El peligro de prolongar la meseta de contagios en España: el drama que nadie quiere ver
Aunque España puede presumir de haber evitado la 'cuarta ola', la incidencia actual es insostenible de forma prolongada en el tiempo.
28 abril, 2021 02:56Noticias relacionadas
El problema no era "la cuarta ola". Nunca hubo una "cuarta ola" como tal en el conjunto de España como sí la hubo -y muy dura- en Europa Central, Italia y Francia. No llegó o simplemente no nos tocaba, nunca lo sabremos. Nuestra tercera ola había sido terrible, solo comparable con el infierno de marzo-abril de 2020, y el repunte internacional nos pilló con la guardia subida.
Solo en regiones puntuales como Navarra o País Vasco podemos hablar de un estallido en toda regla, estallido en el que al menos el País Vasco sigue metido de lleno. Lo de Madrid y Cataluña son repuntes a partir de una base enorme, insostenible en términos sanitarios y hospitalarios.
Cuarenta y tres días después del inicio de la subida en las incidencias a 7 y 14 días, vemos una ligera bajada que prácticamente compensa las subidas de días anteriores de golpe. La primera ha subido un 4,3% en la última semana, movida sobre todo por la situación en País Vasco (+13,5%) y Cataluña (+34,2%).
Recordemos que la desincronización entre los datos de la Generalitat y los del ministerio ha sido un clásico desde el primer día de la pandemia, así que probablemente estemos hablando de actualizaciones de casos pasados no notificados en su momento.
En cuanto a la incidencia a 14 días, está en los mismos niveles que el lunes 19. El incremento no llega ni al 1%. Estabilidad total en torno a los 10.000-11.000 casos por día (hoy, buena noticia, no han sido ni 8.000). Incluso en País Vasco, Cataluña y Madrid empezamos a intuir que el pico ha quedado atrás.
En el caso de la comunidad presidida por Íñigo Urkullu, parece que el máximo de incidencia quedará en torno a los 530 casos por 100.000 habitantes cada 14 días, la cifra más alta de cualquier región española en este repunte. Nada que ver con lo que se vio en la segunda y la tercera ola. Nada que ver con lo que vimos en el resto de Europa.
Aun así, esta buena noticia empieza a ocultar una mala: son incidencias muy altas para mantenerse en ellas. Al no haber un pico claro sino un incremento suave y mantenido durante mucho tiempo, es de esperar que el descenso sea parecido. Eso supone mucho tiempo con una transmisión muy alta.
No tiene sentido que nos llevemos las manos a la cabeza con la variante india, la brasileña o la sudafricana y no hagamos por tener el virus moderadamente controlado en nuestro país. En su momento, una incidencia semanal de 25 casos por 100.000 habitantes nos parecía ya peligrosa. No puede ser que mantenernos en cuatro veces esa cantidad sea considerado ahora razonable.
Si esas variantes o cualesquiera otras llegaran a nuestro país, con este nivel de contagios, sería imposible detectar su transmisión comunitaria hasta que esta estuviera ya notablemente extendida. Es cierto que seguimos vacunando a buen ritmo y que eso se tiene que acabar notando, pero hasta el famoso 70% nos quedan aún tres o cuatro meses y en cualquier momento esto se puede complicar muchísimo.
Si cada día, tienes a 10.000, 11.000 o 12.000 personas en España que dan positivo en una prueba diagnóstico, es complicadísimo que puedas saber con exactitud qué variantes están extendiéndose a tiempo real. Vas a ir siempre con retraso porque la cantidad es inmensa. Con todo, este sería casi el menor de nuestros problemas. La variante británica también nos pilló desprevenidos, pero no ha sido tan contagiosa como preveíamos o no, al menos, en su momento de esplendor.
Aunque muchos damos por hecho que entró en nuestro país ya en diciembre -es sospechoso que esa tercera ola fuera tan dura justamente en España, Reino Unido, Irlanda y Portugal, mientras el resto de Europa apenas se veía afectada-, lo que es indudable es que ahora mismo es la predominante y casi exclusiva. Sin embargo, no se ve un efecto especialmente perverso.
En consecuencia, aunque las mutaciones nos preocupen, lo cierto es que suficiente tenemos ya con lo que tenemos. Una transmisión de este nivel, en torno a los 200-250 casos por 100.000 habitantes a nivel nacional y con picos por encima del nivel de riesgo extremo en varias comunidades, supone en la práctica la imposibilidad de mantener la asistencia sanitaria tal y como siempre la hemos entendido.
El País Vasco alcanzó el pasado lunes su pico de camas UCI ocupadas desde el mes de abril del año pasado. Madrid vuelve a rozar los 600 pacientes críticos, lo que provoca que el 120% aproximadamente de las camas pre-pandemia estén ocupadas en este momento. Cataluña no está en mucha mejor situación.
Necesitamos cortar la transmisión para que no se nos acumulen los hospitalizados y los centros de salud vuelvan a cumplir su función de atención primaria de todo tipo de enfermedades. Ambas cosas son básicas no ya para la lucha contra la Covid-19 sino para seguir atendiendo las demás patologías, dejar de retrasar operaciones supuestamente menores y volver al diagnóstico precoz que salva vidas.
No puede ser que los hospitales se llenen de intensivistas sin preparación como tal que han tenido que reconvertirse sobre la marcha sin que acaben de volver a su función inicial. No podemos seguir estirando un chicle de sanitarios agotados y al borde del ataque de nervios.
El hecho de que las incidencias no se disparen y que las vacunas, como decíamos el lunes, estén empezando a notarse en el número total de fallecidos, parece haber cegado a muchos de nuestros dirigentes como si esto fuera cosa del pasado. Basta con ver las imágenes de India para darse cuenta de que no es así, pero en realidad ni siquiera haría falta irse tan lejos. En Guipúzcoa, los hospitales están al borde del colapso, como lo están en buena parte de la Comunidad de Madrid, donde se siguen registrando unos 2.500 casos nuevos un día tras otro tras otro.
Es normal que nuestra salud mental nos pida un respiro, las famosas cañitas que tan de moda electoral se han puesto. Lo importante es que no confundamos el subterfugio con la realidad. Que necesitemos pensar y vivir en la normalidad no quiere decir que esa normalidad sea tal. No lo es. La incidencia actual, en la que llevamos estancados unos diez días, es insignificante como supuesto pico de una ola pero es altísima para un escenario de convivencia mantenida con el virus.
No se puede pensar en el verano y el turismo con estos números, sería un error enorme. Otra cosa es que queramos verlo, que parece que no, pero estamos ante un momento decisivo: hay que bajar y hay que bajar rápido. De lo contrario, nuestro país quedará demasiado expuesto a cualquier imprevisto y esa es una lección que ya deberíamos haber aprendido y dejado atrás.