Su padre no le reconoció al entrar en la habitación del hospital. El joven soldado iba cubierto de pies a cabeza con el EPI, una protección indispensable para evitar que el coronavirus se introduzca en el organismo y comience a infectarlo, así que resultaba difícilmente reconocible. Le vio postrado en la cama, intubado, la mascarilla le cubría la mayor parte del rostro y una bombona de oxígeno le auxiliaba para nutrir de aire sus pulmones.
Roberto le preguntó cómo estaba, y Juan Carlos, el padre, comenzó a indicarle que se ahogaba un poco, que no dejaba de toser. Cuando le vio, el progenitor le saludó postrado en la cama, pero pensó que era uno de los enfermeros. Al no entender muy bien quién era, no le quedó más remedio que preguntar.
-¿Pero usted quién es?
-Papá soy yo. Tu hijo.
Roberto se enteró esa misma mañana de mediados de abril que, en plenas labores militares en el marco de la Operación Balmis, iba a tener que desinfectar el hospital Infanta Leonor, en el estaba ingresado su padre, infectado por el virus procedente de Wuhan. Él mismo le había llevado varias jornadas atrás con todas las precauciones posibles.
El pronóstico fue grave al principio, y la preocupación en el seno de la familia, como es lógico, se palpaba con gran facilidad. Así que en cuanto supo dónde desempeñaría sus labores aquel día, imploró para que le dejasen verlo unos minutos en la habitación.
"Por lo menos media horita, aunque sea me la quito de la hora de la comida y estoy con mi padre. Ten en cuenta que yo no sabía si iba a salir o no", dice Roberto a EL ESPAÑOL. "Con esto no sabes. Es mi padre y si era la última vez que le hubiera visto me alegraría mucho".
Roberto Hita Sánchez tiene 30 años y lleva en el Ejército de Tierra desde los 24. Pertenece al Regimiento de Guerra Electrónica, REW 31, con base en el acuartelamiento de El Pardo. Nadie en su familia está ligado a las Fuerzas Armadas. No procede de una estirpe propiamente militar. Sin embargo, desde pequeño aquello le gustaba.
El primer recuerdo que el joven conserva sobre los militares es de cuando vivía con su familia en Humanes, al sur de Madrid, la localidad en la que nació y de donde toda la familia procede. "Recuerdo que vi el autobús del ejército y que estaban reclutando gente. Me gustó mucho verlo, tanto que dije a mi familia que algún día querría ser uno de ellos".
"Les decía a mis padres que quería ingresar en el ejército". En cuanto pudo intentarlo, lo consiguió. En 2014 logró convertirse en uno de ellos. Ahora es soldado, conductor de apoyo del mando, cubre las guardias y cumple como el que más. Con el tiempo, espera ir obteniendo mejores oportunidades, ascender, o acabar entrando en alguna especialización de la Guardia Civil.
El hospital con su padre
Cuando empezó la crisis sanitaria y el confinamiento de la población a causa del Covid-19, Roberto y sus compañeros comenzaron a recibir formación para poder salir a la calle a colaborar en las labores de desinfección. "No estamos habitualmente de cara al público y querían tomar las medidas para formarnos". Durante varios días recibieron clases prácticas sobre cómo realizar esos servicios.
Las Fuerzas Armadas tienen pocas oportunidades de mostrarse de cara al público a lo largo de su desempeño, de trabajar de cara a la población española. Sin embargo, en la Operación Balmis, a causa de la enorme tragedia que se cernía sobre el país, no quedó más remedio que poner al ejército a realizar algunas de las tareas más relevantes, como por ejemplo los traslados de los cadáveres desde los hospitales hasta las improvisadas morgues en el centro de Madrid.
Era un trabajo de auxilio y de ayudar para con las empresas funerarias. Como ese cometido, muchos otros les han permitido ejercer sus tareas de cara al ciudadano. "Tenemos pocas oportunidades de demostrar nuestra capacidad. Aunque haya sido en esta situación tan dramática nos ha gustado demostrar a la gente que el Ejército está ahí".
Él y su grupo fueron de los primeros en formarse. El 4 de abril, los mandos tomaron carta en el asunto y les hicieron madrugar. La noche anterior ya les avisaron que empezaban a activarles. "Nos dijeron que íbamos a un hospital. Debieron mencionarlo, pero yo no estaba allí o no me di cuenta, el caso es que no recordaba qué hospital era".
Aquel día era sábado. El pelotón de Roberto se subió al vehículo de transporte y pusieron rumbo al sur de Madrid. Pasaban por la estación de Sierra de Guadalupe cuando Roberto le dijo a su sargento. "Pues yendo por esa recta se va al hospital que está ingresado mi padre".
-Sí, Hita, es ese el hospital que vamos a desinfectar.
Ni él ni nadie en la familia saben todavía cómo pudo contagiarse su padre. Cuando se enteró de esta novedad preguntó a sus superiores si le daban permiso para ir a hablar un rato con él. Si cabía la posibilidad de subir a verle a la habitación. Los días anteriores habían estado en contacto con él, pero siempre a vía telefónica. El capitán de su destacamento hablo con los responsables de la sección correspondiente del centro sanitario. Le subieron a la planta adecuada. Luego le llevaron por un pasillo y le guiaron por los pasillos del edificio.
"Tienes más vidas que un gato"
Le cubrieron con la protección necesaria para evitar el contagio. Le pidieron que, pese a todas esas medidas, no tocase nada de la habitación. Y allí, al entrar en la estancia, se encontró con su padre, intubado y protegido con todos los aparatos necesarios.
Estuvo media hora a su lado. Procuró reconfortarle, darle ánimos. Antes de marcharse, se le acercó y le dijo: "Papá, tú ya has pasado un ictus (se lo cogieron a tiempo y milagrosamente logró sobrevivir), tienes más vidas que un gato. Sabes lo que tienes en casa. Lucha, has pasado por una situación similar, sabes cómo hacerlo. Te esperamos todos. Vamos a hacer una comida de esas grandes de las que nos gustan para todos en cuanto salgas. Nos tienes a todos a tu disposición".
Tras la despedida se reunió de nuevo con los suyos para proseguir con las tareas de desinfección en el hospital. "El mensaje que yo quiero transmitir es que hemos de ponernos todos en el lugar de la gente abandonada que se queda sola en los centros y hospitales porque nadie puede ir ahora a verla. Yo les agradezco mucho que me dejaran verle porque podía haber sido la última vez".
El médico le había dicho a la familia que el padre estaría unos tres meses en el hospital ingresado. Sin embargo, su situación mejoró, y 30 días después de entrar al Infanta Leonor, pudo regresar a su casa, ya completamente curado.
Roberto, que todavía a veces se emociona recordando los días de esta aciaga primavera, prosiguió con sus tareas en las Fuerzas Armadas. Continuó acudiendo a residencias, hospitales, comisarías, edificios enteros por Torrejón de Ardoz, Getafe, Madrid, Torrejón de la Calzada. A él y a sus compañeros los iban turnando para no acabar todos completamente quemados por el desgaste de esas labores.
Ahora su padre sigue de baja, pero ya está en casa rodeado de los suyos. "Digamos que no está todavía al cien por cien. Está al ochenta por ciento y el médico no quiere darle el alta por eso". Solo queda esperar a que llegue la nueva normalidad.