Para los agentes, era crucial cogerles desprevenidos. El ejército de colaboradores desplegados por el clan en el perímetro de su cuartel general les mantenía siempre alerta. Les proporcionaba el tiempo suficiente para reaccionar y, en escasos minutos de oro, deshacerse de todo el material. Para cuando lograsen acceder al búnker, su centro de operaciones, la droga y el dinero ya se habrían evaporado. Por eso el éxito del asalto dependía, en gran medida, del factor sorpresa. Tras prepararse durante meses, la Policía Nacional fijó una fecha, en pleno verano, y una hora: las siete de la mañana.
Era el momento idóneo. Esperaban atrapar a los Kikos, el clan que imponía su poder con mano dura en la Cañada Real, al sur de Madrid, con la guardia baja. El mayor punto de venta de droga en la capital, activo 24 horas al día siete días a la semana, iba a ser desbaratado en una operación relámpago de los Grupos Operativos de Investigación Zonal (GOIZ) de la Policía Nacional en Madrid.
Al irrumpir en el lugar encontraron a 10 consumidores comprando la droga. Otros estaban allí fumándola en un salón habilitado por la banda. Dos de los cabecillas del grupo criminal permanecían todavía en una de las estancias.
Cuando se percataron de que la Policía Nacional estaba ya dentro, a punto de apresarles, cogieron un bidón de gasolina, abrieron la caja fuerte donde ocultaban la droga y el dinero y en un acto desesperado por fulminar las pruebas del delito empezaron a quemarlo todo. Los agentes llegaron a tiempo de salvar la mayor parte del efectivo y de las sustancias estupefacientes. Después las incautaron.
Los Kikos, nuevos líderes del cotarro, lo coordinaban todo desde un centro de operaciones muy particular: un zulo, situado en ese mismo edificio, protegido y blindado, con vigilancia intensiva, con las características propias de un auténtico búnker. Al frente de la banda, Kiko Hernández, 47 años, un tipo con una cierta trayectoria en el negocio de la droga en la capital.
Después de iniciar los seguimientos y de detectar un aumento masivo de consumidores en ese lugar de la Cañada Real, la Policía Nacional desarticuló la banda en un golpe maestro con el que detuvieron a 14 personas -12 hombres y 2 mujeres- de edades comprendidas entre los 23 y los 47 años.
Era la Operación Maíz, un nombre con el que la bautizaron que no podía resultar más oportuno. El botín aprehendido se saldó con 522.000 euros en efectivo, 19 kilos de cocaína hallados en diversos registros, 18 de ellos en un trastero de Vallecas, y 18 armas de fuego con 2.000 cartuchos de munición.
También se llevaron maquinaria para tratar sustancias estupefacientes, una prensa hidráulica y una máquina envasadora al vacío, así como diversas joyas, relojes de lujo, 11 vehículos, algunos de ellos de alta gama, y 250 décimos de lotería en cinco registros practicados en la Comunidad de Madrid y en Castilla-La Mancha.
4 millones al año
Según relata uno de los jefes del operativo a EL ESPAÑOL, el volumen de negocio había alcanzado ya unas dimensiones notables. "Ganaban 10.000 euros al día, unos 360.000 al mes. En bruto, calculamos que se agenciaban unos 4 millones al año". Tras años a la sombra de otro clan local, los Kikos se habían convertido, con su fortín acorazado, en los reyes del tráfico de drogas del sur de la ciudad.
"Con el búnker, buscaban que nadie les entrase a robar. Era el punto más valioso para ellos, porque era el que estaba más próximo a la entrada a la Cañada", explica uno de los jefes del operativo.
Meses atrás, este grupo de la Policía Nacional había detectado, de nuevo, un enorme trasiego en la planta baja de un desmadejado edificio de ladrillo. Dos años antes, habían desmantelado ese mismo inmueble, pero alguien había retomado la actividad. Los yonquis y los camellos llevaban meses acudiendo de nuevo hasta ese enclave. En los seguimientos previos al operativo, advirtieron un peregrinaje masivo, por decenas, tanto en coches como en autobuses interurbanos.
Todos acudían allí con el fin de adquirir una nueva dosis. Recibían el producto a través de un pequeño ventanuco de 30 centímetros, asegurado con barrotes. En los seguimientos, los investigadores constataron que hasta 200 dosis eran distribuidas de media cada jornada. Los consumidores nunca entraban en contacto con los vendedores del clan.
Laberinto de puertas blindadas
La mayor dificultad de la operación residía en el acceso al corazón del búnker. Los miembros de esta banda de narcotraficantes, con sobrada experiencia en la materia, sabían que el tiempo es oro cuando la policía empieza a aporrearte la puerta. Por eso contaban con una extensa red de vigilancia que controlaba a todas horas los movimientos en el perímetro del lugar.
De ese modo, para cuando los agentes llegasen al edificio, los cabecillas de la organización habían ganado ya un tiempo precioso durante el cual comenzaban a hacer desaparecer las pruebas. Una vez dentro del edificio, los agentes se encontraban con un nuevo obstáculo: el laberinto interior de pasillos y salas para acceder realmente al zulo desde donde se dirige todo.
La astucia de los Kikos les llevó a implementar también varias puertas acorazadas para obstruir el paso a los policías. Blindajes metálicos, accesos que se abren del revés... Todo dispuesto para ganar el tiempo necesario ante la irrupción de los investigadores.
"No son tontos", prosigue uno de los agentes del caso. "Los que se dedican a eso tienen experiencia, ya les ha entrado varias veces allí la policía. Si no les cogen droga, saben que no les pueden condenar. Por eso ponen todas esas cosas para ganar cinco, seis, siete, diez minutos, los que hagan falta. En ese tiempo hacen desaparecer la droga y el dinero".
Uno de los habitantes de etnia gitana más antiguos del lugar relata a EL ESPAÑOL la influencia que ha adquirido el clan en el lugar. Prefiere que no se sepa su nombre. "Ya venían de la zona de las Barranquillas. Aquí se les tiene mucho miedo. Son gente muy peligrosa".
El clan de los Kikos comenzó a despuntar conforme se inició el declive del clan de los Gordos. Antaño era el más potente de la zona. Los Kikos llegaron al sector 6 de la Cañada Real procedentes de la zona de Las Barranquillas, otro poblado en la zona de Villa de Vallecas que en su día alcanzó el nivel del gran "hipermercado de la droga" de Europa. 5.000 toxicómanos lo visitaban a diario.
Dicen los habitantes de la zona que, días después de las detenciones, otro hecho aún más trágico conmocionó al clan. El hijo de uno de ellos falleció de manera repentina. Tenía tan sólo 5 años.