Galopaban veloces los hombres de la Legión en los últimos compases del desfile, torciendo hacia el centro del Patio de la Armería. Resonaban estridentes las trompetas y ágiles los tambores. Un paso rápido y mecánico enfilaba la orilla del palco de autoridades. Fue, junto con el clímax aéreo de la Patrulla Águila dibujando con humo rojo y amarillo la bandera sobre el cielo de Madrid, la única exhibición del fasto militar que en otras ocasiones ornamenta el día de la Fiesta Nacional.
Fue un acto contenido e intimista en el que, a ratos, a los acordes del himno o a las salvas de los soldados les sucedían los gritos de la turba contra el Gobierno. El eco que se filtraba entre los soportales, a través de los muros de piedra, provenía de aquéllos que se congregaban en la calle Bailén.
En el grupo de autoridades aguantaban, entre otras, dos estatuas silentes, como fuera de contexto, llamadas Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Sus críticas a Felipe VI, hacia la Monarquía y su habitual rechazo a todo cuanto tenga que ver con las Fuerzas Armadas convertía su presencia y sus gestos en una de las notas más esperadas de la mañana del 12 de octubre.
Ninguno de ellos, pese a que su presencia pendía de un hilo desde hacía semanas -no se confirmó hasta este mismo sábado- tuvo problema en acudir a un acto que, por primera vez, se desarrolló sin besamanos a la Familia Real ni saludo a la bandera. Eran dos de los trámites en los que muchos hubieran querido comprobar cómo se desenvolvían el vicepresidente segundo del Gobierno y el ministro de Consumo.
La preocupante situación que atraviesa el país propició una celebración contenida, a ratos cruda, sin atisbo de majestuosidad. La pandemia ha suprimido el gran desfile anual y ha evitado una imagen pretendida y buscada, la de un Iglesias imperturbable ante el paso de los carros de combate del Ejército bajando por la Castellana, ante el desfile de las huestes legionarias, ante la famosa cabra, o presentando sus respetos a la enseña nacional.
Fue un trámite cómodo para los díscolos. Llegaron cada uno por su lado y departieron con sus colegas del Gobierno. Incluso, se pudo observar al líder de Unidas Podemos conversando con Carlos Lesmes, presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, el órgano judicial que tiene que decidir si investiga los presuntos delitos de descubrimiento y revelación de secretos con agravante de género, daños informáticos, denuncia falsa o simulación de delito del vicepresidente del Ejecutivo en cuanto al 'caso Dina'.
Acto sobrio y solemne
Era la primera vez que Felipe VI y los miembros del Gobierno se veían las caras después de la polémica por la ausencia del Monarca, por decisión del Ejecutivo, del acto de entrega de despachos a los nuevos jueces celebrado en Barcelona y las críticas posteriores del ministro Garzón y del vicepresidente al Rey.
Era también la primera ocasión en que todos se encontraban tras el decreto de un nuevo estado de alarma en Madrid. La tensión de las últimas semanas se hizo patente entre las pétreas baldosas del patio, sobre todo a la llegada de la presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso, y del alcalde de la ciudad, José Luis Martínez-Almeida. Ellos fueron los encargados de recibir, minutos después, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Apenas intercambiaron palabra.
Los tres mantuvieron un breve diálogo junto al Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), Miguel Ángel Villarroya, quien monopolizó la conversación ante el silencio y la patente incomodidad de sus momentáneos contertulios.
El Estado en crisis
El acto en el Patio de la Armería consistió en un izado de bandera, un homenaje a los que dieron su vida por España, una imposición de condecoraciones y una parada militar, con paso de revista por parte del Monarca a representantes de los ejércitos.
Era la primera vez que Podemos enviaba a un acto de estas características a las principales cabezas de su formación. Iglesias siempre los había evitado. Su habitual asociación del universo militar a la simbología monárquica provocaba que nunca antes hubiera asistido a los actos del día de la Fiesta Nacional.
La Covid-19 redujo de manera sensible el evento por motivos de seguridad sanitaria. Sin desfile militar, sin las habituales unidades aéreas -salvo la Patrulla Águila-, sin los vehículos de combate, la sobriedad se impuso en una jornada histórica que se recordará por muchas razones.
El Día de la Hispanidad llegó en plena crisis sanitaria, económica, social, política e institucional. Una crisis que está haciendo tambalear, a todos los niveles, el modelo de Estado nacido del consenso político y social en el referéndum constitucional de 1978.
Los gestos soterrados marcaron la pauta política en el patio del palacio. Mientras tanto, en el exterior, a orillas de la ciudad, la muchedumbre seguía vitoreando al rey Felipe VI incluso después de que se marchara a Zarzuela. El abucheo a los miembros del gobierno venía después. Les tildaban de "asesinos", de "ladrones" de "manipuladores", ahondando también ellos en la brecha que separa en dos partes al país, cavando cada una más profundo hacia a su lado de la zanja.