Misión: tomar el paso de Sabzak. No era un paso cualquiera, representaba el único acceso a la provincia afgana de Badghis. Desde tiempos inmemoriales estaba tomado por asaltantes que vaciaban toda su violencia contra los transeúntes a los que robaban. Pero, en los últimos tiempos, los talibán pugnaban por hacerse con el control de la zona. El sargento José Enrique Serantes y los suyos debían liberar el paso. Una operación llamada a marcar el transcurso de la guerra de Afganistán.
Nos ubicamos en el 3 de septiembre de 2009. La OTAN había pedido al Ejército español que controlase el paso de Sabzak, que a su vez representaba la única vía de suministros entre Qala-e-naw y Herat. Eran tierras dominadas por los talibán del mulá Jamuladdin Mansoor y las milicias tayikas de Ishan Khan. Dejar este acceso en sus manos suponía perder una batalla crucial. Si la arena de Sabzak contase su historia, hablaría de siglos de violencia, ya fuera bajo la excusa de una bandera, del robo o de las pretensiones de viejos líderes personalistas.
El calor del entorno y de la historia acompañaban aquel día al contingente, compuesto por las Fuerzas de Seguridad Afganas y la compañía Albuera del Ejército español, tal y como detalla el blog El Paso de Sabzak, escrito por el teniente coronel Norberto Ruiz e ilustrado por el dibujante José Manuel Esteban.
Avanzaban en diferentes secciones para facilitar el paso, teniendo en cuenta lo agreste del terreno. La zona era de difícil acceso para los vehículos, así que, siguiendo el protocolo habitual, uno de los efectivos echó el pie a tierra para abrir camino a pie, reconociendo que el terreno fuese adecuado para el paso de los blindados. El cabo Cabrera, al que sus compañeros conocían como Peluche, asumió esta labor. El sargento Serantes viajaba a bordo del Vehículo de Alta Movilidad Táctico (VAMTAC) que abría la comitiva.
¿Sorpresa ante el fuego enemigo? Ninguna. Los militares españoles sabían que aquella misión era compleja, que los talibán y los milicianos no iban a ceder el terreno por las buenas. El sargento Serantes y los suyos traían ensayadas las maniobras que debían realizar en caso de encontrarse bajo los disparos en un paso como el de Sabzak. Cabe recordar que hasta la fecha habían perdido la vida 100 efectivos españoles en Afganistán, incluido un intérprete. Toda precaución era poca y la primera ráfaga de disparos la recibieron con tensión, pero con las ideas claras.
Peluche volvió dentro del blindado y asumió el puesto de la ametralladora pesada, tomando el relevo de su compañero el soldado Mosquera, Panchi. Desde su puesto, Peluche observó en lontananza a dos enemigos que escapaban a bordo de una motocicleta. Eran los que habían disparado contra ellos y, a todas luces, iban a por refuerzos.
La emboscada enemiga
El sargento Serantes no lo dudaba: "Esto no ha hecho más que empezar", se dijo. Comunicó las noticias a sus superiores a través de la radio: "Aquí Apache, [...] recibiendo fuego de fusilería desde las doce en nuestra posición. Hemos respondido al fuego con la ametralladora pesada y seguimos avanzando para buscar contacto. [...] Los insurgentes se encuentran metidos en pozos de tirador y tapados con mantas para dificultar su localización".
Efectivamente, aquello no había hecho más que empezar. Al poco de retomar la marcha, los militares españoles recibieron más fuego enemigo. Así arrancó la batalla de Sabzak. Apuntemos los nombres de algunos de sus protagonistas: además de Panchi, Peluche y Serantes, allí se encontraban el sargento Peinado, Gato, en el vehículo que cerraba la comitiva; el teniente Balsa, como jefe de sección; la cabo Sandra Hermoso, siempre fusil en mano, llevando más munición a la ametralladora y encargada de corregir el tiro; el soldado Robles, conductor.
El fuego era intenso. De poco servía permanecer a bordo de los vehículos: el enemigo era ágil con su fusilería ligera y la ametralladora pesada no daba para responder con la rapidez que exigía la situación. Por si fuera poco, esta ametralladora quedó encasquillada: Peluche, al mando de la misma, no podía hacer más de dos disparos seguidos.
Era vida o muerte. Seguían llegando las balas y los vehículos comenzaban a sufrir daños severos. El sargento Serantes y los suyos tomaron la decisión de desembarcar y cubrirse de las ráfagas enemigas con las puertas blindadas del vehículo. Los militares españoles respondían con sus fusiles de asalto. Ante sí tenían la cara más voraz de la guerra, que amenazaba con sus dentelladas de hierro.
"¡Todavía estoy vivo"
Pasaban las horas. Los efectivos españoles lograban avanzar en sus posiciones, obligando a algunos de sus enemigos a replegarse. Los vehículos estaban acribillados. Una bala pasó rozando la cara de Robles y le hizo una herida superficial. Sobrevivió por centímetros.
El sargento Serantes notó un golpe en la pierna izquierda. Lo primero que pensó fue que le había alcanzado una pedrada, pero fue una bala la que atravesó su carne: "¡Coño! ¿Me han dado?". En ese momento escuchó por radio un mensaje que todavía le confundía más: "¡Apache ha caído!". Apache era su sobrenombre. "¡Joder, que todavía estoy vivo!", respondió casi por instinto. Robles miró su pierna y certificó que tenía una herida limpia de bala, con un orificio de entrada y uno de salida.
El sargento Serantes, Apache, se sintió mareado. Casi sin munición, el destacamento consiguió abrirse paso hasta la base de patrullas Málaga, a unos diez kilómetros de distancia; una zona relativamente segura en la que evacuar al herido hasta Herat. Serantes fue intervenido en el hospital ROLE 2 por un cirujano búlgaro.
Al día siguiente se produciría un nuevo combate por la toma de Sabzak, de nuevo con efectivos españoles como protagonistas. Pero esa ya es otra historia.