Empeñarse en un Gobierno monocolor es "una obsesión absurda y fuera de época". Así lo consideró este viernes Pablo Iglesias en una comparecencia pública en el Congreso de los Diputados. La temperatura va subiendo poco a poco entre el PSOE y Unidas Podemos, aunque aún no haya llegado la ola de calor. Todavía.
El líder de Podemos va colocando su mensaje mientras sigue pidiendo paciencia. "Calma", ha sugerido. Él no la ha perdido en ningún momento. Y eso puede ser, en realidad, la primera novedad. Tan solo unos días después de las elecciones, el líder morado fue a la Moncloa y ya entonces se adivinaban curvas en el horizonte. "Estamos de acuerdo en que hay que ponerse de acuerdo", dijo entonces.
Iglesias mantenía el nuevo talante, más calmado, que lució en los debates electorales en los que se proyectó como un defensor del más elemental sentido común. Un Gobierno de coalición, como en muchas autonomías y como en muchos países europeos, cae de cajón, según él.
El señuelo de la "cooperación"
Por el camino, Iglesias ha aceptado hablar de "Gobierno de cooperación", un término poco menos que lanzado a los periodistas como un hueso a un perro, pero que duró tan solo unos pocos días. Nuevos encuentros entre Iglesias y Sánchez certificaron que el bloqueo es total. Con suma tranquilidad, Iglesias reclama ministros de Unidas Podemos, con un cuarto de los escaños en la suma con los del PSOE.
Por su parte, los socialistas han optado por emitir mensajes en dirección contraria y en no negociar la investidura con Iglesias salvo que éste aceptase algunos puestos de ámbito inferior en el Ejecutivo. Desde la formación de Iglesias acusan a Sánchez tanto de filtrar los encuentros como versiones interesadas de su contenido con el único objetivo de crear un clima de presión que le permita conseguir poco menos que gratis los 41 apoyos de Unidas Podemos.
La misma táctica ha seguido Sánchez con Pablo Casado y Albert Rivera, a los que exige una abstención patriótica sin nada a cambio. Ninguno se la plantea seriamente, pero de momento ya hay importantes dirigentes en ambas formaciones que la defienden. La de Sánchez es una investidura no negociada, por desgaste del contrario.
La batalla de las culpas
Consumado el bloqueo con Unidas Podemos, comienza la batalla por las culpas. Son el mejor argumento electoral. Porque de eso se trata: de amenazar con las consecuencias catastróficas de unas segundas elecciones. Todo está ya orientado hacia ese escenario y la pregunta no es tanto qué políticas pactar en una investidura que las evite sino cuántos votos se podrían perder si se celebran.
La fecha del primer debate de investidura, que desvelará Meritxell Batet el martes que viene, será calculada a conveniencia de Sánchez. La firmeza de Iglesias se basa, como él reconoce, en que puede obtener más ventajas dentro "de dos meses y medio", aunque sea a costa de más tiempo de parálisis.
Según Iglesias, sería "una irresponsabilidad" que Sánchez condujese al país a segundas elecciones por querer gobernar solo. Pero el PSOE hace lo propio con Podemos y ataca a su líder. "La política no es un juego, ir a la investidura no es un juego, esto no es Juego de Tronos y, por lo tanto, nosotros lo que pedimos es responsabilidad, también en las declaraciones públicas", dijo el jueves Adriana Lastra, vicesecretaria general del PSOE.
Juego de Tronos es una de las series de cabecera de Iglesias y la conspiración y ansias de poder una de las críticas que más se ha lanzado desde el PSOE. No en vano, esta semana comenzaron a resurgir vídeos de la investidura de Sánchez en 2016, a la que PP, Ciudadanos y Unidas Podemos votaron "no". En las siguientes elecciones, el espacio de Unidos Podemos perdió en torno a un millón de votos.
El síndrome de 2016 volverá pronto a la política española. Esta semana lo ha hecho con amenazas inverosímiles. Según la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, Iglesias no debería votar "no" a la investidura en julio creyendo que habrá otra en septiembre, porque no la habrá. El argumento es, en realidad, inverosímil, ya que si Sánchez tiene los votos para ser presidente en septiembre, difícilmente renunciaría a ser investido por un primer revés. Pero en plena precampaña electoral, todo argumento vale si cala.
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