Fernando Simón utilizó el pasado lunes el término “olita” para referirse a la situación que estamos viviendo respecto a la pandemia en España. Contra todo pronóstico, me gustó. Deja claro que es una situación anómala y lo suficientemente alargada en el tiempo (recordemos que las incidencias empezaron a subir el 15 de marzo) mientras que a la vez indica que no tiene la gravedad en términos cuantitativos de los repuntes anteriores, o al menos, no en lo que al número de contagios se refiere, que no tiene por qué ser el único indicador a tener en cuenta, por otro lado.
Tras la sonada subida del lunes producto de la salida del cómputo de 14 días de los festivos de Semana Santa, nos encontramos este martes con un incremento mínimo en la incidencia a largo plazo, menor incluso del que esperábamos. En términos nacionales, España se sitúa en los 231 casos por 100.000 habitantes. Si la lectura de las tendencias no nos lleva a engaño y teniendo en cuenta que la incidencia a 7 días está bastante por debajo de la mitad (107,8 y a la baja), lo más probable es que hoy hayamos alcanzado el pico de incidencia de esta cuarta ola.
Por hacerse una idea en la comparación, la segunda ola llegó a los 529,43 el 9 de noviembre mientras la tercera se disparó hasta los 899,93 el 29 de enero. Obviamente, no estamos ante el mismo escenario y, afortunadamente, esto se nota aún más en el número de muertos.
Aunque aún hay un decalaje entre detección y fallecimiento que habrá que observar, parece que la media diaria que notifican las comunidades autónomas se va a quedar en torno a las 90 defunciones. No son pocas, pero se mueven dentro de los límites del exceso de mortalidad y hasta cierto punto sustituyen a las que podría provocar la gripe estacional en un mal año.
Como hemos visto, la incidencia no alarma aunque haya una preocupación lógica en Andalucía, Aragón, Cataluña, Ceuta, Madrid, Melilla, Navarra y País Vasco, todas ellas por encima del umbral de riesgo extremo, fijado en 250 casos por 100.000 habitantes. Tampoco, como hemos dicho, estamos ante las masacres vividas anteriormente, producto, probablemente, de esta incidencia relativamente baja y de la vacunación con al menos una dosis de prácticamente el 100% de los mayores de 80 años. El problema, en consecuencia, reside en otro lugar.
Aunque la bajada de la tercera ola fue larga y productiva (entre el pico del 29 de enero a la base del 15 de marzo hay más de un mes y medio), lo cierto es que no conseguimos bajar todo lo que nos habría gustado en lo tocante a camas UCI ocupadas. La prevalencia general en hospitales sí llegó a niveles relativamente bajos, como se puede observar en el gráfico superior, pero lo cierto es que las UCI apenas bajaron del 20% de ocupación Covid en el total del país y se mantuvieron siempre en torno al 35% o incluso por encima en Cataluña y Madrid.
En estos escenarios, aunque los contagios no sean muchos ni los ingresos sean tantos como en otras ocasiones, el problema está servido: no das altas, con lo que no puedes meter a más gente. Simplemente, no hay sitio.
Este escenario de colapso se empieza a volver a ver cuando parecía cosa del pasado. Hay que recordar que la gran parte de los que ocupan camas UCI son los que tienen entre 60 y 79 años, es decir, que aún están en el inicio de su fase de vacunación.
Además, como ya se vio en Reino Unido, la variante británica, dominante en todo el país, tiende a causar patologías especialmente graves entre los menores de 60 años, lo que hace que sus casos se puedan complicar seriamente. En Madrid, por ejemplo, el 88,23% de los contagios detectados en las últimas dos semanas corresponden a menores de 65 años y sabemos que la franja de edad más peligrosa con diferencia en términos de ingresos en UCI es la que va de 50 a 69 años.
Madrid vuelve a rozar los 300 ingresos diarios en hospitales y los 50 en UCI. Cataluña está en una situación similar. Ambas comunidades llevan sin rebajar su incidencia por debajo de los 150 casos cada 100.000 habitantes desde agosto de 2020 y quizá va siendo hora de hacer algo al respecto. Este continuo goteo hace que sea complicadísimo aliviar la presión sanitaria y por lo tanto la ocupación UCI.
Por supuesto, hay menos muertos, pero porque los hospitales se vuelcan en labores que dejan en precario el resto de su funcionamiento. A fecha de este martes, Madrid superaba el 45% de ocupación Covid y Cataluña estaba en el 37,86%. En ambos casos, hablamos de más de 550 personas en estado crítico.
Con todo, probablemente, la región que ahora mismo lo esté pasando peor y a la que el término “olita” desde luego se le queda pequeño es el País Vasco. Descontando las dos ciudades autónomas por su escasa población y la consiguiente volatilidad de sus cifras, el País Vasco es ahora mismo la comunidad con mayor incidencia a 14 días (429,6 casos por 100.000 habitantes) y a 7 días (235,3, es decir, más de la mitad que la de 14, muy mala señal).
No solo eso, sino que como vemos en el gráfico inferior, su media de ingresos diarios en hospitales está ya a la altura del pico de la tercera ola, lo que nos invita a pensar que, efectivamente, se trata de casos porcentualmente más graves, puesto que con la mitad de incidencia provocan el mismo número de hospitalizaciones.
Afortunadamente, no vemos esta tendencia en el resto del país, sin poder explicar aún muy bien por qué. Si tuviéramos el número de ingresos con la mitad de casos, sería tremendo imaginar qué pasaría con el mismo número de contagios que en ocasiones anteriores. El porcentaje de vacunados en las franjas mencionadas (de 60 a 79 años) es aún escaso: un 40,86% ha recibido al menos una dosis y solo el 4,41% ha completado ya el ciclo de vacunación.
Como se puede ver, hay muchísima gente aún expuesta. Es, por tanto, muy importante bajar cuanto antes las cifras que tenemos ahora mismo aunque no sean exageradas. Lo normal es que vayamos viendo que es así a lo largo de esta semana. Lo contrario ya sí sería motivo de seria preocupación.