Dolores Delgado pensaba que iba a seguir siendo ministra. Fuentes cercanas a la titular de Justicia aseguran que el disgusto que se llevó cuando propio presidente del Gobierno le dijo que abandonaba el Consejo de Ministros fue mayúsculo. Tanto, que no pudo evitar llorar amargamente en su despacho.
La historia de Delgado, aún ministra de Justicia, es la de un fichaje estrella lastrado por unos audios controvertidos, en los que se refería al entonces juez y ahora ministro Fernando Grande-Marlaska como "maricón", ironiza sobre el "éxito asegurado" de un prostíbulo o sugiere relaciones sexuales de jueces y fiscales con menores. El asunto estalló en 2018, pocos meses después de llegar al cargo, y se circunscribe a comidas supuestamente de trabajo, pero de carácter privado, de su etapa de fiscal, grabadas por el excomisario José Villarejo.
Esos audios la convirtieron en diana perfecta para la oposición y durante un tiempo se rumoreó su destitución. Pero Delgado resistió y se repuso, pese al alto coste personal, gracias a una implicación total en el proyecto de Pedro Sánchez y, también, en las actividades del partido. En la recta final de su mandato pudo saborear el éxito de la exhumación de Franco, una gestión que compartió con Moncloa y el Ministerio de la Presidencia, y que renovó su optimismo.
Militantes de Madrid y de toda España pudieron verla en mítines, en los que se alineó vehemente (a veces, a grito pelado) con las tesis más ideológicas del PSOE. Los que asistieron al mitin de cierre de campaña en Alcalá de Henares, el pasado 8 de noviembre, lo recordarán bien. En la sesión de investidura se mantuvo muchas horas en su escaño, más que la mayoría de sus compañeros, aplaudiendo cuando tocaba y gesticulando contra la oposición.
Delgado pensaba que seguía y, según algunas fuentes de su ministerio, Sánchez nunca le dejó entrever que cesaría en sus funciones. Lo mismo le ocurrió a Magdalena Valerio, ministra de Trabajo, Seguridad Social y Migraciones, una de las más entusiastas defensoras de Sánchez casi desde antes de que Sánchez fuese Sánchez (políticamente).
Valerio y Carcedo
Su relación con él es más personal que política, como atestiguan numerosos contactos, comidas y cenas en sus respectivas casas. Y hasta ahora, Sánchez siempre había contado con ella, hasta para oponerse a Emiliano García-Page en el PSOE de Castilla-La Mancha y crear un movimiento en favor del hoy líder del partido en las primarias.
En la marcha de Luisa Carcedo, ministra de Sanidad, puede haber más elementos. Además del personal, el de aterrizar en la cartera como un remplazo de urgencia tras la dimisión de Carmen Montón. Hasta entonces era la Alta Comisionada para la pobreza infantil. Carcedo, procedente de la Federación Socialista Asturiana (FSA), es una de las mentoras de Adriana Lastra, la todopoderosa vicesecretaria general del PSOE, y también se mostró como una incondicional de Sánchez desde el principio. "Si tenéis dudas de quién va a ganar, preguntadle a Luisa", acostumbraba a decir Lastra durante las primarias. No se equivocó, pero ya no será ministra.
No pocos describen en algunas de las formas de Sánchez la más cruda realidad de la política. Él es el presidente, como también ha vuelto a comprobar Pablo Iglesias en estos días, y su autonomía y autoridad son totales. Ha diseñado con total libertad su gabinete. Cuando lo ha necesitado, eso ha implicado deshacerse de varias de sus más entusiastas dentro del partido, como Valerio y Carcedo, ambas dirigentes con pedigrí. También deja fuera a Delgado, que había sudado la camiseta como ninguna, también en la crisis catalana, en la que la Abogacía del Estado (dependiente de su departamento) tuvo un papel primordial y polémico.
Ortodoxia económica
El resto de nombramientos se caracterizan por una importancia capital de los perfiles económicos, tanto tecnócratas ortodoxos, como José Luis Escrivá, el nuevo ministro de Seguridad Social, como liberales internacionales en sintonía con la vicepresidenta Nadia Calviño. Ese es el perfil de Arancha González Laya, ministra de Exteriores, que tendrá como "prioridad" la "diplomacia económica", según informó Moncloa. Calviño, además, coordinará todas las políticas económicas como vicepresidenta. Su perfil está muy alejado de las propuestas y símbolos de Unidas Podemos. Otras dos ministras económicas, María Jesús Montero (Hacienda) y Reyes Maroto (Industria), siguen en sus puestos, como si no hubiera habido coalición.
El mensaje parece claro: es el PSOE, y el más ortodoxo o liberal, el que manda en la política económica, especialmente en asuntos como las pensiones y la dimensión europea, que condicionan en gran medida otros de carácter interno, como la legislación laboral o las políticas del consumo. Por la elección de sus ministros, pareciera que Sánchez anticipa curvas en lo económico y quiere ir sobre seguro.
Sánchez no se ha olvidado de reforzar a sus ministros más políticos. Así, Carmen Calvo seguirá siendo su principal lugarteniente, añadiendo un área icónica (Memoria Democrática) por otra que pierda (Igualdad). José Luis Ábalos seguirá al frente de Fomento, pero con un cambio de cara (Transporte, Movilidad y Agenda Urbana). El nuevo Gobierno incorpora a un peso pesado del PSC, Salvador Illa, como ministro de Sanidad, cartera en la que a priori no tiene mucha experiencia. Su presencia en el gabinete también se justifica para engrasar aún más las posturas sobre Cataluña internamente y con el PSC. Marlaska (Interior), Luis Planas (Agricultura) y Pedro Duque (Ciencia) se mantienen en sus posturas, aunque este último pierde medio ministerio en favor de Manuel Castells (Universidades), propuesto por los morados.
Con en principio 23 miembros en el Consejo de Ministros y cuatro vicepresidencias, los morados han quedado diluidos, con pocos poderes (la mayoría, desgajados de otras carteras preexistentes en un gabinete ya no poco numeroso).