Un faro blanco se erige en la inmensidad azul. Tierra firme ante un mar que, habitualmente manso, también sabe morder con dentelladas. Es la isla de Alborán, a medio camino entre Melilla y la Península; un refugio en el que viven 11 guardianes de la Armada española. Apenas 70.000 metros cuadrados en un enclave estratégico donde confluyen lo más cruel y lo más bello del mar (ellos siempre le llamarán la mar): narcotraficantes dispuestos a vender caro su pellejo; pescadores que faenan en una zona rica en fauna marina. Y muchos, muchísimos migrantes que se lanzan en busca de alcanzar territorio español a bordo de unas barcazas que apenas se sostienen.
"Los vemos día sí, día también". El soldado de infantería de marina, Daniel Araujo (35 años), acaba de regresar a San Fernando (Cádiz) tras 21 días en la isla de Alborán. Es el tiempo que permanece cada rotación de la Armada en este territorio de ultramar. "Es de los destinos que deja más huella", añade su compañero, Jorge Otero, mismo empleo que el anterior, los dos del Tercio del Sur de infantería de Marina. En sus retinas están grabadas escenas de vida y muerte, de esperanza y de rabia.
Lo más adecuado, quizá, sería conocer qué hacen 11 efectivos de la Armada en medio del mar de Alborán. Las fronteras españolas se extienden hasta unos cuantos territorios de ultramar. Hay algunos riscos, como el peñón de Vélez de la Gomera, y también unas cuantas islas en las inmediaciones de Marruecos. Una de las más conocidas probablemente sea la de Perejil, tras el conflicto de julio de 2002: el Ejército español lo recuperó después de la ocupación de las fuerzas marroquíes. Esa, no obstante, es otra historia.
El Ejército español se encarga de la vigilancia de algunos de estos terrenos, los de mayor envergadura. Así se justifica la presencia de los 11 miembros de la Armada en la isla de Alborán, en el mar homónimo que baña las costas del norte de Marruecos y las del sureste de la Península. Su día a día se basa en el duro trabajo de observación, defensa e intervención en los casos extremos. Matan el poco tiempo libre que tienen entrenando y, en ocasiones puntuales, en torno a un televisor en el que ven un par de cadenas. Uno de los militares hace las veces de cocinero. Tienen existencias para aguantar los 21 días y preparan pan a diario.
Inadvertida por su distancia geográfica, la isla es una localización clave en el tráfico de seres humanos. Las mafias lanzan barcazas abarrotadas de personas al mar de Alborán desde las inmediaciones de Melilla. Ya sean lanchas neumáticas tipo zodiac o cayucos, las embarcaciones cubren el tramo con un motor de unos 15 caballos, con gasolina destilada y con riesgo inminente de hundimiento. En 5 ó 6 metros de eslora se agolpan entre 40 y 50 personas que confían su existencia a un Caronte que sólo quiere vaciarles los bolsillos.
El protocolo de actuación
"El patrón del barco es una persona que maneja bien la embarcación y que viaja con una pequeña brújula. En años anteriores, pasaban alrededor de la isla cogiéndola como referencia y, dependiendo de si se dirigían a Málaga o Almería, pasaban por un lado u otro". Jorge Otero detalla una realidad que ha visto con sus propios ojos, que ha llegado a acariciar con sus dedos. "Porque ahora, cada vez más, se dirigen directamente a la isla de Alborán: gastan la mitad de gasolina y saben que van a ser rescatados".
Los protocolos de los 11 guardianes de la Armada se sostienen en una rutina invariable. En la radio, 24 horas al día, 7 días a la semana, permanece conectado uno de los miembros del equipo, recibiendo mensajes de seguridad. Desde la aproximación de traficantes (no faltan en la región) hasta la llegada de barcazas de migrantes. Son las propias mafias las que dan el aviso de que han lanzado las embarcaciones: si los tripulantes llegan a destino, animarán a sus familiares a seguir la misma ruta que ellos han hecho. Más dinero para los traficantes.
Pongamos el caso de que una de esas barcazas se aproxima demasiado a la isla de Alborán. La escena es invariablemente la misma. Vida y muerte se debaten sobre un fino hilo. Calor, frío y enfermedad se cuelan entre unos pasajeros enlatados. En muchos de los casos, es Salvamento Marítimo quien se encarga de atenderlos. Pero, si se acercan a las inmediaciones de la isla de Alborán, es el momento de actuar para los 11 de la Armada.
La mitad de ellos se vuelca en recibir a unas personas exhaustas más allá de sus límites; la otra mitad mantiene las labores de seguridad. "Les decimos que se acerquen a una zona de acceso con escaleras y vamos separando a la gente que llega enferma de la que no -detalla el soldado de infantería Jorge Otero-. Se les recibe con los famosos trajes de ébola para evitar infecciones o contagios. Se les mide la temperatura, se les atiende de las heridas que puedan traer y separamos a mujeres y niños de los hombres por motivos de seguridad".
"Casi todos los días"
¿Con qué frecuencia ocurren estos episodios? "En verano, casi todos los días. Desde junio, que llega el buen tiempo...". Daniel Araujo habla de cómo es el primer contacto con los migrantes. Primero se les pregunta si entre ellos hay alguno que hable español. La mayoría de ellos proceden de países del África subsahariana de habla francesa, aunque es habitual encontrar a alguien que chapurree el castellano.
Tras una primera clasificación de acuerdo a sus necesidades, se les atiende en función del grado de urgencia. Los hay que necesitan entrar en calor con imperioso apremio. También hay quienes llegan sin ropa, zapatos... y se les viste con material donado por la Cruz Roja. Agua, comida, atención sanitaria para sus heridas. En su larga travesía hacia Europa lo han perdido todo salvo, en muchos casos, un teléfono móvil que traen envuelto en papel film para protegerlo del agua. Con ellos llaman a sus familias, les dicen que están sanos y salvo.
Jorge Otero tiene dos escenas que se le han grabado a fuego. La primera, una mujer de paso roto, tambaleante, apenas capaz de sostenerse en pie y vomitando con frecuencia. "¿Está enferma?", preguntaron a sus compañeros de viaje. No encontraban respuesta. Tras atenderla de urgencia, consiguieron arrancarle unas palabras. El diagnóstico: embarazada de tres meses.
La segunda imagen que recuerda este soldado de infantería de marina es la de un niño, apenas un año de vida, que llegó acompañado de sus padres. Ojos saltones y pelo rizado. "En circunstancias normales es muy gracioso ver a un niño tan chico, pero aquí...".
No han faltado las ocasiones en las que en el fondo de las embarcaciones se agolpaban cadáveres.
El destino de los migrantes
¿Qué ocurre con todas esas personas que llegan a la isla de Alborán? Los efectivos de la Armada comunican inmediatamente con Salvamento Marítimo, que se encarga de su transporte hasta la Península. Con suerte, la embarcación de Salvamento Marítimo puede encontrarse a unas millas de distancia y consiguen alcanzar la isla en menos de una hora. También es posible que se encuentre en tierra y que tarde algunas horas en llegar. O que no pueda aproximarse porque el mar-la mar- se ha puesto bravo y amenaza con morder: "Hay un módulo con colchones en los que pueden quedarse una noche o lo que hiciese falta", explican.
Son 21 días en la inmensidad de la nada, en una "experiencia bonita" pese a las dificultades. 21 días frente a una realidad que, con el tiempo, se ha vuelto abrumadora; rostros e historias que se escurren por el sumidero de las estadísticas. Once efectivos de la Armada que salvaguardan la isla de Alborán y que lanzan, como los soldados de infantería de marina Jorge y Daniel, un grito común: "Que la gente conozca lo que ocurre aquí".
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