Protegido por algunos correligionarios, apenas podía caminar. Asediado por los micrófonos y las cámaras, ha declinado hacer declaraciones. Incluso ha reconocido “no estar acreditado” para el entierro de Mingorrubio que, por cierto, oficia su hijo Ramon, sacerdote en un pueblo de Andalucía.
La policía ha levantado un cordón para blindar a Tejero de la prensa, que ha terminado junto a amigos y familiares refugiado en torno a un banco.
El hombre, visiblemente cansado, resoplaba tras sobrevivir al baño de masas y medios.
“Los periodistas a tomar por culo”, decían algunos de sus acompañantes. Él, mientras, estrechaba manos a diestro y siniestro. Le daban las “gracias por su valentía”.
Los más alborotados cantaban como hace años: “¡Tejero, Tejero, Tejero!”. Y el estribillo se fusionaba de vez en cuando con el “¡Franco, Franco, Franco!”.
También había menciones a Cataluña, a la crisis de violencia y a una deseada intervención vehemente de la Guardia Civil.
Tejero se arrimaba después a una casa de la colonia de Mingorrubio, a diez o veinte metros de la prensa. Cansado del sol, se colocaba después a la sombra de un árbol.