“Cuando lleguéis al pueblo, me llamáis. La Guardia Civil y la Policía Local ya saben que venís”.
Jueves 26 de marzo. 16.50 horas. Un agente de la Benemérita da el alto al coche en el que un periodista y un fotógrafo de EL ESPAÑOL llegan a Zahara de la Sierra, en Cádiz.
La localidad, con 1.400 habitantes, se enclava en lo alto de un risco del parque natural de la sierra de Grazalema. A lo lejos, mientras se cruza el inmenso embalse que tiene a sus pies, Zahara recuerda a un antiguo pueblo-fortaleza con su castillo en la cumbre.
“El alcalde viene en seguida. Nos ha avisado. Sin permiso no se puede acceder al pueblo”, dice el guardia civil que, junto a una policía local, controla el ‘check point’ habilitado en el único acceso abierto a la localidad.
Las otras cuatro entradas restantes se encuentran cerradas hasta nueva orden. Ahora, todo coche que llegue o se vaya de aquí ha de pasar por delante de esta pareja de agentes del orden. "Es algo innegociable", advierten.
A los pocos minutos de llegar los reporteros, Santiago Galván, alcalde de Zahara de la Sierra, aparece caminando cuesta abajo. Lleva mascarilla y guantes. De aquí en adelante siempre mantendrá un par de metros de distancia con los reporteros.
“Toda medida es poca para frenar la llegada del coronavirus a mi pueblo”, dice. “Por el momento, estamos haciendo bien las cosas. Cero contagios y sin sospechas de que alguien pueda estarlo”.
En España, a fecha de este pasado viernes, se llevaban registradas 4.858 muertes y 64.059 casos de contagio del Sars-Cov-2. 3.793 de esos contagios se han producido en Andalucía, donde la cifra de víctimas mortales asciende a 144. En la provincia de Cádiz, donde se encuentra Zahara, hay 348 personas con el virus y se han producido seis fallecimientos.
Precisamente, tres de esas muertes se produjeron el pasado fin de semana a sólo 37 kilómetros de aquí, en un geriátrico de Alcalá del Valle, donde se contagiaron 58 personas. Por eso en Zahara de la Sierra quieren ser muy cautos.
La media de edad de su población es de 45 años, según el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía. Casi un 22% de sus vecinos tiene más de 65 años. Tras decretarse el estado de alarma sanitaria en España, esta localidad gaditana ha decidido llevar al extremo una serie de medidas para evitar que el virus se propague por sus empinadas calles y enferme a sus vecinos, entre ellos la treintena de ancianos que viven en la residencia de este pueblo.
Desde el pasado jueves 19 de marzo, este pueblo gaditano se ha aislado todo lo posible de la vida más allá de sus ‘fronteras’. Sólo salen de aquí los vecinos que estos días todavía tienen que ir a trabajar, aunque cada vez son menos por el confinamiento que vive el país.
Desde ese día, nadie que no resida en Zahara puede entrar, sólo se permite el acceso a vehículos de empresas proveedoras de alimentación o farmacia, y se ha instalado un punto de desinfección junto al puesto policial ante el que se detienen todos los vehículos que llegan.
“Venga, pasad el coche si queréis”, dice el alcalde. “Pero echadlo a un lado unos metros más arriba. Iremos andando”.
De repente, mientras cruzamos un paso elevado de peatones, dos hombres, Jacinto Acebedo y Atanasio Seller -ataviados con monos de plástico grueso, mascarillas para sulfatar plantaciones agrícolas y unas gafas antisalpicaduras- rocían el vehículo con una mezcla de agua y lejía. Techo, llantas, puertas, cristales…
Son apenas seis o siete segundos de espera. Al instante de retomar la marcha, las ruedas del coche pasan por un badén sanitario. Se trata de una especie de pequeña charca de 20 centímetros de altura cercada con ladrillos y cemento en los laterales. “Así, los vecinos del pueblo se llevan las ruedas totalmente desinfectadas cada vez que entran y salen”, explica el alcalde de Zahara.
- ¿Qué le dicen por haber tomado todas estas medidas tan drásticas?- pregunta el periodista.
- Están contentos. Sé que a todos les hemos cambiado algunas rutinas al hacerlos salir y entrar por un punto concreto del pueblo, pero por el momento están dando frutos. No sé si habrá algún otro punto en España sin ningún vecino contagiado o sin síntomas.
- ¿Piensa mantener estas medidas hasta que el Gobierno levante el confinamiento?
- Sí, estas y otras como las que ya hemos puesto en marcha: este es un pueblo que vive del turismo y de la agricultura, esencialmente. Nuestros autónomos no van a pagar luz, agua ni tasas locales mientras dure esta situación.
Hasta la fecha, el 'plan anticoronavirus’ de Santiago Galván mantiene a Zahara libre de contagios. Además del punto de control en la entrada del pueblo, el Consistorio lleva a cabo la desinfección de la localidad casi a diario. Para evitar que la gente salga a la calle también ha contratado a dos mujeres para recepcionar los pedidos de compras de los vecinos.
A estas dos empleadas se les ha entregado un teléfono móvil al que los zahareños pueden llamar y decir el listado de alimentos que necesitan. “La clave es que nos mantengamos en nuestras casas. La gente puede ir a comprar por su cuenta, pero si lo podemos evitar, mucho mejor”, explica el alcalde.
Voluntarios con su propia maquinaria
Zahara cuenta con un equipo de hombres que se encarga de mantener desinfectadas las calles del pueblo. Ocho de ellos son voluntarios, aunque también hay operarios municipales. Algunos de los voluntarios incluso han aportado su propia maquinaria.
Jacinto Acebedo, de 45 años, es uno de los dos hombres que esta tarde se encuentra desinfectando los coches que llegan al punto sanitario instalado en el único acceso abierto en el pueblo. Jacinto ha aportado una máquina oruga con la que poder trasladar sin esfuerzo garrafas de lejías o pistolas de sulfatado.
“Hay que ayudar al pueblo de alguna manera. Yo no lo hago por mí o por los míos, que también, sino por todos nosotros. Si mis vecinos están bien, seguro que yo también”, explica Jacinto.
Otro de los voluntarios es Rafael Jiménez. Lo encontramos en un almacén municipal junto a otros hombres que se han prestado a ayudar. Rafael está colocándose el equipo necesario para salir a desinfectar las calles de su pueblo. Alguno de sus compañeros le gastan bromas cuando el periodista se acerca a hablar con él: “Venga, que ahora que parece que te vas a luna te vas a hacer famoso”.
Rafael se dedica a la agricultura. Tiene terrenos con olivos y cereales. Como es época de lluvias, puede prescindir de un par de tractores y cederlos al ayuntamiento para las tareas de desinfección en las que él también colabora.
“Aquí cada uno pone de su parte lo que puede. Por lo menos vamos a intentar que ese maldito virus no llegue a nuestras casas. Para estar sentado en el sofá, prefiero ayudar a mi gente haciendo esto”.
Auxi, la repartidora de compra
Uno de los servicios que más está evitando que los zahareños salgan de casa lo gestionan Auxi Rascón e Isabel Orellana. Ambas fueron contratadas el 17 de marzo por el ayuntamiento de su pueblo. El Consistorio ha habilitado una línea telefónica donde los vecinos pueden hacer el pedido de compra. Auxi e Isabel son quienes están al otro lado.
“Es sencillo. Nos llaman, tomamos nota, vamos a los distintos supermercados, fruterías o pescaderías del pueblo, y compramos lo que nos han dicho”, explica Auxi Rascón, una sevillana que llegó a Zahara por amor. “La recepción de los pedidos, normalmente, la dejamos para la tarde. Al día siguiente, por la mañana, compramos y hacemos el reparto en cada casa. Usamos nuestros coches, pero también se nos paga la gasolina”, añade.
Pero, ¿cómo pagan Auxi e Isabel los productos adquiridos? Auxi explica el método que emplean: si, por ejemplo, son 40 euros de compras, ella o su compañera llaman al cliente y preguntan si le van a dar el dinero exacto o billetes de mayor cantidad.
“Si me dicen que van a darme 50 euros, me llevo diez de cambio dentro de una bolsita de plástico del negocio en el que he comprado. Cuando les llevo la compra, ellos me dan a mí los 50 euros, yo les entrego 10 y de nuevo vuelvo al comercio a darle lo que es suyo. Sencillo. Ya te lo he dicho”.
- ¿Y qué le piden más los zahareños estos días?- pregunta el reportero.
- Tabaco, a puñados. Lejía, a espuertas. También chocolate y chucherías. Luego, pues las cosas más normales, como carnes, pescados, leche, pan, café... Preservativos, por el momento, nadie me ha encargado- termina Auxi con una sonrisa pícara.
Son casi las 7 de la tarde, cerca de anochecer, y las calles de Zahara siguen vacías. Sólo se ve a los operarios del ayuntamiento y a los voluntarios. Están desinfectando con lejía y agua cada esquina del pueblo.
Un matrimonio se ha asomado al ventanal de su pequeño balcón cuando ve a dos desconocidos caminando por la calle. Son Eugenia Millán, de 76 años, y Antonio Román, de 83. Viven solos.
Pronto, en unos días, cuentan que llamarán a Auxi o a Isabel para que les hagan la compra. Hasta el momento no las han necesitado porque tenían llena la despensa. Antonio, desde la altura de su balcón, se queja de que lleva "demasiados días" sin poder salir a caminar.
- Uy, este sí que lleva mal lo de estar aquí encerrado. ¡Acostumbrado a darse caminatas diarias de 11 y 12 kilómetros!- explica Eugenia.
- Sólo salgo para ir a por el pan día sí, día no. Aunque me subo a la azotea a estirar un poco las piernas- añade él.
- Pero estamos muy contentos- apostilla la esposa de Antonio-. Nuestro alcalde está consiguiendo que aquí no haya contagios. Vosotros, venga, volveos a casita pronto.