Primero les quebraron los retrovisores de la furgoneta. Acto seguido, escucharon pasos encima, sobre el techo. Casi a la vez otros se encaramaron al capó delantero y levantaron el hierro de protección de la luna frontal. Luego rompieron el cristal y arrojaron varios trapos bañados en gasolina al interior.
En esos momentos resultó crucial la rápida reacción del conductor. Pidieron refuerzos, pero el mosso aceleró al volante y logró dejar atrás aquella encerrona. Esquivó varios contenedores, alcanzó un área menos transitada y todos se bajaron del vehículo. Por suerte, el líquido inflamable no llegó a prender.
Este es el testimonio que tres mossos antidisturbios ofrecen de lo ocurrido la segunda noche de disturbios tras el encarcelamiento de Pablo Hasél, cuando los alborotadores trataron de prender fuego a un furgón de la BRIMO de los Mossos d'Esquadra.
Los agentes del Área de Brigada Móvil recorrían las inmediaciones de la plaza de Urquinaona, en el centro de Barcelona, dispersando a quienes prendían fuego a la ciudad. En cuestión de segundos, uno de los grupos de radicales se abalanzó sobre ellos y les cerró el paso con varios contenedores.
Las fuentes consultadas por EL ESPAÑOL en el cuerpo denuncian que aquella fue una actuación perfectamente coordinada. Planificada, incluso, una emboscada solo posible con entrenamiento de por medio. "Sin previo entrenamiento o planificación, hay acciones que no las podrían llevar a cabo. O las entrenas o no te salen a la primera", explica uno de los agentes con más de una década de servicio y amplia experiencia en esta clase de operativos. Esta emboscada era una de esas acciones.
Varios días después ocurriría algo similar. Con los disturbios todavía asolando las avenidas de la Ciudad Condal, los Mossos detuvieron a 8 personas más como consecuencia de los actos vandálicos. Uno de los detenidos, una anarquista italiana, sigue siendo la presunta responsable de haber quemado un furgón de la Guardia Urbana con un agente dentro. Por fortuna, el policía salió ileso de la acometida incendiaria.
Son ya muchos años así. Los agentes de la BRIMO -Área de Brigada Móvil de los Mossos- aseguran que los años posteriores a los disturbios del referéndum ilegal del 1-O han sido los más peligrosos para ellos a nivel profesional. Desde aquella ilusoria declaración de la república catalana, han percibido una mayor agresividad y deshinibición por parte de los manifestantes.
Más envalentonados y preparados
Ha sido en este lustro cuando los han visto más envalentonados. También más preparados para el destrozo y el enfrentamiento en las calles. La reaparición cada cierto tiempo del documento Black Bloc, por ejemplo, se ha convertido en una tradición en las algaradas que tienen lugar en Cataluña vinculadas a acontecimientos políticos.
Se trata de un documento cuyas 72 páginas contienen información al estilo de un manual de guerrilla urbana. En él se detallan las directrices necesarias para actuar contra los agentes y provocar disturbios en las ciudades.
"Soy antidisturbios desde hace catorce o quince años. Han sido los más intensos de toda mi carrera. A nivel de trabajo y a nivel político, porque nos machacan una y otra vez", explica un segundo efectivo de esa misma brigada a EL ESPAÑOL. "La sensación es de mucha violencia y menos medios para trabajar, que nos los van quitando los mandos policiales. La realidad es que los mossos estamos atados políticamente de pies y manos".
"¿Que cómo valoro estos cinco últimos años? -se pregunta un tercer agente-. Los Mossos hemos tenido que soportar toda clase de protestas violentas en las calles mientras el departamento de Interior no invertía en seguridad, ni en equipos, ni en formación para el personal. Esto solo lo hemos podido superar gracias a la voluntad y el servicio de los propios agentes".
Sin medios
Los mossos, durante la época de Quim Torra al frente de la Generalitat, se hartaron del doble juego del president que alentaba a los violentos a "apretar" en el otoño caliente de 2018, un año después del 1-0. Los agentes consideraban que el president les utiliza como "parapeto" frente a los grupos organizados violentos. Esa sensación de sentirse políticamente utilizados no se ha desvanecido con la salida de quien fuera sucesor de Carles Puigdemont.
"Siempre estamos en el centro de la polémica política". Desde el sindicato del cuerpo autonómico USPAC, explican que, pase lo que pase, ellos van a estar en la picota.
"Lo triste y lamentable -insiste- es que cuando son por un lado te critican unos partidos políticos, y por otro te critican otros cuando es al revés. Ellos que hagan política y nos dejen trabajar a los profesionales. Que nos dejen tranquilos".
Desde el Sindicat de Mossos d' Esquadra (SME) aseguran que en los últimos cinco años los responsables políticos "no han invertido en seguridad ni en equipamientos para el personal policial. Aunque los políticos daban titulares condenando la situación, pocas vece se han traducido en un cambio palpable a nivel organizativo y de materiales para los Mossos".
Escalada de violencia
El 21 de diciembre de 2018, algo más de un año después del referéndum ilegal, los manifestantes salieron de nuevo a las calles de toda Cataluña. Aquella jornada, el independentismo se movilizó para protestar por la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona esa misma mañana.
Los Comités en Defensa de la República (CDR) llamaron a bloquear la Ciudad Condal como respuesta al evento. Y la misión de los Mossos, aquella jornada, era una vez más evitar el colapso de la capital autonómica.
Cinco horas de insultos, agresiones, pedradas, lluvia de objetos. Eso fue lo que tuvo que sufrir aquel día, como muchos otros, el grupo sexto de la Brigada Móvil de los Mossos d'Esquadra. El calvario de aquella unidad, sin embargo, resulta todavía hoy de lo más significativo.
Entre los agentes se encontraba aquél que abrió los ojos a un guardia forestal que decía "defender la república" y que se interponía entre los agentes y los agitadores. Fue entonces cuando Octavio, uno de los efectivos, ya totalmente desquiciado ante aquel individuo, procedió a espetarle una frase que permanece ya en el imaginario colectivo como sinónimo del sentido común: "¡La república no existe, idiota!".
Al año siguiente, tras la sentencia del procés, el ruido y la furia de los CDR volvió a asolar Barcelona. Los radicales abrieron sus calles, se aprovisionaron de adoquines, de contenedores, elaboraron barricadas, perpetraron emboscadas y quemaron todo a su paso durante varias noches consecutivas. Siempre tuvieron delante a los agentes de los Mossos. También a los de la Policía Nacional. Muchos de ellos acabaron gravemente heridos. Alguno no ha podido volver a trabajar.
Y así, cada pocos meses, hasta ahora, con la excusa de las protestas pro Hasél, Barcelona ha vuelto a arder una y otra vez consumida por el fuego del independentismo. Un movimiento que se decía pacífico. Que se bautizó a sí mismo como la "revolución de las sonrisas".
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