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“¡Por favor! (…) Piratas (…) ¡Ataque! (…)”. La llamada es entrecortada. La voz de la mujer se vacía entre la angustia y el terror. Es 8 de septiembre de 2011 en las aguas que bañan las costas de Somalia y varios buques mercantes y de guerra reciben la señal de socorro a través del canal 16 de sus radios. También se escuchan disparos, gritos.
La comunicación se corta de golpe, con las palabras aún suspendidas en la incertidumbre. ¿Qué habrá ocurrido? Todo apunta a que la tripulación del Tribal Kat, la embarcación de recreo desde la que salió la llamada, ha sido asaltada por piratas. El capitán Rafael López de Anca, de la Armada española, analiza con tiento cada una de las palabras de ese mensaje. El catamarán está demasiado lejos. Ni él mismo sospecha en ese momento que será el encargado de liderar la misión para liberar a Evelyne Colombo, la ciudadana francesa de 58 años que ha sido secuestrada por los criminales.
Rafael López de Anca (41 años), hoy comandante, habla con EL ESPAÑOL desde el cuartel general de la Armada, en el corazón de Madrid, muy cerca de la plaza de Cibeles. Va vestido con su uniforme reglamentario y una mochila llena de humildad. Cuando lea estas líneas, tendrá que perdonar que usemos el término “heroico” para definir sus actos. Primero, porque está convencido de que “hice lo que tenía que hacer, nada más”. Segundo, porque extiende toda aquella intervención al grupo que le acompañaba, situándose a sí mismo como una pieza más de un engranaje bien calibrado. Ambos argumentos son ciertos y, sin embargo, no excluyen el empleo de esa definición.
Para el común de los mortales es octubre de 2018, pero en la cabeza de López de Anca es septiembre de 2011. Curtido en la Unidad de Operaciones Especiales de la Armada (los mejores de entre los mejores, elegidos para llevar a cabo misiones quirúrgicas del más alto riesgo), le pedimos que recuerde unos acontecimientos que, según dice, cambiaron el rumbo de su existencia. Sigue llevando el mismo uniforme, se debe a los mismos principios, pero algo en él ha hecho clic. Aquel mensaje de radio fue la llave que cambió el modo en el que ve el mundo.
La llamada de auxilio
“¡Socorro…!”. El grito ahogado retumbaba en la cabina de mando del Galicia, la embarcación de la Armada que navega por aguas próximas a Madagascar rumbo al norte. Por la zona había otras muchos buques militares. Al igual que el Galicia, estaban integrados en la misión Atalanta de la Unión Europea de la lucha contra la piratería.
El capitán Rafael López de Anca sabía lo que suponía aquel aullido desesperado. Había formado parte del gabinete de crisis en torno al secuestro del atunero español Alakrana en 2009. También había leído múltiples informes sobre secuestros de piratas en la zona que terminaron en asesinato por el impago de los rescates exigidos. Conocía cómo se las gastaban los criminales, pero había otras embarcaciones aliadas más próximas a las coordenadas del Tribal Kat (15º 27’ N 052º 14’ E) y creía que su equipo no se vería obligado a intervenir.
“El incidente había tenido lugar a 126 millas náuticas de la fragata alemana Bayern, el buque militar más próximo al incidente”, recuerda López de Anca. Habla del tirón, como si hubiera repasado un millón de veces estos acontecimientos grabados en su memoria.
El helicóptero a bordo de la embarcación alemana reconoció el Tribal Kat en medio de la inmensidad del océano. Era un catamarán de recreo y no había señales de vida. Estaba anocheciendo y el protocolo establecía que no se llevase a cabo un reconocimiento hasta que despuntasen las primeras luces del alba. El helicóptero volvió a bordo del Bayern. Cayó la noche y, con ella, la incertidumbre de qué habría ocurrido con la tripulación del barco.
Así las cosas, amaneció el 9 de septiembre. Desde el Bayern se lanzaron varios mensajes de radio al Tribal Kat. En alemán, inglés, francés, árabe y somalí. No hubo respuesta. Los militares germanos se aproximaron a la embarcación y, a bordo, se encontraron un panorama desolador: caos, desorden, agujeros de bala y sangre. Mucha sangre. Los informes de inteligencia apuntaban que dos ciudadanos franceses componían la tripulación del catamarán, el matrimonio Christian y Evelyne Colombo. La escena sugería que uno de los dos, o los dos, había resultado malherido, si no muerto.
Arranca la operación
10 de septiembre, dos días después del ataque. Una calma tensa se sostenía en una pregunta sobre la que no había respuesta: ¿qué ha ocurrido con el matrimonio Colombo? “Todos dábamos por perdida cualquier esperanza de socorro”, recuerda López de Anca. El buque militar francés Sourcouf remolcaba el Tribal Kat cuando su helicóptero detectó una embarcación sospechosa. Se trataba de un esquife precario. Poco después, un avión de reconocimiento estadounidense disipó las dudas: era una embarcación como las que habitualmente usan los piratas somalíes. A bordo viajaban siete individuos. Una gran lona naranja cubría parte de la cubierta.
“Nos dijeron que viajaban hacia nuestra dirección”, recuerda Rafael López de Anca. Al Galicia ya le había dado tiempo de aproximarse a Somalia y el esquife se encontraba a unas 35 millas de su posición. Así las cosas, un helicóptero español modelo Sea King salió a su encuentro. “Sánchez, Méndez, López, Seoane y Luna”. López de Anca recuerda de memoria los apellidos de todos los efectivos que subieron a aquella aeronave para buscar una aguja en un pajar.
Y bingo. El helicóptero español dio con el barco. “Jamás me cansaré de repetir, en agradecimiento a la callada labor de quienes tripulaban el aparato, que esa acción resultaría determinante para el posterior desenlace”. Rafael toma aire antes de explicar cómo se precipitaron los acontecimientos.
Son las 16.45. Es importante narrar los acontecimientos minuto a minuto, porque la diferencia entre el éxito y el fracaso -y por tanto, la muerte- depende de decisiones inmediatas. El capitán López de Anca y su equipo se lanzaron al océano a bordo de dos lanchas neumáticas para aproximarse al esquife sospechoso. “A las 16.52, cuando las embarcaciones de nuestro equipo estaban próximas a dar alcance al esquife, nuestro tirador, Eduardo Diéguez Iglesias, realizó los primeros disparos de advertencia para forzar su detención. Sin embargo, los piratas, ajenos a cualquier intento, continuaban su marcha sin detenerse”.
Los militares españoles casi podían tocar con los dedos a los criminales. En esas, uno de los piratas levantó la lona naranja y obligó a asomarse a una mujer de piel blanca, delgada y pelo corto y blanco. Llevaba las manos en alto y le apuntaban con un kalashnikov en la cabeza. Se trataba, sin duda, de Evelyne Colombo. La situación dio un vuelco: al haber una ciudadana francesa a bordo, cualquier intervención militar requería la autorización de París y de Madrid.
Evelyne estaba muy cerca y, a la vez, muy lejos. El corazón saltaba, empujaba a intervenir: “Puf, todo era una tensión brutal, ¡los teníamos al lado!”. Pero las reglas de enfrentamiento lo impedían. El capitán López de Anca no podía hacer otra cosa que ordenar el repliegue; si intervenían, tendrían que afrontar un juicio por haber incumplido la ley. “Fuimos en silencio de vuelta hasta el Galicia. Estábamos hundidos”.
El esquife siguió su lento pero decidido rumbo hacia Somalia. Cuando alcanzasen tierra, poco podría hacerse por Evelyne Colombo. Su vida se arrojaba sobre una cuenta atrás que se extinguía a pasos agigantados. Poco podían hacer los militares españoles, salvo enviar otro helicóptero de reemplazo para que siguiera los pasos del esquife a una distancia de seguridad.
La intervención
López de Anca y los suyos llegaron al Galicia. Los ánimos y la moral se quedaron a bordo de aquel barco pirata. La imagen de la secuestrada les pesaba como una losa.
Lo que el capitán no sabía es que, en ese plazo de tiempo, el presidente francés Nicolas Sarkozy había solicitado al español, José Luis Rodríguez Zapatero, que interviniera para liberar a Evelyne Colombo.
El comandante del Galicia, Juan Antonio Cornago, llamó a Rafael a su camarote. Tenía un teléfono móvil en sus manos: “Me preguntan si podemos hacerlo”. López de Anca cogió aire. Hasta entonces no había hecho otra cosa que seguir el protocolo establecido, pero ahora debía tomar una decisión que podía costar más de una vida. Rafael llamó a dos de sus hombres de confianza, Félix y Eduardo: “¿Se puede hacer?”. La respuesta fue unánime: “Sí. Estamos preparados. Y si algo pasa, morimos cumpliendo nuestro deber”.
-¿Quién de los dos le dio esa respuesta?
-Prefiero no decirlo.
(López de Anca sonríe por primera vez, antes de seguir con su relato).
“Había servido con los dos en otros despliegues y les consideraba verdaderos amigos, así que no se reprimieron a la hora de expresar su opinión. Nunca lo hacían y nunca me hubiera gustado que lo hicieran”.
“El instinto”
“A partir de ahí todo se precipitó y cada uno de los miembros de la unidad actuamos por instinto, poniendo en práctica aquello que habíamos ejercitado tantas y tantas veces”. Rafael dice que intervenir “no es tan romántico ni místico como se empeñan en mostrar las secuencias de Hollywood”. Su grupo iba equipado para afrontar cualquier reacción: chalecos antibalas, armas reglamentarias, comunicación por radio. De nuevo, todos embarcaron en las dos lanchas motoras y se lanzaron al océano. Atardecía y el sol se reflejaba sobre un mar picado. Las condiciones no eran, ni de lejos, las óptimas.
El helicóptero que seguía los pasos de los piratas les apoyaría. Desde el aire, el tirador Eduardo realizó una serie de disparos sobre la embarcación con el objetivo de no herir a su tripulación: si alcanzaba a alguno de ellos, quién sabe que podrían hacerle a Evelyne.
Los disparos fueron precisos, según recuerda López de Anca: “Impactaron en el motor sin herir a ninguno de los tres secuestradores que se encontraban a menos de un metro del mismo y provocaron su inmediata detención. Sin embargo, los secuestradores retiraron la tapa del motor y, aunque parecía imposible, consiguieron arrancarlo de nuevo para reanudar la marcha”.
A partir de este punto, transcribimos literalmente los recuerdos de Rafael sobre aquella intervención:
“Habían llegado las autorizaciones de Madrid y París, y había recibido la instrucción de aproximarme al esquife. Montamos las armas. Justo antes de partir recuerdo que recibimos vía radio la autorización para emplear la fuerza letal en defensa propia extendida. Es decir, para defender la vida de la secuestrada. Hicimos doble check para confirmar que teníamos esa autorización y partimos hacia el punto para hacer contacto con la embarcación.
Durante ese tránsito se estaba produciendo, o se habían producido, las dos tandas de disparos. Eduardo -desde el helicóptero- dio disparos con los que pudo detener el esquife, pero ellos pudieron volver a arrancarlo. Después volvió a alcanzarlo deteniéndolo definitivamente.
Durante esa aproximación nos colocamos en la formación habitual. Yo decido ser la primera persona que lleva a cabo los disparos para garantizar al resto de los integrantes del equipo que vamos a lanzar la operación tal y como habíamos planeado. Y eso hago. Nada más llegar allí hago todo el procedimiento de entrega escalonada de la fuerza: primero, disparos al aire; luego, al agua. Y llega el momento dado en que recibimos fuego por su parte. De tal manera que cuando empezó a producirse el intercambio de disparos ellos se movieron hacia una de las bandas de su esquife, que volcó. Resultó que ellos eran nueve piratas, y no siete, porque dos de ellos habían estado escondidos.
Como consecuencia de eso, tanto los secuestradores como la secuestrada se precipitaron al agua. Yo no tengo la conciencia de haber saltado. A veces he leído algo así como “El capitán llevó a cabo una acción completamente heroica...”. No es cierto. Lo que hizo el capitán fue cumplir su obligación. Salté de una forma instintiva porque la tenía delante. Cuando salté al agua yo llevaba mi casco, mi fusil, mi equipo de comunicaciones y noté que ella se abrazaba a mí. Noté cómo los dos nos sumergíamos... Casi de forma consecutiva se disparó el chaleco salvavidas que llevábamos en el antibalas y nos recuperaron los compañeros a bordo”.
Rafael vio a uno de sus compañeros inerte, encima de Evelyne Colombo. Le llamó hasta en tres ocasiones, sin respuesta. Cuando pensó que había muerto o que estaba herido, su compañero se dio la vuelta. Estaba protegiendo a la ciudadana francesa con su propia vida. Ella estaba exhausta. Durante dos días no le habían dado nada de comer, salvo leche. “¡Mon mari!”, acertaba a gritar. López de Anca creyó en ese momento que Christian Colombo también podía estar en esas aguas: “Le pregunté en mi mal francés dónde estaba su marido. ‘¡Mon mari!’, gritaba ella, una y otra vez. En realidad, no pedía que le rescatasen, sólo lloraba la ausencia de la persona a la que quería y a la que habían matado en el asalto del Tribal Kat”.
Nuevos problemas
Las dos lanchas de la Armada perdieron su posición. La fuerza de las olas y el intercambio de disparos desorientaron a los miembros de su equipo, que de pronto se vieron perdidos en mitad del océano sin saber cómo regresar al Galicia. “Recuerdo entonces que surgió nuestro helicóptero de la nada -relata Rafael-, que sobrevoló por encima de nuestras cabezas y que se puso delante de nosotros. Yo no podía establecer contacto con ellos, porque la radio se me había roto cuando había saltado al agua, pero entendimos que era una señal para que les siguiésemos. Así lo hicimos”.
Al cabo de unos minutos alcanzaron el buque Galicia. Todo parecía cumplido cuando se les presentó una nueva complicación: Evelyne, exhausta física y emocionalmente, era incapaz de subir la escala de cuerda para llevar a la cubierta del barco. Debía salvar una altura equivalente a siete pisos de altura y aquello se le presentó como una distancia insalvable. Cayó al mar entre gritos de socorro. La fuerza del barco la empujaba contra la cubierta y poco a poco se iba aproximando a las hélices del buque. López de Anca saltó de nuevo al mar y la arrastró hacia las dos lanchas.
“Vamos a alejarnos de aquí, a sentarnos todos y a contar hasta diez -ordenó Rafael-. ¿Estamos todos? ¿Ya? Venga: uno, dos, tres...”. Contaron hasta diez, calmaron los nervios y volvieron junto al Galicia. Esta vez, Evelyne fue capaz de subir la escala. A lo lejos aparecía la otra lancha de la Armada, con siete piratas somalíes capturados. ¿Los otros dos? Desaparecidos.
-¿Qué se encontró al llegar a bordo del Galicia?
-¿Ha visto la película Top Gun, cuando los dos aviadores llegan y les recibe todo el mundo entre aplausos y gritos? Pues algo parecido. Claro, es que desde el barco habían visto un fragor de disparos a lo lejos y pensaban que podíamos haber muerto todos. Cuando nos vieron aparecer y que todos estábamos sanos y salvo, también la ciudadana francesa, se llevaron una alegría inmensa.
Rafael López de Anca se reunió con una representación del ejército francés que había llegado a bordo del Galicia. Estaban preparados para intervenir por si los militares españoles consideraban que la operación no podía llevarse a cabo. “Yo estaba empapado, con la ropa chorreando, dejando charcos… y muy bien. Nos aplaudieron, nos dieron la enhorabuena”, relata emocionado.
Estaban agotados. Pese a ello, sus compañeros pasaron la noche a bordo de las lanchas con las que habían liberado a Evelyn Colombo: no podían subirlas a bordo del Galicia de noche y esperaron hasta el amanecer para hacerlo. Uno de ellos se rompió la clavícula en el procedimiento. El viento era fuerte, había marejada, y la lancha golpeó contra el buque en un gran impacto.
Rafael Gómez de Anca es hoy comandante, con destino en el Estado Mayor de la Defensa como jefe de equipo de Inteligencia. Está casado, tiene dos niñas de corta edad y varias condecoraciones por sus intervenciones. Entre otras, la cruz al mérito naval con distintivo rojo y la medalla de oro de la defensa nacional francesa.
La entrevista se cierra con una pregunta personal:
-¿Mantiene algún contacto con Evelyne Colombo?
-No. Y fue una decisión premeditada. Al principio nos felicitábamos las Navidades y otras fechas concretas, pero me di cuenta de que aquello era una decisión egoísta. Cada una de esas llamadas me recordaba un momento en el que mi equipo actuó como tenía que actuar, poniendo en riesgo sus propias vidas, pero que salió bien. Pero ella recordaba a su marido muerto y el momento más trágico de su vida.
*Por petición expresa del comandante Rafael López de Anca reproducimos los nombres de todos los efectivos que llevaron a cabo la liberación: “Yo creo que ni los militares ni el resto de ciudadanos estaremos lo suficientemente agradecidos a unas personas como estas, que muchas veces, por no decir en casi todos los miembros de mi equipo, no han tenido el reconocimiento que merecían. Y… bueno. Tomo esta oportunidad para hacer público este reconocimiento y para decir que con ellos se puede ir hasta el fin del mundo”.
Embarcación de asalto:
Capitán Rafael López de Anca García (comandante)
Cabo 1º Raúl Jiménez García (operador)
Cabo Christian Fernando Lozada Suárez (operador)
Soldado Diego Fernando Gallego Ortega (operador)
Soldado Miguel Moro Piñol (operador)
Cabo 1º Fernando del Monte Oliva (piloto de la RHIB)
Cabo Alberto Sánchez Ríos (Artillero de la RHIB)
Embarcación de apoyo:
Teniente Félix Rodríguez Alcántara (segundo comandante)
Cabo Guillermo Otero Dávila (operador)
Marinero Eduardo Da Silva Bohígas (operador)
Marinero Javier Rosa Chicano (operador)
Cabo 1º Antonio Muñoz Ruiz (piloto de la RHIB)
Cabo Manuel Villén Fernández (artillero de la RHIB)
Tiradores:
Sargento Eduardo Diéguez Iglesias (Primer tirador)
Soldado Antonio Angulo Pacheco (Segundo tirador)