Susana de Miguel se retiró como Guardia Civil en 2003 por enfermedad y Gerardo García hizo lo propio como Policía Nacional en 1999 tras un accidente en acto de servicio. Ambos dejaron su trabajo precipitadamente, mucho antes de lo que debían. Sin embargo, se han ofrecido en pleno Estado de Alarma: quieren ayudar a sus compañeros en la lucha contra el coronavirus. “Podemos hacer, por ejemplo, el trabajo de oficina y que ellos salgan”, reconocen en conversación con EL ESPAÑOL. Pero no son los únicos. RAGCE y AJPNE (asociaciones de Guardia Civil y Policía Nacional), con cerca de 6.000 afiliados entre ambas, en un comunicado conjunto, han hecho saber a todas las instituciones gubernamentales que ellos están disponibles, que pueden echar una mano si es necesario.

El fin de semana, las asociaciones, en sus redes sociales, sondearon a guardias civiles y policías jubilados. ¿Querían colaborar? La respuesta, inmediatamente, fue afirmativa. Por eso, han hecho una petición firme al Ministerio del Interior y al de Defensa –además de a otras instituciones militares y de seguridad– para mostrar su disposición. “Si nos necesitan, podemos ayudar. Es nuestro deber”, replican. Aunque, obviamente, no todos podrían hacerlo: quedarían exentos de prestar servicio los jubilados con patologías previas. "Los demás podemos echar una mano en tareas administrativas, estar en los supermercados, en las farmacias, llevar comida a las personas mayores…", detallan. 

Susana, delegada de RAGCE, desde Oviedo, es una de las muchas que se ha ofrecido sin pensárselo dos veces. Se hizo Guardia Civil por vocación. Sabía que era difícil –entonces, las mujeres no entraban en el Cuerpo. Sin embargo, en cuanto la dejaron, se presentó a las oposiciones. Estrenó uniforme en 1992 en la quinta promoción de mujeres y lo mantuvo, pasando por varios destinos (Barcelona, País Vasco…), hasta que se tuvo que retirar anticipadamente por enfermedad en 2003. “Estoy dispuesta a ayudar. Puedo atender al teléfono y que así mis compañeros, los que hacen normalmente este trabajo, puedan salir a la calle o llevar medicamentos a personas mayores”, explica a EL ESPAÑOL.

Rafael López Heredia y Laura, presidentes y vicepresidentes de la AJPN respectivamente; y Lucía, presidenta de RAGCE.

Estos días, mientras espera instrucciones, en casa, junto a sus dos hijos, uno de ellos haciendo tareas online de la universidad, cumple con lo establecido: bajar a la calle sólo para ir al supermercado y a la farmacia. “Y hablo con los compañeros en activo. De momento, están bien, pero uno de Llanes (Asturias), por ejemplo, me dijo que a lo mejor tienen que doblar”. Por eso, ella mantiene su compromiso: “La sociedad nos necesita y, en estos momentos, nuestra preocupación pasa a un segundo plano”.

De momento, no les han dado respuesta, pero todo dependerá de cómo estén los agentes que están prestando servicio. “Si empiezan a enfermar… Entonces, nosotros estaremos ahí para relevarlos”, insiste. Y recalca: “No me importa irme a otro sitio. Si me llaman, voy donde haga falta”, finiquita.



Gerardo, a disposición

Gerardo García, delegado de AJPNE, está en la misma situación. A sus 62 años, vive sólo en Torremolinos. Hizo la compra el último día, antes de que fuera oficial el Estado de alarma, y se encerró. “A mí no hace falta decirme las cosas dos veces, con una es suficiente”, afirma, con rotundidad, en conversación con EL ESPAÑOL. Sus compañeros, de momento, “están bien”, pero le importunan todos aquellos que se están saltando las normas. “Muchos por aquí, eh”, se queja.

Él siempre ha cumplido con su deber. Mamó la profesión desde pequeño y, a los 16 años, entró en la Marina. Estuvo en en Ejército hasta los 19, cuando se fue a estudiar a Francia, y volvió pidiendo el ingreso en la Guardia Civil o en la Policía Nacional, donde finalmente le dieron plaza. Y ejerció hasta el año 1993, cuando, en acto de servicio, lo atropellaron varios delincuentes en Las Palmas de Gran Canarias.

Gerardo García, Policía Nacional jubilado.

Tras varias operaciones, se tuvo que jubilar en 1999. Desde entonces, ha ayudado siempre que se lo han pedido. Por ejemplo, en Cruz Roja. Ahora, está pendiente de que le operen. Sin embargo, se ha ofrecido. “Tengo dolores, pero puedo hacer cosas. Sé que hay compañeros que están al teléfono y pueden salir. Yo puedo hacer su trabajo porque sé cómo se hace”, espeta.

No tiene miedo, es su trabajo. “Yo he tenido experiencias graves, pero en estos momentos es necesario que ayudemos a la gente. Es nuestro deber”, explica. Porque él, realmente, ya lo tenía en la cabeza. “Un día, hablando con los de la Asociación de Jubilados, les dije que podíamos ofrecernos para que dispusieran de nosotros en momentos de emergencias… y mira”. Ahora, si lo necesitan, está disponible. Se diría, incluso, que ilusionado.

Las Asociaciones de guardias civiles y de policías nacionales ya se han ofrecido. Ahora, sólo queda que los llamen. Trabajo, desde luego, hay. Sobre todo, después de que Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior, anunciara este mismo lunes la decisión de cerrar las fronteras terrestres ante el imparable avance del coronavirus en Europa.

Ante la alarma, nada se descarta. Ni siquiera que Susana, Gerardo y otros tantos guardias y policías nacionales saquen el uniforme del armario para volver a prestar servicio temporalmente. Todo sea por ganarle la batalla al coronavirus.

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