Los trabajadores del Congreso han vivido este martes una jornada sin precedentes en la historia democrática de España. "Se ha cancelado puntualmente alguna vez por luto, por algún funeral de Estado. Pero jamás se ha suspendido la actividad parlamentaria por una crisis de salud pública", reconocía a EL ESPAÑOL un empleado público con tres décadas de trabajo en la Cámara este martes tras conocer que se aplazaba el pleno al haberse infectado por coronavirus el diputado Javier Ortega Smith.
El Congreso de los Diputados emplea a diario a casi mil personas entre funcionarios de carrera (400), personal laboral (65), eventuales (280) y personal de seguridad (200). La orden de la Mesa de suspender toda la actividad de la semana provocó un caos generalizado en todas las direcciones que engrasan la vida diaria de la Cámara Baja, colapsada por las dudas de sus trabajadores: "¿Se suspende la visita que hay programada para el miércoles o tengo que venir? ¿Qué funcionarios cubren la comisión de Sanidad del jueves? ¿Se dejan abiertas todas las puertas del Congreso?". Nadie tenía respuesta a sus preguntas.
Madrid amanecía este martes sumida en el caos. Era el último día lectivo de los colegios hasta nueva orden y el Gobierno iba a nuevas medidas para restringir la propagación del virus. Las miradas se pusieron pronto en qué hacían los políticos en sus puestos de trabajo, adonde asistían con moderada normalidad. La Mesa del Congreso se reunía a las doce de la mañana, como todos los martes que hay semana plenaria y, en un principio, el órgano rector se limitó a extremar las precauciones higiénicas y mantuvo intacto el orden del día del pleno.
Los trabajadores del Congreso pasaban el día como una jornada laboral más. Simplemente se extremaron las precauciones y se cumplían las recomendaciones puestas en los cristales de los cuartos de baño de lavarse con más asiduidad las manos. Las tarjetas de entrada al recinto las sustituyeron por una simple pegatina, también para evitar contagios, pero pocos respetaban estar a un metro de distancia de otras personas.
Las alarmas saltaron en plena Junta de Portavoces, cuando la portavoz de Vox, Macarena Olona, ausente de la reunión, telefoneó a la presidenta, Meritxell Batet, para comunicarle que el diputado Ortega Smith había dado positivo en las pruebas. Los 52 diputados de su grupo parlamentario se ponían en ese momento en cuarentena y las visitas a la enfermería del Congreso se multiplicaron en apenas cuatro horas: el servicio médico atendió a 25 personas, cinco de las cuales presentó sintomatología compatible con el virus detectado ya en un diputado.
Una comisión abierta
La presidenta del Congreso reunió de nuevo a la Mesa de forma extraordinaria para tomar la medida más drástica que una hora antes había sido descartada: suspender la actividad parlamentaria de toda la semana y mantener única y exclusivamente la comisión de Sanidad del jueves, adonde comparecerá el ministro Salvador Illa. Mientras los pocos diputados que ya estaban en el Parlamento abandonaban a mediodía las instalaciones, los empleados públicos seguían en sus puestos a la espera de que sus superiores le dieran instrucciones sobre cómo debían actuar.
La noticia pilló por sorpresa a sus señorías. Casi todos estaban llegando desde sus lugares de origen para asistir al pleno, que comenzaba a las tres. Hay parlamentarios que, tal cual llegaron a Madrid, cogieron el siguiente billete disponible para volver a sus casas y apenas pasaron unas horas en la capital. El Parlamento se quedó sin vida a las tres de la tarde, la hora a la que debía haber comenzado el pleno. A esa hora, solo había un par de policías y un ujier escoltabando el pasillo de entrada al Hemiciclo. Ninguno de ellos podían esconder su perplejidad ante la medida tomada. "En veinte años que llevo en esta Casa nunca he vivido algo igual", reconocía uno de ellos, incapaz de responder sobre si al día siguiente debía ir a su puesto de trabajo o no.
Vacío de diputados
Ya por la tarde, dentro del Parlamento solo seguían los trabajadores de la Cámara que no pueden desarrollar su trabajo desde casa. No había ni un solo diputado de ningún grupo parlamentario. "Ha habido mucha psicosis por el miedo a ser contagiados. Pero al final pasa lo de siempre: que se van los diputados y aquí solo quedamos los curritos", se quejaba un empleado público desde una de las puertas de entrada del Congreso.
El Gobierno interior del Congreso envió a todos sus empleados a primera hora de la tarde una circular en la que explicaban las medidas que se adoptaban a partir de este miércole: se cierra la guardería, se suspende la celebración de todos los actos extraparlamentarios de la Cámara, se recomienda a todas las personas de riesgo que se queden en sus casas y, para aquellos que presenten síntomas de haber sido infectados, se les pide que no acudan al trabajo. Pero no se permite que todos los empleados se vayan a casa.
El Congreso únicamente se ha abierto a conceder permisos en casos puntuales, para aquellos que necesiten "conciliar el cuidado de menores de 14 años o mayores dependientes", recoge textualmente la nota. Además, la Cámara Baja permite a sus casi mil trabajadores que teletrabaje única y exclusivamente "cuando sea necesario" y así lo autorice la respectiva dirección, por lo que prácticamente todos deberán acudir a sus puestos de trabajo diariamente. "Pasa como siempre en esta Casa: que hay trabajadores de primera, los diputados; y trabajadores de segunda: los curritos", se queja otro empleado que pide, al menos, que se cierren las puertas de acceso del Parlamento y se deje a bajo rendimiento. "Cuantas más puertas abiertas más personal se necesita. Lo correcto sería dejarlo con servicios mínimos, como un domingo".