La tarde del 17 de junio de 1980, Pedro J. Ramírez hizo su debut como director. Y lo hizo de la forma teatral que siempre ha exhibido. Con apenas 28 años, se subió a una de las mesas de la redacción para hacer su declaración de intenciones al frente de Diario 16. Aquel speech, lleno de referencias al periodismo americano, al Watergate, a Camelot, provocó una reacción entre incrédula y esperanzadora en la baqueteada redacción.
Con apenas tres años de vida, el periódico vivía crisis tras crisis y no acababa de cumplir las expectativas despertadas en su nacimiento a los compases del himno Libertad sin ira. De entre las entusiastas proclamas del imberbe director, probablemente, la más recordada sea la cita del general Ridgway en el momento más crítico de la Guerra de Corea: “Estamos rodeados; esta vez el enemigo no escapará”.
El aspecto de la redacción, pese a estar recién inaugurada, distaba mucho del de los periódicos de vanguardia. Pintada de un amarillo chillón, se encontraba al final de un larguísimo pasillo, que cruzaba los viejos talleres (teclistas, montadores, correctores), los almacenes de bobinas de papel y la zona ocupada por una diminuta rotativa conocida por su aspecto de juguete como la Señorita Pepis. Todo ello ocupaba un ala de la sexta planta de una mole en la que convivían trabajadores de cuello azul y cuello blanco.
Al grandísimo editor que fue Juan Tomás de Salas, el creador de la mítica y decisiva revista Cambio 16 se le resistía el diario. Atascado en los 14.000 ejemplares, no conseguía ni ser rentable ni influyente. Así que, en uno de sus arranques entre la genialidad y la locura, decidió poner el destino del periódico en manos del veinteañero Ramírez. Era una opción muy arriesgada. O salvaba el diario o lo hundía. La segunda posibilidad destacaba como la clara favorita en las apuestas.
Ramírez, pese a su juventud, contaba a su favor con el bagaje adquirido en su estancia en Estados Unidos, algo inusual en los periodistas de entonces. Y ya había destacado como corresponsal político en ABC con sus crónicas sobre las cortes constituyentes y, sobre todo, con su Crónica de la semana, una columna que se había convertido en referencia para conocer los entresijos de la entonces muy agitada vida política.
Apenas cinco semanas después de la toma de posesión, cuando Pedro J. todavía estaba descubriendo que la situación del diario era mucho peor de lo que se le había anunciado, llegó una de las noticias que, según propia confesión, desmienten su fama de persona sin sentimientos. La prematura muerte de Joaquín Garrigues Walker le derrumbó anímicamente.
Además de su amigo personal, se trataba de la gran esperanza blanca, del Kennedy español –y lo que eso suponía para el joven aún imbuido de su experiencia americana-, el hombre destinado a ser el próximo presidente del Gobierno. Un retrato en el despacho del director serviría de guía para sus futuras decisiones al frente del periódico.
La prematura muerte de Joaquín Garrigues Walker le derrumbó anímicamente
Era inimaginable una peor noticia para empezar. Pero en aquella España convulsa no había tiempo que perder. Ramírez puso en marcha cambios radicales que transformarían de forma decisiva, no sólo Diario 16, sino la prensa española. Tras una feroz lucha con la Asociación de Prensa y con la inercia de los periodistas de no trabajar los domingos, rompió el monopolio de las llamadas Hojas del Lunes, que se publicaban ese día sin competencia alguna.
Convirtió Diario 16 en lo que llamaba “el periódico continuo” –algo parecido a la prensa digital de hoy día- con cuatro ediciones diarias, que actualizaban continuamente el periódico desde primera hora de la madrugada hasta la tarde durante los siete días de la semana. Reformó por completo el diseño del periódico, siguiendo el ejemplo de la vía intermedia entre los tabloides y los quality papers, que representaban sus periódicos de referencia: Newsday, en Nueva York, y el Daily News.
Renovada la apariencia, lo decisivo era la información. La actitud crítica del diario con el presidente Adolfo Suárez desembocó en un inmenso titular: “Suárez tira la toalla”, cuando el jefe de Gobierno renunció. Luego vendría el 23-F, con el arriesgado titular de la edición extra Fracasó el golpe, horas antes de que fracasara. Justo un año después, Ramírez sufriría su segundo 23-F con la expulsión de la sala donde se celebraba el juicio contra los golpistas.
El periódico, especializado en temas de la milicia, no cesaba de publicar informaciones comprometidas para la vieja guardia militar. No es de extrañar que estuviera prevista la toma de la redacción por los golpistas o que se intentara secuestrar la edición del periódico. Por si fuera poca la presión, en la planta tercera del mismo edificio tenía su sede El Alcázar, órgano de los golpistas y no resultaba inusual coincidir con ellos en el ascensor.
Diario 16 fue alcanzando una inmensa notoriedad. Sus portadas sobresaltaban cada día, por sus exclusivas o por la originalidad de sus diseños. Aún permanecen en el recuerdo la primera página de la victoria socialista del 82, con una inmensa V haciendo de marco a la imagen de González. O la del gigantesco titular SA-TIS-FAC-TION, tras el memorable concierto de la tormenta de los Rolling Stones ese mismo año.
Pedro J. Ramírez se atrevió con muchas y, a veces arriesgadas, apuestas políticas. Entre ellas, hay dos que acabaron en fracaso. Una fue el decidido apoyo a la llamada 'Operación Roca', en un último intento por rescatar el legado liberal de Joaquín Garrigues Walker, resultó ser un estrepitoso descalabro electoral. La otra, una carta del director titulada Mi voto por Landelino, el domingo 23 de octubre de 1982, día en que González obtuvo su arrolladora mayoría absoluta y la UCD quedó reducida a la mínima expresión.
Enemigo del Gobierno socialista
Complaciente en un principio con el Gobierno socialista, pronto acabó la luna de miel. Fundamentalmente, la investigación sobre la guerra sucia de los GAL situó al periódico, y a Pedro J. Ramírez como cabeza visible, como enemigo número uno del gobierno socialista. Una bronca del propio González a Ramírez, ante testigos, cuando se celebraba el día de la Constitución del 87, y el agrio debate televisivo con José Luis Corcuera, que acabó con graves amenazas por parte del ministro del interior, vaticinaban lo peor.
Las presiones del entorno del Gobierno, de la influyente beautiful people, exigiendo al editor Juan Tomás de Salas la cabeza del molesto director acabaron por tener éxito el domingo 5 de marzo de 1989. Diario 16 publicó ese día dos artículos que resultaron ser el detonante. Uno era un editorial, titulado La rosa y el capullo, sobre el ministro de Cultura, Jorge Semprún, y la llamada Ley Miró. El otro, una doble página en la que por primera vez se publicaban las fotos y los nombres de todos los implicados en los GAL. Juan Tomás de Salas no aguantó más la presión y fulminó al director.
Entonces, el periódico dirigido por Pedro J. Ramírez, había alcanzado los 140.000 ejemplares y era una referencia para la sociedad española. La destitución de director, tras tamaño éxito editorial y económico no podía obedecer a más razones que las políticas. Fue el final de una época. Pero, como se demostraría poco después, la semilla de una nueva forma de hacer periodismo en España, basada en la independencia y la investigación, de la que el Diario 16 de Ramírez era el mejor exponente, había prendido para siempre. Resurgiría sólo unos meses después con otra cabecera, la de El Mundo, pero con el mismo espíritu y el mismo director.