En una de esas de escapar de la cotidianidad, el otrora alcalde del municipio barcelonés de La Roca del Vallés, el socialista Carles Fernández, llamó a su amigo de siempre y ahora ministro de Sanidad, Salvador Illa (53 años). Carles sabía de la afición de Illa por las medias maratones, por las carreras para despejarse, y le invitó al pueblo que le vio crecer y en el que todavía vive a participar en una carrera popular que iba a tener lugar el primer fin de semana del pasado febrero. Estaba todo organizado ya. Pero hubo un exabrupto, el mismo viernes 31 de enero, a las 22.00 horas, el Centro Nacional de Microbiología confirmaba el primer caso de coronavirus en España. “Carles, no voy a poder ir porque, mira, ha sucedido esto”, dijo Illa por el teléfono.
Cuando tuvo lugar esa conversación -que se zanjó con un simple “claro, lo primero es lo primero”- ni Illa ni nadie sabía lo que iba a venir después. Él, que cayó en el puesto casi de sorpresa, sin experiencia previa en Sanidad y en una cartera que ni Unidas Podemos quiso en el reparto de cromos que se convirtió la formación de Gobierno, se ha visto, de la noche a la mañana, convertido en un súperministro. Ahora es al que todos miran, con un aura de bonhomía y con todos a su lado, y se ha convertido en una de las principales autoridades del Estado para hacer frente a la crisis del coronavirus. Tanto que, según ha podido saber EL ESPAÑOL, ha dejado el hotel en el que estaba viviendo y se ha mudado a La Moncloa.
Con esta situación, Illa ha dejado atrás sus visitas cada fin de semana a La Roca del Vallés. Ya no hay carreras por la vega del río Mogent, ya no ve a su mujer -la segunda tras un divorcio-, ni a su hija, ni a sus dos perros, ni a sus padres -ambos todavía vivos- ni a sus otros dos hermanos. Ya no hay tardes de domingo con papá siguiendo los partidos del Espanyol, del que ambos son forofos. Tampoco puede ir a arreglar el huerto del padre, uno de sus pasatiempos preferidos, y tiene abandonada la iglesia, en la que se inició de pequeño cuando estudiaba en los escolapios y de la que mantiene las convicciones cristianas.
La pandemia de Covid-19, que en el momento que se escribe este reportaje tiene 20.000 casos diagnosticados, 1.000 muertos y contando, ha situado a Salvador Illa en el centro del huracán. Y ello le ha pillado de sorpresa: en la web del Ministerio todavía ni se ha actualizado el organigrama y sigue figurando María Luisa Carcedo como titular. Pero, con el nuevo estado de alarma, todo aquello que no sea competencia de Interior, Transportes o Defensa, es ahora su responsabilidad. Él es el que decide sobre casi todo como autoridad delegada después del propio presidente. Por ello, EL ESPAÑOL ha profundizado en sus raíces. Ya lo escribía el francés Patrick Modiano en En el café de la juventud perdida: “Lo primero es fijar del modo más exacto posible los itinerarios de las personas, para entenderlas mejor”.
Familia del sector textil
Nacido el 5 de mayo de 1966 en La Roca del Vallés, esta no es la primera vez que Salvador Illa se ve convertido en algo de la noche a la mañana. En 1995, cuando apenas tenía 29 años, fue nombrado alcalde del pequeño municipio, de 10.700 habitantes en la actualidad. Él era el número dos de Romà Planas i Miró, un político de los de antes, de los carismáticos hasta la médula. Planas i Miró había ocupado un alto cargo en la Generalitat durante la Segunda República y, tras el franquismo y el exilio, volvió para convertirse en mano derecha de Josep Tarradellas.
En ese 1995 Planas i Miró ya estaba de vuelta de todo y no tenía demasiado interés en la política. Pero se presentó a la alcaldía porque se lo propusieron a falta de un candidato. “En realidad, Romà tenía claro que era Salvador la persona de futuro. Por eso lo puso de como su segundo”, explica en conversación telefónica Carles Fernández. Y ahí estaban ambos, uno como concejal y otro como alcalde, pero a los cuatro meses de ser nombrado, Planas i Miró murió repentinamente de un ataque al corazón. Entonces, cogió el testigo -la vara- Salvador Illa. Le tocó. Igual que le ha tocado ahora.
“Ése fue uno de los momentos en los que te estás labrando un futuro profesional y estás con la duda de si te dedicas a la política o a tu profesión. Es que tenía 29 años”, añade Fernández. Y, entonces, Illa asumió la alcaldía, su primer cargo tras un breve escarceo como concejal, mientras compaginaba las labores públicas con su trabajo como product manager en una empresa de mallas de plástico cercana a la localidad. “Estuvo unos meses en los que compatibilizó ambas cosas. Por las mañanas estaba en la empresa y por la tarde estábamos en el Ayuntamiento. Siempre hasta las tantas. También teníamos que trabajar los fines de semana”, explica Fernández.
Pero Salvador Illa ya era conocido de antes. Era, y sigue siendo, hijo de Josep Illa y María Roca, vecinos de La Roca del Vallés, como quien dice, de toda la vida. Su padre trabajaba en la fábrica Textiles y Bordados, en el municipio y todavía activa a día de hoy, y su madre se encargaba de las labores de la casa a la par que también tenía un pequeño taller textil. En ese núcleo de familia trabajadora creció junto a sus hermanos Ramón y José María, ambos más pequeños que él.
Cuando era un niño, Illa fue al colegio Escola Pía, los escolásticos, de Granollers, a escasos cinco kilómetros de La Roca, y ahí fue creciendo en el cristianismo, que todavía siente hoy en día. En ese centro pasó gran parte de su formación educativa hasta que lo abandonó para ir a estudiar Filosofía en la Universidad de Barcelona, donde estuvo desde 1984 hasta 1989 y de la que ahora es profesor asociado. Durante ese tiempo hizo la mili, en infantería, en el cuartel del Bruc, como alférez de milicia y con 100 hombres a su cargo. A día de hoy reconoce que aquella experiencia le gustó.
En esas idas y venidas, Illa seguía haciendo vida en La Roca del Vallés. Estuvo algunos veranos, de joven, siendo monitor de tiempo libre en un campamento municipal de la localidad y fundó una revista que todavía existe y lleva el nombre de Roquerols -el gentilicio del municipio-. Ello hasta que se implicó a nivel político y se convirtió en concejal de Cultura en 1987. Gastaba tan sólo 21 años. Desde entonces, aunque con algún escarceo en la empresa privada, la política ha sido su vida.
Primera crisis, moción de censura
Su paso por la alcaldía, en la que duró 10 años, hasta 2005, deja innumerables rastros. Su gran logro, además de acompañar a un pueblo en una época de prosperidad generalizada en la que se asfaltaban carreteras y se construían centros hospitalarios, fue La Roca Village. Se trata de un centro comercial, del estilo Las Rozas Village en Madrid, que ahora compite en rivalidad con la propia Sagrada Familia y se levanta cuatro millones de visitantes al año.
Construido en 1998, el centro comercial se convirtió en un motor económico para una zona apartada del centro de Barcelona. Dicen los que le conocen que Illa empezó en aquel primer momento a hacer gala de las cualidades negociadoras que ahora se le atribuyen y que ha ido desarrollando a lo largo de su trayectoria: en la política regional ha negociado con ERC en numerosas ocasiones como mano derecha de Miquel Iceta y fue, junto a Adriana Lastra y José Luis Ábalos, uno de los responsables de encumbrar a Pedro Sánchez hasta la Presidencia del Gobierno tras las últimas elecciones.
“La Roca Village en un primer momento se iba a ir a Mataró”, explica a EL ESPAÑOL el responsable del Partido Popular en La Roca, César Alcalá. “Ya estaba todo hecho y todo comprado en Mataró. Pero el poder de negociación de Illa hizo que acabara en nuestro municipio, que hasta el momento sólo era conocido por tener la cárcel de Cuatre Camins. Lo trajo aquí y Mataró se quedó a dos velas. Fue muy buena idea porque tenemos la AP-7 y ahora viene gente hasta de Francia. En Mataró no le habrían podido sacar tanto partido”, añade Alcalá.
A pesar del hito, un año después, en 1999 sufrió una moción de censura que le desalojó del poder en el mes de febrero. Ese fue su momento más duro. En junio se celebrarían unas elecciones y, si no retomaba el poder, podía convertirse en su adiós político. “Tuvo que diseñar con su equipo una estrategia de trabajo que consistía en aproximarse a la gente”, comenta Carles Fernández. “Él es bastante bueno diseñando y haciendo planificación estratégica. Va de lo particular a lo general, suele saber interpretar lo que pasa y se rodea de gente válida”, añade. FInalmente ganó las elecciones con mayoría absoluta.
Esa estrategia de rodearse de perfiles técnicos, que puso en ejercicio en la alcaldía, sigue usándola ahora. A pesar de no tener experiencia en Sanidad, Illa ha dejado en el Ministerio la mayoría de cargos que ya estaban con María Luisa Carcedo. A excepción del jefe de Gabinete, por ejemplo, la mayoría de los expertos y técnicos del ministerio ya están rodados y no han entrado de nuevas como él. Esto ha permitido que la crisis actual del coronavirus sea combatida por gente que lleva trabajando ahí, al menos, desde 2018. Ahora sólo queda dilucidar si esos técnicos han tomado las decisiones correctas y si España ha respondido con la celeridad adecuada. Pero eso se esclarecerá cuando los españoles puedan salir de sus casas y puedan seguir la actualidad desde las terrazas de los bares.
“Con Iceta, a muerte”
Pero no todo se celebra del paso de Illa por el Consistorio. Los vecinos de La Roca del Vallés, que por lo general le aman, aún recuerdan dos capítulos que, si bien no salpicaron a Illa directamente, ocurrieron bajo su mandato. En primer lugar, en el año 2000, el Ayuntamiento liderado por él aprobó la construcción de un campo de golf y una urbanización de lujo en el municipio. Rápidamente se desató un movimiento vecinal contra la acción. Por un lado, consideraban que construir el campo de golf era una excusa para erguir las viviendas y, por otro, protestaban por el impacto medioambiental que suponía la construcción, tanto en el momento como por los recursos naturales de agua que requiere su mantenimiento. El golf sigue abierto a día de hoy después de que las instalaciones fueran compradas por 1,6 millones de euros y tras varias reformas.
La siguiente controversia urbanística le llegó en 2003, cuando el Ayuntamiento de Salvador Illa aprobó una recalificación del terreno para construrir 233 pisos en la Plaza De les Hortes donde antes sólo se podían construir 70. El proceso tuvo la irregularidad de que el entonces concejal de urbanismo, Miquel Estapé, participó en la votación. Después de la aprobación, se descubrió que el padre de Estapé era propietario del 3,61% de los terrenos que se recalificaban. Por ello, el concejal debía haberse abstenido en la votación. Una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña declaró, en 2008, que el proyecto era nulo.
Nada de ello le impidió ir escalando, ir haciéndose un hueco en la política y acercándose a Miquel Iceta, su gran padrino tras Planas i Miró. En 2005 pasó a la Generalitat como director general de Gestión de Infraestructuras del Departamento de Justicia de la Generalitat y, tras ese cargo, en 2009, Illa ocupó su único puesto conocido en la empresa privada, al margen de los escarceos laborales de juventud previos a la alcaldía. Fue como director general de la productora audiovisual Cromosoma, la creadora de la famosa serie Las tres mellizas. Pero duró sólo nueve meses en el puesto y volvió a la política. A pesar de ello, según ha comprobado este diario, Illa figuró como apoderado de Cromosoma hasta que en 2012 la empresa desapareció.
Al abandonar la productora, el ahora ministro desempeñó diversos cargos en el Ayuntamiento de Barcelona y siguió acercándose a Miquel Iceta hasta que le nombraron secretario de organización del PSC, en 2016. “Iceta e Illa son muy amigos”, explica una fuente de la política catalana que ha pedido permanecer en el anonimato. “Con él está a muerte. Hay una anécdota. En las últimas elecciones, cuando salió Torra, unos días antes los de Ciudadanos en Hospitalet colgaron panfletos en contra de Iceta y diciendo cosas muy irrespetuosas contra él”, explica. “Illa se sintió muy ofendido por ello y dijo que nunca se lo perdonaría a los de Ciudadanos”, añade.
Esa cercanía hacia Iceta le valió a Illa para ser recomendado a Pedro Sánchez en las negociaciones con ERC para la pasada investidura. Todo un acierto, según, incluso, sus rivales políticos. “El suyo fue un papel clave”, explica César Alaclá, del Partido Popular. “Adriana Lastra y Ábalos pueden tener un pensamiento de partido, más de Madrid, pero Illa es que los conoce. A algunos los ha visto nacer y desaparecer, sabe por dónde van a salir. Ahí, él hizo un papel más de mediador, de negociador”, añade.
-¿Y cómo es Illa negociando, ya que le ha visto hacerlo?
-Su máxima es empezar por las cosas más sencillas y buscar el acuerdo ahí para acabar con las complicadas. Anar fent, ir haciendo. Escucha y, si está en su mano, te hace un favor. Pero también sabe ser duro. Cuando era alcalde era muy duro.
Del hotel a La Moncloa
El pasado 13 de enero, en la sede del Ministerio de Sanidad, Salvador Illa tomaba posesión de su cargo, pocos días después de ser nombrado. Su presencia quedó ciertamente deslucida ya que, en la misma sede porque ahí ocupan sus despachos ahora, estaban Pablo Iglesias y Alberto Garzón tomando posesión junto a él. Pero a Illa, ciertamente, no le importó. Entre el público asistente estaban los suyos, algunos amigos de La Roca del Vallés, su padre Josep y su madre María así como su esposa y sus dos hijas.
Además, Salvador Illa había llegado ahí como una suerte de cuota del PSC. Se había ganado la confianza de Pedro Sánchez, recomendado por Iceta y por su participación en las negociaciones de investidura con ERC -por quienes no siente ninguna simpatía, según comentan varias fuentes a EL ESPAÑOL, igual casi que la poca simpatía que siente por Ciudadanos-. Había caído un poco de rebote, en una cartera que el que tenía a su lado, Pablo Iglesias, no había querido por poco efectiva ya que las competencias de Sanidad están transferidas a las autonomías. Así, pasaba a trabajar inadvertido en la misma mesa, literalmente, que tenía Ernest Lluch, quien, como Illa, tampoco tenía experiencia previa en Sanidad y también venía del aura del PSC.
Pero la crisis del coronavirus ha querido revertir esta situación y ponerle a él en el centro del tablero. Recuerden, 20.000 casos diagnosticados, 1.000 muertos y contando. Con ese golpe en la mesa que ha pegado la situación, la suya ha pasado a convertirse en una de las carteras más rentables en lo político. Con el estado de alarma ya se ha solventado la carencia de competencias que tenía y, si todo sale bien, le servirá de trampolín político hacia algo difícil de aspirar para un ministro de Sanidad.
Todo ello, sin embargo, le ha pillado con el pie cambiado que ni ha tenido tiempo de buscarse una casa en Madrid. Illa vivía hasta ahora en un hotel de la capital madrileña y, ante la situación, Pedro Sánchez le ha ofrecido trasladarse a una de las viviendas que hay dentro del complejo de La Moncloa, según ha podido saber EL ESPAÑOL. De esta forma, está cerca y a mano para intervenir en cualquier situación y se libra de la molestia de tener que coordinarlo todo desde una habitación de hotel.
Durante estos días también se ha resentido su contacto con aquellos amigos de toda la vida, por motivos evidentes. Ahora contesta a los WhatsApp cuando buenamente puede, aunque intenta no perder el contacto del todo y, por ejemplo, cuando hace dos semanas cumplió 60 años un amigo suyo, Illa se grabó un vídeo felicitándole para que lo reprodujeran en la fiesta a la que le invitaron pero no ha podido ir.
Porque ya ha dejado de ir a su La Roca del Vallés y de ver a la familia que le sigue esperando ahí. Ellos tampoco pueden ir a Madrid a verle, por el confinamiento, y el huerto de su padre se debe de estar echando a perder porque hasta ahora era Salvador el que cuidaba de él, después de haberse quedado sin el huerto de su propia casa. Sus días ahora son sólo coronavirus, arañando el tiempo que tenga para salir a correr por los jardines de La Moncloa, su particular forma de desestresarse. Los mismos jardines que ya fueron recorridos hasta el hastío y religiosamente por el anterior presidente, Mariano Rajoy. Mientras, los españoles claman por que sepa hacerlo bien y pasan sus días en casa como aquel breve capítulo de Sartre: “Martes. Nada, he existido”. A por un día más.