Hubo un tiempo en que los escritores cambiaban países. Era, por ejemplo, el tiempo de Manuel Chaves Nogales, que supo congregar en las páginas del Ahora los egos más delicados e influyentes. Ahí estaban todos: Azorín, los Machado, Unamuno, Baroja. Los políticos miraban y tomaban nota. Los votantes también.
Hoy esa segunda premisa ya no funciona. Los políticos, me consta, siguen mirando qué dicen los escritores, pero los electores están a otra cosa. No sé si es un país mejor o peor, pero sí sé que es un país radicalmente distinto.
"A los pueblos no los mueven más que los poetas", dijo Primo de Rivera. A los pueblos, hoy, los mueven las series, el cine y los videojuegos. Y estamos de enhorabuena: Chaves Nogales llegará al cine a lomos de una superproducción dirigida por Juan Antonio Bayona y guionizada por Agustín Díaz Yanes.
Ha pasado algo en los últimos diez o veinte años. Cuando yo era pequeño, quería saber de la Guerra Civil, pero nadie hablaba de ella. Había libros y películas, pero pocos testimonios personales. Poca verdad. Hoy es difícil que pase un día sin que alguien hable de la guerra. Eso ha traído, es verdad, cosas buenas. Pero también ha arrojado una realidad muy preocupante.
Proliferan entre los que somos hijos de la democracia (¡nacidos en libertad!) dos actitudes que borraron nuestros abuelos, olvidaron nuestros padres y se antojaban imposibles en nosotros.
Por un lado, los que quitan hierro (como si se le pudiera quitar hierro a algo así) a la dictadura de Franco. Porque tenía "un amplio apoyo social", "porque la represión sólo duró unos pocos años", porque "el desarrollo económico fue espectacular", porque "creó la clase media". Es mucho peor, dicen, el Gobierno de Pedro Sánchez.
Ni rastro de los campos de concentración, del garrote vil, de la gente viviendo escondida o de la fortaleza de la censura.
Enfrente están quienes asumen la ferocidad del franquismo, pero dulcifican la Segunda República. Como si el 14 de abril de 1931 hubiese sido la panacea de la libertad, como si no hubiera existido la quema de iglesias, como si no hubiesen funcionado las checas, como si una parte de la izquierda no hubiese intentado la dictadura del proletariado con un golpe en 1934.
No se trata de una equiparación. Sería absurdo igualar una dictadura de cuarenta años con una República de apenas un lustro donde, por desastrosa que fuera, funcionaban las urnas. Pero el problema es ese: la obsesión por la comparación. Como si no se pudiera enjuiciar cada hecho, cada momento de la Historia, en solitario. A través de los testimonios y los datos.
No me llamen exagerado. Echen las cuentas. Entre unos y otros (los relativistas del franquismo y los dulcificadores de la República) suman cientos de escaños hoy en el Congreso. A quienes nos encontramos ahí, en la minoría que sueña con la ecuanimidad, nos llaman equidistantes. "Fascistas", "comunistas" y "cobardes". Según quien sople.
Pero hubo un día, hace unos años, en que nos topamos con Manuel Chaves Nogales. Y entonces todo se vio de otra manera. La moda de Chaves traía consigo una esperanza. Renacía un escritor republicano que fue silenciado por el franquismo y que luego no fue recuperado por la izquierda en la Transición porque también había consignado el horror del "Madrid rojo".
En Chaves encontramos el relato. La sucesión de los hechos. Miró y contó con muchos más verbos que adjetivos. Obsesionado por la ecuanimidad. Por eso hoy lo creemos más necesario que nunca. ¡Quienes figuramos en esa camarilla somos tan distintos! Generacionalmente, políticamente, socialmente. Una prueba incontestable de su transversalidad.
Pero la gente no lee, para qué vamos a engañarnos. Y necesitábamos una manera de que Chaves alcanzara a la sociedad de lleno en su corazón. De que la sociedad conociera el verdadero "chavismo", el bueno. El encargado se llama Juan Antonio Bayona, al que no hace falta presentar. El guionista, Agustín Díaz Yanes, lo mismo.
Lleva Bayona "años" trabajando en la película. Será con A sangre y fuego, el libro antológico. A través del camino que nos une a todos los chavistas, el del "asombro". Porque a Chaves no conviene leerlo con esa mentalidad tan de nuestro tiempo: "Voy a hacer algo sobre la guerra". Sino con la del "humanismo". Chaves es la historia de un periodista, de un padre, que acaba exiliándose dos veces por culpa del totalitarismo.
Pero no del "totalitarismo" en general, sino del particular. Personas con voz y rostro. Esa es la manera de entender lo que pasó.
Bayona es un experto en el género. Lo hizo con Lo imposible, que no es la historia de un desastre natural, es la historia de una familia. Y está a punto de hacerlo con La sociedad de la nieve, que no es la historia de un accidente de avión, es la historia de un grupo de hombres tirados en medio de una montaña.
Me consta que Bayona miró a los ojos de Pilar, la hija de Chaves. Si ha mirado ahí, llegará a buen puerto. Yo también miré, y no sé si he llegado a alguna parte, pero el camino está siendo apasionante.