"Simplemente compara cómo fueron las últimas visitas del presidente a Barcelona y cómo fue esta. Ha ido bien". El Gobierno está contento con el resultado de la reunión de Pedro Sánchez con Quim Torra este jueves en el Palau de la Generalitat, como confirman fuentes del Ejecutivo a este diario. Si en otras ocasiones, como en el Consejo de Ministros de 2018, hubo intensas protestas callejeras que en el Ejecutivo atribuyeron a los partidos independentistas, esta vez reinó la calma aunque las medidas de seguridad siguiesen siendo extremas.
El Ejecutivo preparó a conciencia la cita con el president de la Generalitat y se preparó para la posibilidad de que Torra cayese en la tentación de escenificar una ruptura del diálogo antes de empezar. "No le convenía, porque si lo hubiera hecho habría sido muy difícil de justificar que quiere diálogo", explica una fuente de Moncloa.
Sánchez y su equipo fueron preparando el terreno en los últimos días. Por una parte, con una política comunicativa destinada a rebajar mucho las expectativas del encuentro para que, si salía bien, pudiese ser visto como un éxito de Sánchez y, si salía mal, un error de Torra. El martes, la portavoz del Ejecutivo, María Jesús Montero, aseguró que hacía falta paciencia y que el Gobierno no esperaba "frutos a corto plazo". Por otra parte, se advirtió de que esperaban a un Torra "en modo electoral".
El documento de 44 puntos
Por el camino, Sánchez fue preparando el documento de 44 puntos que finalmente entregó al president y que repartió a la prensa cuando el encuentro ya había comenzado. El Gobierno había acudido con una propuesta para Cataluña, por más que la mayoría de los puntos ya se supieran. El formato de lista, por otra parte, calcaba la estrategia de Artur Mas, cuando trasladó 23 puntos a Mariano Rajoy, o Carles Puigdemont, con sus 46. Ambas reuniones, que terminaron sin acuerdo, sirvieron a la Generalitat para justificar su agravio por que Rajoy no había aceptado sus reivindicaciones.
Al terminar la reunión, Torra se vio obligado a decir que estudiará el documento, pero que ni siquiera se pudo entrar a analizar ni sus "títulos". Mientras Torra repitió un discurso sabido, Sánchez llevó la iniciativa y pudo introducir asuntos de gestión del día a día, lejos de las demandas de autodeterminación, que intentó dejar en un segundo plano.
El discurso de Sánchez a la prensa también estaba calculado al milímetro. Se enfundó en el traje de la solemnidad y la autocrítica, pero sin atribuir culpas ni utilizar expresiones que pudieran ser denostadas por PP y Ciudadanos, que sí comentaron en profundidad el saludo de Iván Redondo, jefe de gabinete de Sánchez, a Torra bajando la cabeza.
La bandera
El Gobierno está satisfecho por la "normalidad" que respiró el encuentro, según fuentes del Ejecutivo. "Detrás de Torra siempre hubo una bandera española", destacan. Y eso es poco habitual en el Palau de la Generalitat.
Es cierto que el president presentó la visita de Sánchez como la de un mandatario extranjero, con una guardia de honor de los Mossos, pero no menos cierto que la reunión estuvo presidida por dos banderas constitucionales y estatutarias: la de España y la de Cataluña, evitando en todo momento otros símbolos independentistas (más allá del lazo en la solapa de Torra) que fueron objeto de polémica otras veces, como en la reunión de Pedralbes, donde hubo poco menos que una guerra floral.
Moncloa cree que la ausencia de conflicto, de ruptura de las negociaciones, es ya en sí mismo una buena noticia y un paso. De Torra, porque hacer lo contrario dejaría en evidencia su estrategia. Del conjunto del independentismo, porque se aviene a entrar en un carril constitucional y de diálogo institucional clásico.