Barcelona, sábado 20 de febrero, 19.00 horas. Cientos de personas, la mayoría jóvenes, se concentran en la Plaza de la Universidad. Se concentran por quinta vez para pedir la liberación de Pablo Hasél, el rapero condenado a nueve meses de prisión por enaltecimiento del terrorismo. Son más que en las citas anteriores, en las que la furia, el vandalismo y las sudaderas negras inundaron la capital catalana. Esta vez podría ser distinto, con más de 500 contenedores retirados en el centro para evitar incendios, un cierre perimetral de la zona y un operativo especial de los Mossos d’Esquadra preparado para lo peor. Podría, pero no.
Las paradas de metro están cerradas, las calles adyacentes bloqueadas y los cerca de 5.000 manifestantes se arremolinan en el centro de la glorieta, aparentemente pacíficos tras cinco días de disturbios. En calma, pero tensos. Un improvisado concierto de rap apaga las voces, que se mueven hacia Plaza Cataluña, hasta que un chasquido interrumpe la marcha.
Son los primeros cristales rotos, en este caso, de una tienda de Mango. Le siguen otra de Tommy Hilfiguer, de Nike y de Hugo Boss. Una sucursal de Versace se llena de vándalos encapuchados y acaba saqueada, con los aparadores rotos y sin existencias. Empiezan a arder contenedores . Son las 20.30 de la tarde y Barcelona ha vuelto a convertirse en un campo de batalla.
A pesar del fuerte dispositivo policial, mobiliario urbano y comercios del centro han vuelto a pagar los platos rotos de la quinta jornada de protestas continuadas. Según ha podido saber este diario, los grupos violentos movilizados en Barcelona han buscado el enfrentamiento directo con la línea policial en frentes como el de Via Laietana, con Mossos cargando ante los encapuchados que iban camino de la Jefatura de Policía Nacional. También en Paseo de Gràcia, donde las barricadas en llamas y la lluvia de objetos arrojadizos y contenedores ardiendo han obligado a cargar.
Más allá de los episodios vandálicos en numerosas tiendas del centro, la Bolsa de Barcelona ha sido una de las primeras de la noche en verse envuelta en llamas y sufrir ataques en los cristales, así como el Palau de la Música catalana y comercios de las medianías. En el resto de frentes, los protestantes lograron levantar barricadas con contenedores y motos en llamas, algunos muy cerca de los balcones, obligando también a la intervención de los bomberos, el camión de agua de los Mossos y el apoyo de la Guardia Urbana. En total, ocho detenidos y cuatro heridos para el quinto día de furia, fuego y vandalismo en Barcelona.
Madrid: zona controlada
24 horas antes de la convocatoria, la frase no deja de repetirse entre los grupos de WhatsApp de la Policía: “Este sábado se va a liar”. Y empieza la maquinaria. El autodenominado ‘Movimiento Antirrepresivo de Madrid” ha emplazado a las 19.00 horas una manifestación en la plaza de Callao. El motivo es el mismo que en la Ciudad Condal: continuar con las protestas por el encarcelamiento de Hasél. Son las cabezas pensantes detrás de los disturbios del pasado jueves, cuando el centro se convirtió en icono de la violencia callejera. Al igual que en Barcelona, esta vez podría ser distinto.
Y lo fue. La protesta, que no contaba con la autorización de la Delegación del Gobierno de Madrid, logra finalmente reunir a poco más de 300 personas, jóvenes en su mayoría, concentradas en el centro de la capital. Por cada manifestante, al contrario que en la Ciudad Condal, hay un policía. En total, 250 miembros de Unidades de Intervención Policial (UIP), conocidos como antidisturbios, que montan un cinturón alrededor de Callao, 50 agentes de la Brigada de Información, un helicóptero y varias furgonetas de la Policía Nacional para acordonar la zona. Efectivos municipales han retirado contenedores y escombros horas antes. Esta vez, los violentos saben que tienen las de perder.
Bajo la pancarta "libertad Pablo Hasel", la situación no tiene nada que ver con la del jueves. A la protesta sólo se le llama como tal porque los manifestantes lo dicen, pero de cara a las 20.00 horas todo se parece más a una reunión de jóvenes vestidos de negro. “Hemos venido para que el Gobierno libere a Hasél” es la frase más repetida por los convocados. Y ya. “España es un estado policial en el que no hay libertad de expresión”, resuelve uno de los encapuchados que encabezan al grupo, que no se atreve a acercarse a menos de veinte metros del cordón policial.
En menos de media hora, un tercio del grupo ha pivotado desde la manifestación hasta el otro lado de la plaza, donde unos bailarines interpretan canciones de rap -alguna de Hasél-. El resto sigue a lo suyo, cada vez más jovial y menos reivindicativo. Los convocantes dicen que ya está, que muchas gracias y buenas tardes, pero que no quieren problemas. Algún cántico. Algún grito aislado. Y poco más. A las 21.20 no queda ninguno de los manifestantes originales.
Otras concentraciones
Este periódico ha tenido acceso a 105 convocatorias organizadas en España, desde las dos de Madrid y Barcelona hasta otras más minoritarias, como la de Olot (Gerona) o la de Durango (Vizcaya). La mayoría resultaron fracasadas, con menos de 100 personas reunidas -200 en el caso de Málaga y Córdoba-, pero algunas sí obtuvieron el alcance esperado tanto en aglomeraciones como en violencia.
Una de ellas, quizá la más destacable fuera del panorama barcelonés, fue la de Pamplona. La capital navarra congregó, por medio de Gazte Koordinadora Sozialista, a más de 800 personas a las 20.00 de la tarde en la plaza Recoletas. La marcha, que llegó hasta el Paseo de Sarasate, derivó en un enfrentamiento con las fuerzas del orden después de que los manifestantes arrojaran piedras y botellas a los agentes, obligados a cargar para disuadir a las masas. Tras incendiar varios contenedores de basura en el Casco Viejo, la protesta amainó a las dos horas.
Lo mismo en otras de las principales ciudades de Cataluña, donde cientos de violentos encapuchados se enfrentaron a los agentes en las calles, llegando hasta la Subdelegación del Gobierno en Lérida y ante la Audiencia Provincial de Tarragona, donde lograron romper el cordón policial y asaltar una sucursal bancaria.