Rafael Aguilera no entiende de tibiezas. Hace unos meses, en octubre del año pasado, el alcalde de Alcalá del Valle, en el interior de la provincia de Cádiz, encabezó una protesta en su pueblo para evitar que una segunda casa de apuestas abriera en la localidad. Decía que “bastantes males” había traído ya para su gente la primera. Una segunda, le explicó a este reportero, “sería como un cáncer” para sus 5.100 vecinos, jornaleros en su mayoría -muchos, temporeros en Francia-.
Hasta esta semana, su rostro apenas lo conocía nadie. Pero este martes, entre lágrimas, abatido, las cámaras captaron a Rafi, como lo conocen en su pueblo, saliendo de la residencia La Pasionaria. Rafael Aguilera era la viva estampa de la impotencia, de la desolación. Tras desatarse un brote del coronavirus en el geriátrico del pueblo que gobierna, tres ancianos han muerto y se han producido 56 contagios, entre usuarios (37) y personal del centro (19).
El regidor lloraba porque a 27 de sus “viejecitos” los evacuaban a un centro de La Línea de la Concepción, también en la provincia de Cádiz pero a dos horas de allí por carretera. “El resto los tengo hospitalizados”, dice por teléfono horas después, cuando ya está más tranquilo.
Habían sido casi cinco días -desde el pasado viernes- de apenas dormir, de reclamar la ayuda del Ejército, de pedir a su gente que no saliera a la calle ni un segundo, de ofrecerle a la Junta que aislara a los ancianos en unos locales que el ayuntamiento había habilitado. Pero el Gobierno andaluz, que lo llamó alarmista, acabó trasladando a los internos de La Pasionaria fuera de Alcalá del Valle.
Uno de ellos intentó amarrarse a los barrotes de un balcón para tratar de evitarlo. Era Luis, un hombre de Cádiz que hace tiempo sufrió un ictus. “Rafi, que no me lleven”, le suplicó cuando, tras pedir permiso a la Guardia Civil, Rafael Aguilera se acercó para convencerlo de que en ese momento era la mejor decisión.
“Vais a volver pronto. Lo prometo”, respondió Rafi.
"Como si me contagiara yo"
Rafael Aguilera milita desde joven en Izquierda Unida. Idolatra al Che Guevara. Cree en el comunismo. Quizás no en el de Estado, pero sí en el de su pueblo, en el de calle a calle: sabe que a sus vecinos, quienes por un jornal se desloman y se parten la espalda, nadie les va a regalar nada, y que sólo de forma conjunta pueden salir adelante en un lugar donde es muy difícil hacerlo. Por eso él ha sentido tanto el brote del virus despertado en Alcalá: “Es como si me contagiara yo”.
Rafael Aguilera, de 41 años, tiene un hijo y vive en pareja. Uno de sus hermanos cayó en las drogas siendo joven. Sigue siendo adicto. Por eso él no quiere otra casa de apuestas en Alcalá: “Sé lo que es que una adicción entre en tu casa; cuando lo hace, salen por la puerta la felicidad y el amor de una familia”.
Antes de ganar la alcaldía de su pueblo en los últimos comicios locales, Rafi presidió durante seis años la cooperativa de agricultores de Alcalá. Entre otros productos, manipulaban casi un millón de espárragos al año, exportaban por toda Europa y, “lo principal”, generaba empleos para más de 100 mujeres cada temporada.
El hombre al que este martes vieron llorar es hijo de fruteros. Ha sido jornalero, emigrante, socio en una pequeña empresa de construcción y “nunca” ha cobrado el paro. Ahora, tras evacuar la Junta a los ancianos, pide que se haga un estudio aleatorio en Alcalá para comprobar el nivel de contagio que puede haber en la localidad, donde el lunes se registraba un tercio de todos los positivos de la provincia de Cádiz. “Yo nunca he llorado más que en estos días. Espero no seguir haciéndolo”.