"...Me preguntó si lo que yo quería era ser colaborador del servicio de inteligencia marroquí. Respondí que sí, colaborador o lo que fuera, que me hacía ilusión, pero que sobre todo estaba seguro de que podía serle útil a Marruecos. [...] Que podía enterarme de cosas y hacerle trabajos que necesitara.
Mordió el anzuelo".
Ese es el momento en el que Tundra, colaborador del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), se convirtió en agente doble. Llevaba años echando una mano a los servicios de información. Primero, en los recovecos de la extrema izquierda y sus conexiones internacionales; después, en el complejo puzle del islamismo radical en España.
Pero tener un pie a cada lado del Estrecho era dar un salto al vacío: tan arriesgado como irreversible.
Tundra narra sus vivencias en El agente oscuro, libro editado por Galaxia Gutenberg y prologado por el periodista Ignacio Cembrero. Es posible que para el autor, vaciarse haya tenido algo de terapéutico. Años de una doble vida -también de cara a su mujer y sus hijos- difícil de compaginar, que a punto estuvieron de estallar tras ser detectado por la profesora de sus hijos.
O puede que ponerlos en negro sobre blanco sea el medio que haya encontrado para contarles precisamente a ellos a qué se ha dedicado en sus largas ausencias, en una compleja maraña de excusas.
En cualquier caso, el viaje se sostiene a partir de anécdotas basadas en sus seguimientos e informes, en sus labores para el Centro, en sus desasosiegos y en sus reflexiones. Pero la mayoría de ubicaciones o nombres de protagonistas aparecen desdibujados, o directamente modificados, por motivos de seguridad.
Los primeros pasos
¿Cómo se llega a ser colaborador de la inteligencia española? En el caso de Tundra le llegó en su época universitaria. Un compañero estudiante contactó con él. Tras decir que formaba parte del entorno del CESID, le sugirió que su perfil podía ser interesante.
Tundra elude los elogios propios en el libro, pero este contacto afirmó que su carácter afable y empatía, su imagen alejada de formalismos, le podían servir para obtener cierta información sobre los submundos de la extrema izquierda. Y le emplazó a una cita con alguien que formaba parte del propio CESID.
El protagonista ubica aquellos hechos en Zaragoza y da detalles sobre calles y lugares concretos. Pero como se afirma en el prólogo, buena parte de lo que cuenta está maquillado en espacios que no fueron los reales. Tenía sus reticencias, pero un fajo de billetes y la atracción por lo desconocido terminó por aceptar el trato.
Horas de charlas, conferencias y camaradería terminaron dando sus frutos. A Tundra le decían que sus informes eran buenos. De especial interés eran aquellos en los que hablaba de las conexiones con otros países, y cómo este entorno servía de puerta de entrada a supuestos agentes extranjeros.
Pero la tensión era creciente. También el riesgo, para aquel joven estudiante. Terminó la carrera y pidió a su contacto en el CESID el cese de sus colaboraciones con el centro. Este aceptó, pero no le perdió la pista.
La segunda etapa
Porque Tundra terminaría casándose con una mujer de origen árabe. Dice en su libro que es de Marruecos. Pasados los años y establecidos en una ciudad andaluza, la Inteligencia española -ya bajo las siglas del CNI- volvió a contactar con él. Le pedían que se infiltrase en la maraña del mundo musulmán para conocer sus entresijos. De nuevo, pese a las reticencias iniciales, el protagonista volvió a ser un colaborador.
De aquellos años recuerda los olores de las moquetas de mezquitas maltrechas y las excusas ante su familia: su trabajo como comercial no justificaba las monedas de países extranjeros que encontraron una vez en su bolsillo o sus largas ausencias en horas intempestivas.
Más palmaditas en la espalda y más sobres de dinero que no pasaban ningún control fiscal para remunerar sus servicios.
La doble vida era opresiva. En aquella ciudad andaluza de espacios cerrados era fácil que se cruzasen los asuntos personales con la infiltración. Así, al cabo de unos años, otro traslado con la familia a cuestas. Tundra dice que a Madrid. Y un nuevo objetivo: meterse en las entrañas del mundo diplomático, donde también se movían los hilos más finos del espionaje internacional.
Agente doble
Sus conocimientos del mundo y la lengua árabe fueron clave para ganarse la simpatía de ciertos sectores. Era una labor lenta y ardua, que en ocasiones parecía no avanzar. Sí, se granjeaba amistades y tomaba tés en despachos importantes, pero no echaba abajo los muros del espionaje. Hasta que echó un órdago a un espía de Marruecos y este picó. El entrecomillado que abre la reseña corresponde a este episodio.
El libro relata que a partir de ese momento empezó a recibir encargos del país vecinos, que siempre filtraba a sus superiores. Al mismo tiempo, hacía llegar a Marruecos informes que siempre eran recibidos con gozo. Los datos que contenían, eso sí, la mayoría de las veces estaban sesgados o manipulados, y siempre eran supervisados por el enlace que Tundra tenía en el CNI.
Pese a esos trabajos en mundos diplomáticos, el autor afirma que siguió realizando otros encargos en las esferas del radicalismo musulmán. Cuenta un viaje que hizo en coche con un objetivo, y que juntos se pusieron a rezar en una gasolinera a mitad de camino. Cuando estaban en plena oración pudo ver, a lo lejos, a la profesora de sus hijos mirando la extraña escena.
Probablemente aquella fue la ocasión en que la línea entre sus trabajos de infiltración y su vida personal fue más fina. Pero Tundra se citó con la maestra el lunes a primera hora y arguyó una serie de argumentos que le valieron para proteger su identidad.
Son las memorias de un individuo que se define como "agente oscuro" o "infiltrado por el CNI". 160 páginas en las que a través de experiencias personales se analiza la situación de los servicios de información españoles. En particular, las injerencias de países extranjeros y de los supuestos intereses marroquíes sobre nuestro país.