El ministerio de Política Territorial y Función Pública vuelve a manos del PSC, y en este caso de su líder, Miquel Iceta. Ya en el primer Gobierno de Pedro Sánchez -el surgido casi de improvisto en 2018 tras la moción de censura a Mariano Rajoy- ocupó esa cartera otra dirigente de los socialistas catalanes, Meritxell Batet, hoy presidenta del Congreso.
Aunque el contexto, fundamentalmente por la pandemia, ha cambiado radicalmente, Sánchez recupera con este nombramiento -con el que además mantiene la tradicional cuota PSC en los gobiernos socialistas, antes en Sanidad con Salvador Illa- un perfil abiertamente "federalista". O dicho de otra manera, alguien del sector más catalanista del socialismo para marcar el rumbo territorial ante los retos que se avecinan.
Entre ellos, muy singularmente, la gestión del periodo posterior al procés en Cataluña, bajo la premisa expresada por Sánchez, en su última comparecencia de 2020, de que "todos nos hemos equivocado". Pero también la reforma estatutaria vasca, en fase de ponencia en el Parlamento de Vitoria, donde PNV y Bildu ya hablan de incluir en el nuevo texto (a diferencia del catalán y otros el Estatuto de Guernica sigue vigente desde el inicio de la democracia) el "derecho a decidir".
Iceta llega a un Gobierno de coalición marcado, además, por el decisivo apoyo a sus primeros Presupuestos de los independentistas catalanes y vascos, ERC y Bildu, quienes también facilitaron hace un año la investidura. Y aunque es cierto que su relación con esos actores políticos se deterioró como consecuencia del golpe separatista de 2017 (ERC llegó a frustrar en un acto insólito su designación como senador autonómico, que le hubiera llevado a presidir la Cámara Alta después de las elecciones generales de 2019) es difícil encontrar alguien más indicado, a priori, para entenderse con nacionalistas e independentistas.
"España unida y diversa"
Sus primeras palabras como ministro este miércoles, durante el acto en el que Carolina Darias le traspasaba la cartera, plasmaban esa idea. Tras dar los buenos días en todas las lenguas oficiales, se paraba a explicarlo: "Os saludo en las lenguas de España. Me gusta España como es: diversa, plural y unida". Y más adelante profundizaba en su idea de país: "Creo en una España fuerte en su unidad y orgullosa de su diversidad".
Al margen de lo que deparen las urnas en Cataluña el próximo 14-F, sobre el Gobierno Sánchez pende la advertencia nada velada que Gabriel Rufián lanzó hace ya un año en el debate de investidura sobre la llamada "Mesa de Diálogo" entre los partidos catalanes. "Si no hay Mesa, no hay legislatura", afirmó desde la tribuna de oradores el portavoz de ERC.
El asunto llegó a tratarse en febrero, antes de que la Covid cambiase todas las prioridades, en un encuentro bilateral en Barcelona entre Sánchez y el entonces presidente de la Generalitat, Quim Torra. Y con o sin Illa en el Palau de la Generalitat Moncloa debe dar algún tipo de salida a esa pretensión de bilateralidad en su relación con el Estado central de los separatistas, que en el caso de ERC son además socios parlamentarios. Como también, aunque esto más bajo cuerda, a la petición de que se indulte a Oriol Junqueras y el resto de condenados por sedición, una posibilidad a la que también Iceta ha abierto la puerta.
Como se ve, la relación con los independentistas, tanto catalanes como vascos, puede agrietarse por varios lados. También en lo referente a la recepción del dinero del Fondo de Recuperación aprobado por el Consejo Europeo el pasado verano, una inédita cantidad de 140.000 millones de euros.
Este mismo miércoles, cuando Iceta aún estaba terminando la mudanza de despacho, Rufián advertía de su voto en contra del decreto que regula esas ayudas, si entre quienes deciden el reparto no figuran responsables de las administraciones autonómicas o municipales.
Cintura política
Iceta, que no en vano tiene también origen vasco, como recordó en su primer discurso de ministro, posee cintura política para todo esto, y en ello confía Sánchez. Sabe qué decir, cuándo, dónde, y, también, cómo matizar lo dicho.
Sin ir más lejos cuando a principios de 2019 pronunció el aserto, muy recordado estos días, de que si un 65% de catalanes apoyase la independencia la democracia tendría que "encontrar un mecanismo para hacerlo posible". Fue en una entrevista en un medio independentista vasco, pero enseguida publicó un hilo en Twitter matizando sus palabras.
Un arte, el de nadar y guardar la ropa, que le ha servido para sobrevivir políticamente hasta llegar en 2014 a liderar a los socialistas catalanes, a los que se afilió tras un breve paso por el Partido Socialista Popular (PSP) en 1978, con apenas la mayoría de edad cumplida.
Su llegada al puesto de primer secretario del PSC se produjo, curiosamente, en el momento de mayor crisis interna de la formación hermana aunque independiente del PSOE, de la que terminó saliendo abruptamente el sector soberanista. Los diputados del mismo llegaron a romper la disciplina de voto, para respaldar el referéndum por el que ya abogaba a las claras el Gobierno de Artur Mas.
Los socialistas catalanes renunciaron entonces, después de haberlo defendido durante muchos años, a la reclamación de un referéndum de independencia bajo el eufemismo del "derecho a decidir". Iceta sobrevivió a ese cisma. Siete años después culmina su carrera política como ministro, pero sin poder escapar del debate territorial con el que ha lidiado siempre.