¿Qué ocurrió el 29 de noviembre de 2003 -fecha de la que la próxima semana se cumplen 15 años- en la localidad iraquí de Latifiya? Los hechos hablan de una masacre, del asalto de unos insurgentes a ocho espías españoles que viajaban por la carretera a bordo de dos vehículos. Siete agentes del CNI perdieron la vida en las circunstancias más duras. El octavo sobrevivió sin saber muy bien cómo, indultado (quizá esa es la palabra que mejor defina la escena) por un hombre que le besó en la mejilla. Muchas dudas y una única certeza: aquella masacre cambió el modo en el que los servicios de inteligencia españoles se desempeñan en zonas de conflicto.
El contexto es crucial. Viajemos hasta Irak. Pero no al que conocemos hoy, que pugna por ahogar los últimos estertores del Estado Islámico en el país. El de 2003 también habla de sangre y fuego, aunque en otras circunstancias: en marzo de ese año había estallado la guerra en la que una coalición internacional, de la que formaba parte la España presidida por José María Aznar, pugnaba por derrocar el régimen de Sadam Husseim.
España había aportado más de un millar de militares. Y un despliegue de esas características requiere informes de inteligencia. Los que podían desarrollar los militares y los agentes del CNI desplegados sobre el terreno.
En esas circunstancias extremas, los servicios secretos confiaban en un hombre por encima de todos. Pocos españoles conocían las entrañas de Irak como Alberto Martínez, jefe del equipo del CNI en Bagdad: las estructuras gubernamentales, los apoyos de Husseim, las fuerzas militares iraquíes afines al régimen... y también a los espías locales, con quienes mantenía una estrecha relación.
Ventajas evidentes. Alberto lo sabía todo, conocía a todos y adoptaba sus costumbres. Pero eso era también un arma de doble filo en un escenario en guerra. A Alberto también lo conocían los espías locales y muchos de ellos se pasaron al otro bando al estallar el conflicto.
El CNI tenía la intención de retirarlo a él y a su equipo lo antes posible. Y que otro equipo del servicio secreto los sustituyera. La amenaza era total: el 9 de octubre de 2003 fue asesinado en su casa de Bagdad otro espía español, José Antonio Bernal. Se barajaron varias hipótesis y ninguna fue absoluta, pero la verdad es que Bernal, uno de los suyos, había perdido la vida.
Los ocho de Latifiya
Pongamos nombre a los ocho espías españoles protagonistas de esta historia. Alberto Martínez es el veterano, y viaja a bordo de un Nissan Patrol blanco junto a José Merino, José Lucas e Ignacio Zanón. Detrás, a una distancia prudencial y a bordo de un Chevrolet Tahoe azul, se encuentran Alfonso Vega, Carlos Baró, José Carlos Rodríguez y José Manuel Sánchez. Nos ubicamos en el 29 de noviembre de 2003, la fecha fatídica.
Los agentes del CNI viajan desde Bagdad hasta Diwaniya, donde se encuentra el cuartel de la brigada Plus Ultra del Ejército español. Adoptan ciertas medidas de seguridad, como viajar por la carretera secundaria y no por la autopista, más proclive a los ataques. Van armados y tienen asumida la reacción de protegerse unos a otros en caso de que ocurra algo inesperado.
Son las 15.25. A la altura de Latifiya, a unos 30 kilómetros al sur de Bagdad, un vehículo tipo berlina de color blanco se coloca detrás del convoy de los espías españoles. Acelera. Les alcanza y sus ocupantes abren fuego con sus kalashnikov. Dan a Alberto Martínez, conductor del primer vehículo, y a Alfonso Vega, el del segundo. Los otros espías tratan de recuperar el control de los coches, pero terminan en una cuneta. El coche atacante se marcha del lugar a gran velocidad.
Los espías españoles tratan de contactar a través de su teléfono satélite Thuraya con la base española de Diwaniya, sin éxito. Sí logran contactar con Madrid, pero la comunicación es mala y la llamada se corta. Están en medio del infierno insurgente y no tienen ninguna vía de escape.
Una turba se echa sobre ellos. Les atacan con fusiles y con lanzagranadas. Ellos apenas tienen sus pistolas reglamentarias. El cerco se estrecha en torno a ellos. Son minutos duros, en medio del polvorín. Van cayendo heridos, uno detrás de otro. "¡Ve a buscar ayuda!", le grita Carlos Baró a José Manuel Sánchez.
Éste cumple la orden y alcanza la carretera. Saca su arma para detener un vehículo, pero se le encasquilla. La turba cae también sobre él. Le muelen a palos, le quitan el cinturón para esposarle, le tiran una y otra vez al suelo. Sánchez no puede hacer otra cosa que intentar protegerse de los golpes. En esas, aparece un hombre con aspecto de religioso y le besa en la mejilla. Inmediatamente, la turba desaparece. Sánchez se monta en un vehículo y se dirige a la comisaría. Reúne a un puñado de agentes y regresa al lugar de los hechos.
El panorama es desolador. Los coches de los espías españoles arden. En la cuneta se encuentran sus cuerpos sin vida. Una masacre cargada de incógnitas. ¿Por qué indultaron a José Manuel Sánchez? No hay respuesta. ¿Por qué atacaron a los espías españoles? En una entrevista publicada en El Mundo, los asesinos dijeron que fue un "ataque de fortuna", que dispararon a los españoles al ver que eran extranjeros, sin saber que eran miembros del CNI.
Las preguntas
Los servicios secretos, no obstante, siempre han barajado la hipótesis de que alguien supiera los movimientos de los espías. Se llegó a interrogar a Flayeh al Mayali,un traductor que tenía trato frecuente con ellos. Algunos conocidos del iraquí dijeron que había vendido información de los agentes españoles a cambio de 70.000 dólares. Al Mayali terminó con sus huesos en la prisión de Abu Grahib. Un año después quedó en libertad sin cargos, recuerda El País.
Pero el CNI, no obstante, se hizo otra pregunta: ¿Qué se podía haber hecho para evitar la masacre? Aquel 29 de noviembre de 2003 cambió la historia de los servicios secretos españoles. Fuentes de seguridad consultadas por EL ESPAÑOL detallan las medidas de seguridad que se han extremado en "zonas calientes" como Irak.
Desde entonces, los Elementos Nacionales de Contrainteligencia y Seguridad (ENCIS, una categoría de agentes dentro del CNI) van mejor armados de lo que iban los ocho emboscados. Pero la seguridad no depende exclusivamente de sí mismos; ahora les escoltan miembros de la Unidad de Operaciones Especiales (UOE), dependiente del Mando de Operaciones Especiales (MOE) del Ejército de Tierra. Terminología militar aparte, se les considera los efectivos mejor preparados del cuerpo.
En su defecto, también es posible que les escolten agentes del Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la Policía Nacional. No se quedan atrás a los militares del UOE en cuanto a capacidades. Ir acompañados limita en cierto modo a los servicios secretos su libertad de movimientos, pero priman las garantías de seguridad.
Los vehículos en los que se realizan los traslados están ahora blindados. También se ha mejorado el sistema de comunicaciones para evitar llamadas fallidas como la que podría haber salvado la vida a los siete de Latifiya.
Una herida de la que se han tomado lecciones. El CNI no olvida y en sus instalaciones en Madrid, desde entonces, hay un monumento que recuerda a sus ocho compañeros caídos en Irak; los siete de Latifiya y el agente asesinado en su piso unas semanas antes.
Sus nombres: Alberto Martínez, José Merino, José Lucas, Ignacio Zanón, Alfonso Vega, Carlos Baró, José Carlos Rodríguez y José Antonio Bernal.
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