El hilo de la vida apenas sostiene los últimos alientos de Fernando. Han pasado cuatro días desde que tres terroristas de ETA les disparasen a bocajarro a él y a su compañero de la Guardia Civil en la localidad francesa de Capbretón. Raúl murió al instante, y ahora los médicos se preguntan cómo puede seguir Fernando con vida: la bala le ha atravesado el cráneo y está en muerte cerebral.
Ese hilo no se romperá hasta la detención de sus asesinos; en ese preciso instante, el agente se despidió de su existencia. Su padre, un veterano miembro del cuerpo, sentencia con dolor y orgullo: "No ha muerto hasta que los han detenido".
Han pasado 12 años de aquel episodio. El 1 de diciembre de 2007 desgarró las mismas entrañas de la Guardia Civil. Las acciones policiales habían puesto contra las cuerdas a ETA, una banda terrorista que en tiempos parecía incontrolable. Raúl Centeno Bayón y Fernando Trapero Blázquez formaban parte del Grupo de Apoyo Operativo (GAO) de la Guardia Civil, unidad de élite que fue crucial en la lucha antiterrorista. 24 y 23 años, respectivamente. Uña y carne.
El crimen
Llueve en Capbretón. La Guardia Civil despliega un operativo en el sur de Francia al detectar movimientos de uno de sus objetivos de ETA. Son las nueve de la mañana. Apenas hay gente y, aunque ambos son expertos en pasar desapercibidos -por supuesto van de paisano-, su presencia en las calles llamaría la atención. Por eso se decide posponer media hora el comienzo de la jornada.
La cafetería Les Ecureilles es un lugar como otro cualquiera para desayunar, un establecimiento junto a la carretera de Capbretón. Pura casualidad; en una esquina del bar se encuentran tres miembros de ETA. Los asesinos están alerta y algo llama su atención en Raúl y Fernando. Sospechan de ellos. Se creen perseguidos.
Pasan los minutos y los guardias civiles regresan a su coche, un vehículo oficial camuflado. Karrera Sarobe, más conocido como Ata, Asier Bengoa y Saioa Sánchez van tras ellos. Les asaltan a punta de pistola al llegar al coche. Registran el coche y en el maletero encuentran las identificaciones que acreditan a Raúl y Fernando como miembros del Instituto Armado.
El mundo al revés. La Guardia Civil era la que perseguía a ETA en esos tiempos. Los agentes se habían convertido en punta de lanza contra el terrorismo, personas preparadas durante años que no ofrecían grietas a los asesinos.
Pero el 1 de diciembre de 2007 muestra un resquicio de fragilidad. Los guardias civiles no están armados y han sido descubiertos. Los etarras no lo dudan. Ante sí tienen a su bestia negra. Arman la pistola y descerrajan sendos disparos contra los agentes. Raúl muere al instante; Fernando se aferra a aquel hilo de vida por el que caminará durante los próximos cuatro días.
La huida
La angustia desborda a la Guardia Civil. Todos y cada uno de ellos se ven en Raúl y Fernando. Y en sus padres, en sus hermanos, en sus parejas. El único consuelo, si acaso, llegaría con la detención de los criminales. Hasta entonces sólo se lloraría la muerte de Raúl por dentro. La muerte en vida de Fernando les serviría de aliento para perseguir a los asesinos.
Los tres etarras han huido a bordo de un coche que posteriormente abandonan con un kilo de explosivos. A punta de pistola asaltan a la conductora de un Peugeot 307 a la que meten en el maletero. Con este coche huyen hasta Leognan, donde abandonan a la mujer. Salvan la última distancia hasta Burdeos y se dividen en dos grupos. Karrera Sarobe, por un lado; Asier y Saioa, por otro.
El hospital
Mientras, el luto se adueña del hospital Côte Basque, en Bayona. Fernando permanece intubado, con la cabeza cubierta de vendas. La pregunta no es si vivirá o si morirá, sino cuándo. Quizá la única que se aferra a la esperanza es su madre; junto a su marido, sostiene la mano de su hijo moribundo tras un viaje precipitado desde Madrid.
La Guardia Civil acompaña en todo momento a unos padres hundidos, que no resignados. Cuatro días en los que las autoridades políticas y policiales arropan a la familia de Fernando. Cada minuto en vida, cada segundo, es una victoria sobre la oscuridad.
Al cuarto día, la Guardia Civil captura a Saioa y Asier tras una huida torpe hacia el este de Francia. En su camino han dejado varias pistas, un rastro inconfundible.
La oscuridad insalvable que se cierne sobre Fernando es ahora descanso. Ya han capturado a dos de sus asesinos. Su última lucha contra ETA se ha librado dentro de su propio cuerpo. La madre llora la muerte del hijo. Y el padre, el veterano guardia civil, siempre mantendrá una tesis frente a la incógnita médica: "...hasta que los han detenido".