Pedro Sánchez se lo juega a todo o nada. Más de dos meses y medio después de las elecciones y a dos semanas de su debate de investidura, no consta ninguna negociación con ningún partido político sobre las medidas que deberá aplicar el nuevo Gobierno. Tras retirarle a Unidas Podemos su condición de socio preferente una vez celebradas las elecciones, el PSOE volvió a concedérsela para tratar de fraguar un pacto que ni siquiera ha comenzado a negociarse por el bloqueo sobre la estructura de Gobierno. Este martes, ambos se ven de nuevo en el Congreso. Será la quinta reunión que mantienen desde las elecciones.
Pablo Iglesias, con 42 diputados, exige que haya ministros morados en el Ejecutivo para conformar una coalición como hay en otros países de Europa. Sánchez, con 123, lo rechaza de plano.
Este lunes, la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, compareció durante casi una hora para explicar que, en realidad, nada se ha movido. Los socialistas están dispuestos a un "Gobierno monocolor" en el que, como mucho, Iglesias pueda aportar nombres de independientes "de reconocido prestigio" que Sánchez se compromete a no tumbar a la ligera. Pero nada de coalición.
Para demostrar su disposición a la negociación, Narbona aseguró que el núcleo duro de la Ejecutiva socialista (no el órgano al completo), aprobó por unanimidad vetar a Podemos en el Consejo de Ministros. Es decir, que el PSOE traslada que no se trata de una estrategia de su líder sino que es plenamente compartida por la dirección socialista, a la que él se debe. En realidad, Sánchez tiene un dominio absoluto del órgano, por lo que no cabría esperar otra cosa que el respaldo a sus movimientos.
Por unanimidad, la Ejecutiva aprobó un primer documento sobre el que negociar, que no fue avanzado a Podemos antes que a los medios. Como la propia Narbona reconoció, se trata de una "síntesis" o resumen del programa electoral socialista presentado en abril. En la mayoría de los puntos es incluso más vago que el programa e infinitamente menos concreto que el acuerdo que en octubre Sánchez alcanzó con Iglesias de cara a los Presupuestos.
No incluye ningún capítulo sobre la estructura del Gobierno, en el que el PSOE ve a Podemos en "instancias" inferiores al Consejo de Ministros. Tampoco contiene la palabra Cataluña y apenas una referencia a la España autonómica y su financiación, a pesar de ser temas nucleares del debate público. Según Narbona, es mejor comenzar por aquello en lo que Unidas Podemos y el PSOE están de acuerdo.
Ninguna prisa
Faltan dos semanas para la investidura y Sánchez parece no tener ninguna prisa por conformar Gobierno, aunque desde Ferraz se asegure que no hay plan b y que es urgente que haya un Ejecutivo "cuanto antes". Sólo así se explica que el candidato socialista haya tardado más de dos meses y medio en presentar las líneas maestras de su Gobierno. Y que éstas sean sólo un resumen del programa electoral ya conocido.
La propia Narbona también anunció que el PSOE no piensa "negociar" ni con el PP ni con Ciudadanos. Y a pesar de eso, les pide su abstención para que el Gobierno socialista y morado no dependa de votos separatistas. Con ERC, JxCat y Bildu Narbona aseguró que los socialistas tampoco negociarán. Y a Unidas Podemos poco menos que se le presenta un ultimátum en forma de Gobierno monocolor. Nadie sabe, una vez todos los demás grupos se comprometan a investir a Sánchez sin apenas negociar, con qué mayorías pretende gobernar en el día a día.
En el PSOE reconocen que la investidura está muy difícil en julio y ya se preparan para negociar hasta septiembre. Creen, eso sí, que todo puede pasar y no descarten que Sánchez, acostumbrado a obrar milagros políticos, lo logre dentro de dos semanas.
Lo que prepara ya el PSOE es la resaca de una posible investidura fallida. La presentación de un documento a la prensa trata de cambiar el foco y proyectar que los socialistas no sólo se preocupan por quién manda sino por medidas sociales del próximo Ejecutivo. Presentarlas, con Narbona como portavoz, es una medida más de presión a Iglesias. Si no las acepta, él será el responsable, tanto de frustrar en primer término un Gobierno de izquierdas como de la posibilidad de que se repitan las elecciones.
Síndrome de 2016
Todo conduce peligrosamente a los primeros meses de 2016, en los que Sánchez se presentó a la investidura y culpó a Iglesias de frustrarlo, desembocando en nuevas elecciones y finalmente un Gobierno de Mariano Rajoy.
Fuentes socialistas creen que el verano abrasador acabará por chamuscar a Pablo Iglesias. Creen que el líder morado, muy debilitado por los resultados electorales, la división interna y las marchas de destacados referentes, no soportará el vértigo en cuanto se aproxime la fecha de disolución automática de las Cortes. Está marcada en rojo en el calendario: el 22 de septiembre.
Aunque Sánchez haga algunas gestiones discretas para ver si es posible ser investido en julio, no quiere ceder ni un ápice de poder más del necesario a la espera de que su reelección se vaya abaratando hasta septiembre.
En ese sentido, Sánchez presiona a todos los demás partidos, en especial a Ciudadanos y a Unidas Podemos. Al primero, porque es el partido al alza del que el PSOE podría aspirar a recuperar votantes. Al segundo, porque buena parte del tradicional electorado socialista lleva años allí y cree que no le perdonará frustrar por segunda vez un Gobierno encabezado por Sánchez. En 2016, su espacio perdió casi un millón de votos. De momento, Iglesias aguanta.