sociedad, el alma de un país", como ha dicho Calvo recientemente en el Congreso de los Diputados. Partidos como Podemos tienen muy teorizado que propiciar un cambio cultural puede ser la más potente y duradera de las transformaciones políticas. Pero no se trata de ser tan ambiciosos sino de gestos.
La crisis por el Falcon a Castellón ya ha sido asumida por el equipo del presidente como uno de los errores de esta semana, pero podría haber sido evitado si se hubiese tratado al concierto como un acto oficial entre muchos otros.
No sólo ganaría la cultura sino que contribuiría al objetivo de Sánchez de presentarse a unas elecciones y ganarlas al conectar con los creadores y los millones de personas que acuden a espectáculos culturales.
De producirse muchas más polémicas como esta, que afectan directamente a la credibilidad del presidente, Sánchez podría acabar sintiéndose como el protagonista de Mr. Brightside: angustiado y celoso porque sea otro el que disfrute las mieles del éxito.
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