El presidente de Vox, Santiago Abascal, en un acto de campaña en Alcalá de Henares.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, en un acto de campaña en Alcalá de Henares. Efe

ELECCIONES 4-M

Ni siquiera la agresividad de Vox sirve para dar un vuelco a la izquierda a la campaña

Lo que asusta de Vox -y lo que fascina a su votante potencial- es que no se atisba ningún tono de cinismo en lo que dicen.

27 abril, 2021 02:58

El vídeo electoral de Unidas Podemos para las elecciones del 4 de mayo incide en la necesidad de luchar contra el tópico de que Madrid es de derechas y la izquierda no tiene nada que hacer. El asunto es si eso es un tópico o es la realidad o hasta qué punto la realidad se va configurando a través de tópicos, que es lo que en el fondo supongo que combate el vídeo: si el votante potencial de izquierdas da por hecho que su partido no va a ganar, puede quedarse tan a gusto en casa el martes y contribuir precisamente a que su partido no gane. Profecías autocumplidas.

Mucho de eso hay también en los sondeos: si insisto, por ejemplo, en que Ciudadanos no va a llegar al 5% y se va a quedar con cero escaños, planto esa duda entre sus votantes, muchos de ellos salen despavoridos a otras opciones con representación más segura… y obviamente Ciudadanos acaba no llegando al 5%.

Con todo este tipo de sugestiones o en ocasiones manipulaciones obvias hay que contar. Lo cierto es que, tópico o narrativa, nada parece hacer pensar ahora mismo que la izquierda esté en disposición de hacerse con el triunfo en las elecciones, por mucho que se apele a movilizaciones y luchas contra el fascismo y por mucho que el “efecto Gran Hermano” -la simpatía por la víctima- debiera beneficiar en esta ocasión a Pablo Iglesias.

Salvo el CIS, ninguna encuestadora da posibilidades a la unión de Más Madrid, PSOE y Unidas Podemos. La mayoría le otorga en torno al 45% de los votos y 65 escaños sobre los 139 que se reparten el próximo martes.

Para movilizar, es importante tener un enemigo común, pero también es importante tener una alternativa. Si ese mensaje se está dando, desde luego no parece estar llegando. El pasado domingo al PSOE no se le ocurrió otra cosa que mandar al presidente del gobierno y al ministro del interior a dar un mitin en un polideportivo en una zona confinada de Getafe. Como mínimo, es una torpeza. No puedes basar buena parte de tu campaña en la desidia del PP contra la Covid-19 y caer tú en esa misma desidia.

¿Un odio con otro collar?

Este tipo de cosas son un ejemplo más de la pereza que impregna todo en esta campaña. El otro factor, si recuerdan de artículos anteriores, era el odio. Azuzar el odio lo más posible y luego ver qué cae del árbol.

Esto del odio y la crispación es muy noventero y no recuerdo un momento en el que llegara a desaparecer. Si tiene su origen en el dóberman de 1996 o en las protestas del 14 de marzo de 2004 o en la acampada de Sol del 15M, allá cada uno con su labor de arqueólogo, pero está ya tan interiorizado que nos hemos acostumbrado a ello.

Quizá si algo llama la atención de Vox es cómo se lo toman tan en serio. Lo que asusta no es tanto el desprecio hacia los demás sino el énfasis que se pone en ese desprecio.

Hasta ahora, lo que habíamos visto era una especie de forzada representación de enfaditos y agravios programados entre gente que luego se iba de cañas. El “rubalcabismo”, si se quiere, que incluso Podemos abrazó en el momento en el que decidió que iba a seguir siendo Izquierda Unida.

Cargantes pero más bien inofensivos. Lo que asusta de Vox -y lo que fascina a su votante potencial- es que no se atisba ningún tono de cinismo en lo que dicen. Cuando invitan a gritos a Pablo Iglesias a abandonar la política porque no hay sitio para gente como él, lo dicen en serio. Cuando amenazan con echar del país a miles de menores sin padres, la amenaza suena completamente real e invita a pensar, a lo Martin Niemöller, “y después de ellos, ¿quiénes?”.

El problema de los proyectos totalitarios -y la palabra “fascismo” es aquí poco más que un accesorio- es que tienen problemas con el freno. El problema de los que analizan dichos proyectos es el mismo que el que se encuentran los que analizan epidemias: siempre están viendo los hechos con retraso.

Lo de hoy nunca es tan grave y para cuando es realmente grave, el tsunami ya nos ha pasado por encima. Hay cosas en Vox que no se entienden en el cálculo habitual de la política española.

De entrada, el rechazo total a ese cálculo, el “después de mí, el diluvio” que acompaña a cada una de sus intervenciones. Tenían ante sí unos comicios con un escenario post-electoral maravilloso y no les ha importado ponerlo en juego a ver qué pasa. En ese sentido, no solo Vox no es Podemos sino que es casi su antítesis.

Nunca ha hecho nada Pablo Iglesias sin calcular el beneficio exacto que iba a darle. Y no lo digo necesariamente como una crítica (ni un elogio).

El caso es que, aunque los sondeos no la recojan o la tuvieran recogida ya de antemano y por eso no se vean los cambios, esta agresividad desmedida de Vox tendría que provocar una movilización en el electorado de izquierdas. La gente vota más cuanto más les cabrean. Y eso, a su vez, debería preocupar al PP de Madrid, aunque a veces parezcan encantados y les dé por sumarse a la exageración.

Por un lado, no se entiende demasiado: a más tranquilidad, a más “catenaccio”, mejor todo para Díaz Ayuso en esta tesitura electoral en la que los 60 escaños parece que van de suyo. Por otro lado, es cierto que si atacar a VOX va a ayudar a Ciudadanos y les va a meter en la Asamblea, al PP no le conviene. Ya se sabe que en política no es bueno tener muchos enemigos pero tener muchos amigos es aún peor.

El PP, a por voto socialista

Lo cierto es que Díaz Ayuso sigue en su lucha por el voto de determinado votante socialista más o menos coyuntural, y entiende que el que va a votar izquierda para evitar que Vox entre en un posible gobierno, tampoco les iba a votar a ellos en ningún caso.

El trabajo del PP en el corredor del Henares y el sur de Madrid, donde creen que puede haber votantes descontentos con el gobierno de Pedro Sánchez que vean en Ayuso una alternativa más fiable, está siendo intenso.

Por supuesto, saben que al final del camino hay una negociación interminable con Rocío Monasterio para poder legislar, pero después de dos años ya tienen callo.

El sueño de la mayoría absoluta sigue ahí, pero es un sueño casi imposible y que depende exclusivamente de este moderado simpatizante de izquierdas asustado.

Es normal que un filósofo como Ángel Gabilondo -¡un metafísico, ni más ni menos!- le dé muchas vueltas al concepto de “libertad”, del que tanto abusa la candidata popular, pero lo cierto es que, en la práctica, el mensaje está muy claro: “Con nosotros, vuestros comercios no cierran; con nosotros, no os vais a un ERTE porque el comercio en el que trabajáis se vea obligado a cerrar”.

Ese es un peso tremendo a las espaldas de los partidos de izquierda, que se empeñan en colocar la gestión de la Covid en el centro del debate y luego no saben resolverlo. Su inconcreción puede invitar a pensar que ellos sí son partidarios de cerrar esos comercios, bares, restaurantes… y es posible que sanitariamente sea una decisión sensata, pero electoralmente es nefasta.

Y, así, siguen los malentendidos: ¿qué vais a hacer exactamente, cómo puedo confiar en vosotros, “qué me cabe esperar”, por hablar, precisamente, en términos kantianos? Y, al final, esas dudas, tan reales, tan de crédito que vence, de alquiler en deuda, son las que decantan las balanzas y no las abstracciones ni las amenazas futuras.

¿Debería ser así? Ese es otro debate. Cuando acaben de ganar las elecciones, los dirigentes del PP tendrán que analizar qué hacen con Vox porque no parece un problema de rápida desaparición. Echaron a Aguado porque no se fiaban de él y ahora toca otra sesión del dentista con Monasterio queriendo deportar a todo el mundo.

Igual es ahora cuando se dan cuenta de hasta qué punto necesitaban a Ciudadanos o hasta qué punto Ciudadanos era un mal menor para ellos. Si Edmundo Bal llega al mágico 5% puede que el factor Vox pierda importancia. Puede. Para que eso suceda, la izquierda tendría que hundirse y no tiene pinta. La tuvo, ojo, pero ahora ya no está tan claro. En una semana, saldremos de dudas.

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