Cuando la Policía o la Guardia Civil dé el alto al coche que conduce Sandra (pseudónimo), la mujer -poco más de 30 años, origen latinoamericano, atractiva, cuerpo escultural- mostrará a los agentes el extracto del cajero de su banco. También enseñará los billetes de la cartera. De camino a su destino, si ve algún comercio de alimentación abierto detendrá su vehículo y tratará de hacer una compra, 50 o 60 euros bastará, algo convincente. Si la vuelven a parar en otro control, echará más condimento a su explicación. “Agente, vuelvo a casa”, dirá con tono dulce y sonrisa agradable. “He tenido que sacar dinero y me he desviado un poco porque había cajeros inoperativos. De paso, he hecho una compra”.
¡Adelante, adelante, siga!
Pero Sandra, esta noche, no volverá al hogar con sus niñas y su madre, que se ha quedado a cargo de las nietas. Sandra tiene que trabajar. No le importa que España viva confinada desde hace ya casi mes y medio. Es una prostituta de lujo. Entre sus clientes cuenta con altos ejecutivos, abogados, médicos, empleados de banca, futbolistas… Gente que puede pagar los 1.000 euros -es el precio mínimo- que cuesta uno de sus servicios. De ahí hacia arriba. En una sola noche, hace un tiempo, en Madrid, ganó 6.000 euros. Conoce a otras chicas que se han embolsado 15.000 en unas cuantas horas.
Esta noche, Sandra va a participar en una orgía en un chalet. No dice dónde. Pero sí con quién: lo ha organizado un matrimonio aficionado a mantener sexo en grupo y al intercambio de amantes. Al encuentro asistirán un par de personas más. La pareja que ha contactado con ella quiere que Sandra esté presente. Habrá cena con chef privado, champán francés, ginebras y whiskies caros, probablemente cocaína y, por supuesto, sexo.
“No son encuentros sexuales al uso en el que llegas, lo haces y te marchas”, explica Sandra. “Es otro concepto muy distinto al de la calle. Se trata de fiestas privadas en casas o restaurantes. Cenamos, charlamos después con una copa en la mano y nos divertimos. Si nace el feeling necesario con esas personas, follamos. Si no, me vuelvo a casa sin ningún compromiso”.
Sandra vive en el Levante español. Hasta el 14 de marzo, además de participar en orgías privadas trabajaba en un local de prostitución “de alto standing”, según sus propias palabras. Cuenta que estaba dada de alta en la Seguridad Social como camarera o como empleada de sala, no sabe muy bien.
La chica explica que algún cliente de ese negocio ha llegado a gastar 90.000 euros en una sola noche y con una sola mujer. “Cuando empieza el buen tiempo y la temporada de golf, a la zona llega gente con mucho dinero. Y, claro, no sólo juegan al golf”, explica Sandra.
Tras decretarse el estado de alarma en España, el jefe de Sandra la incluyó en un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Ahora intenta traer a casa algún dinero añadido a la prestación que ha de recibir. Y si tiene que saltarse el confinamiento, se lo salta. Aunque también reconoce que está rechazando algunos trabajos por temor a contagiarse del coronavirus Sars-CoV-2.
Cierre de locales de prostitución
La actualidad sanitaria y política derivada de la pandemia está solapando casos de cierre de locales y puntos de prostitución por todo el país. A principios de abril, la Policía Nacional cerró en Madrid un burdel ubicado en el 127 del Paseo de las Delicias, donde el trasiego de clientes era frecuente.
Ese mismo cuerpo desmanteló la semana pasada una organización criminal de trata de mujeres. Se detuvo a siete personas como presuntos autores de un delito de trata de seres humanos. Se liberó a 12 mujeres, una de ellas menor de edad, que estaban siendo víctimas de explotación sexual en Córdoba y Jaén. Habían sido captadas en Colombia.
Según estiman las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en España existen 12.000 víctimas de trata. Otras fuentes calculan que esa cifra podría ascender a las 100.000 en todo el país, de las que alrededor de la mitad serían mujeres explotadas.
Dos citas con un único cliente
El teléfono de Sandra no deja de sonar en todo el día. Llamadas, mensajes de Whatsapp, conversaciones privadas en redes sociales. “Desde que todo esto empezó, he recibido alrededor de 14 propuestas formales, no simples contactos. De esas 14, he dicho sí a dos. En ambas, con el mismo hombre. Sé que no se ha saltado la cuarentena y que no se ha movido de casa. Como confío en él, accedí. Es cliente desde hace ya un tiempo”, cuenta esta prostituta de lujo.
Sandra cuenta que durante este tiempo no se ha hecho ninguna prueba para detectar si está contagiada. Admite que tiene miedo de contraer el virus. La mujer explica que conoce a otras prostitutas de calle y de locales modestos que, a diferencia de ella, no pueden elegir a sus clientes. Tampoco cuándo ni cómo. Algunas ya están empezando a prestar sus servicios en sus propias casas, para evitar desplazamientos y posibles multas que no tendrían con qué pagar.
“Hay chicas que están asumiendo un riesgo alto, pero si no tienen para comer, ¿qué hacen? En la calle nunca sabes quién es tu cliente. Algunas están optando por no dar besos y directamente descartan el francés natural (sin preservativo). Aunque es para nada, el simple contacto las puede contagiar. Una compañera me dijo que había empezado a pedir a los clientes que se lavaran con agua hirviendo antes de practicar sexo. Muchas prostitutas son chicas sin apenas formación, que tienen mucha necesidad y que están dispuestas a enfermar si con ello consiguen salir adelante. Yo, por suerte, estoy en una situación muy distinta”.
Sandra, con el coche y la casa pagados, vive con holgura económica.
- Orgías como a la que le han invitado, ¿siguen celebrándose en toda España pese al confinamiento?- pregunta el reportero.
- Por supuesto. Yo ahora pido un mínimo de 1.000 euros por si me multaran. Pero, por el momento, no he tenido problemas para desplazarme. Hasta con una barra de pan la Policía me ha dejado continuar sin preguntar mucho más.
A Sandra, por el momento, le gusta lo que hace. Cuenta que se lo toma como un oficio cualquiera, que le resulta una vía de escape. “Me lo paso muy bien. Me interesan las fiestas blancas [en las que se mezcla sexo y cocaína]. En ellas se gana mucho dinero sin tener que actuar como una máquina sexual. Resulta como si estuvieras conociendo a una chica en una discoteca y te apetece acostarte con ella”.
La prostitución de lujo en España no se confina. Sigue siendo tan discreta como antes de la pandemia. Chicas bonitas, dinero fácil y ahora, debido al estado de alarma, mucha picaresca para saltarse los controles policiales.