"Mi hijo mayor, de 32 años, acaba de morir, cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a la primera línea. Los que han leído sus crónicas saben que era un hombre muy abierto y buen periodista". Apenas unos minutos después de la confirmación del fallecimiento de Julio Anguita Parrado, su padre, el excoordinador general de Izquierda Unida Julio Anguita, subió al escenario del Teatro Federico García Lorca de Getafe, donde tenía prevista una intervención y anunció la desgraciada noticia: "Ha cumplido con su deber y yo por tanto voy a dirigir la palabra para cumplir con el mío".
"Es como si hubiera algún elemento del destino que se cebara con nosotros. No hay nada que pueda reparar la pérdida de un compañero", señaló entonces Pedro J. Ramírez, que acumulaba ya sobre su corazón del periódico El Mundo los asesinatos de José Luis López de Lacalle a manos de ETA y de Julio Fuentes en una emboscada de los talibán en apenas dos años.
Sin embargo, un maquiavélico giro del destino quiso que lo que hoy se llaman 'fake news' acusaran entonces a El Mundo y a su director de haber enviado a Julio A. Parrado a la Guerra del Golfo en condiciones inapropiadas por lo que nadie del equipo de redacción del diario se desplazó a Córdoba para las exequias ante la amenaza de grupos de periodistas cordobeses de provocar incidentes si el director hacía acto de presencia.
Julio Anguita y María Parrado, los padres del fallecido, solicitaron a Pedro J. que asistiera al funeral y a los diferentes actos públicos y que expresara el malestar de la familia por aquellas amenazas. Sin embargo, desde El Mundo se decidió que nadie acudiera para no crear polémica o incidente alguno.
Julio A. Parrado había pasado de escribir sus crónicas en Nueva York, la ciudad por la que palpitaba, a destacarse con otros corresponsales de guerra junto al ejército estadounidense en la Guerra del Golfo. La mañana del 7 de abril de 2003 se produjo una ofensiva a la que el reportero decidió no asistir en primera línea al no tener su chaleco con placas de protección. Se quedó junto con otro periodista en el centro de mando cuando en plena ofensiva un misil lanzado desde la ciudad de Hilla -50 kilómetros atrás, en la retaguardia- golpeó de lleno aquella instalación acabando con la vida de ambos periodistas y dos soldados estadounidenses.