Cuando alguno de sus allegados o lugartenientes cometía algún exceso, y se gastaba más dinero de la cuenta, Don Javier, 'El Milagros', les pedía precaución, cautela, y se ponía de ejemplo a sí mismo. En Madrid pasaba por un latino cualquiera, un tipo que vivía discretamente, sin pretensiones, en un piso sencillo de Hortaleza.
Con esa fachada hacía proselitismo entre los suyos para que no levantaran la más mínima sospecha que pudiera alertar a la policía del imperio que tenía montado en la sombra desde hacía años en la capital.
Era al otro lado del océano, en Donmatías, un pequeño rincón de su Colombia natal, donde exhibía su verdadera cara y daba rienda suelta a un alto tren de vida. Allí se dejaba ver como el rico terrateniente que era: dueño de una gran finca repleta de ganado vacuno, de caballos, con toda clase de lujos, a la que bautizó con el nombre de hacienda Torino, emulando, según los investigadores, a la hacienda Nápoles, un lujoso y extenso complejo que el narcotraficante Pablo Escobar erigió en la localidad de Puerto Triunfo en 1978.
El de 'El Milagros' era el resultado más palpable del negocio que había logrado levantar una década atrás en Madrid: una extensa red de reparto de cocaína a domicilio con unos 10.000 consumidores en cartera.
En su pueblo natal el capo era respetado por todos. Muchos de los habitantes de esa localidad del departamento de Antioquía recurrían a él desde hacía años con la intención de que ayudase a sus hijos a buscar un futuro mejor. Sus hombres fuertes escuchaban las plegarias de los vecinos en el bar La Española. Era ahí donde quienes formaban parte de ese núcleo duro captaban a los chicos para traérselos con la promesa de un trabajo y una vida próspera en España.
Les compraba el vuelo, aterrizaban en la capital y les proporcionaba los medios para poder quedarse en el país, pero la realidad era que todos contraían, sin saberlo, una deuda con el líder de esta trama que nunca iban a hacer desaparecer.
Así como iban llegando, los jóvenes de Donmatías, los "peladitos", quedaban integrados en la extensa red de distribución de 'telecoca' que "el patrón" había logrado establecer en la ciudad.
Javier y sus hombres de máxima confianza les mantenían encadenados bajo la coartada de que tenían que conseguir subsanar la deuda por el viaje en avión, el alojamiento, la comida o incluso los matrimonios de conveniencia que les iba organizando para que tuvieran los papeles en regla. De romper el 'contrato', les amenazaba con que sus familiares sufrirían las más severas consecuencias.
John Javier Betancur Álvarez tiene 52 años y fue detenido el pasado 28 de abril junto a otras 39 personas tras una exhaustiva investigación prolongada durante dos años que ha sido comandada por el Grupo VI de la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF) de la Policía Nacional en Madrid. A todos ellos se les imputan los presuntos delitos de trata de seres humanos, pertenencia a organización criminal, contra la salud pública y blanqueo de capitales.
50 millones de euros
Hay más de 100 jóvenes víctimas de ese presunto chantaje orquestado con el fin de traerles de Colombia para convertirles en repartidores de cocaína en toda la ciudad. El juez decretó el ingreso en prisión tanto de 'El Milagros' como de diez de sus colaboradores y subordinados en la organización.
En los doce registros realizados se incautaron más de dos kilos de cocaína, más de 100.000 euros en efectivo, documentación entre la que figuran los libros de contabilidad de la organización, más de cincuenta teléfonos, nueve vehículos y numerosas joyas y efectos de valor.
Aunque la cantidad interceptada no resulta excesivamente elevada, se calcula que durante esta pasada década podrían haber enviado a Colombia un total de 50 millones de euros.
'El Milagros' lleva década y media en Madrid. Pese a ello seguía siendo conocido y querido por muchos en su Colombia natal. Ello era posible gracias a la facilidad con la. que surtía de favores a todos aquellos que se acercaban a su casa.
El 'call center' de la coca
El nivel de sofistificación era tan alto en parte gracias a la gran cantidad de personas de las que disponía la organización. Dice Tomás Santamaría, inspector de policía y jefe del grupo que ha desarticulado este entramado, que 'Don Javier' contaba con una estructura pseudoempresarial con varias sedes distribuidas por la capital a modo de "oficinas". El objetivo, explican los investigadores, era que los repartos y las transacciones se pudieran resolver en un período de tiempo de entre diez y veinte minutos.
De ese modo, los miles de consumidores que recurrían a esta red llamaban primero a alguno de los numerosos teléfonos disponibles. Al otro lado descolgaba un operador desde el call center. Empleando lenguaje en clave -"quiero tres entradas para el partido de la Champions" era una de las fórmulas utilizadas-, se realizaba el pedido.
Una vez finalizaba la llamada, la persona que había atendido al teléfono localizaba al repartidor de la zona en cuestión y le llamaba desde otro terminal diferente. Ese era el que emprendía el camino hacia el punto de encuentro con el fin de cursar la orden y entregar la cocaína.
'El Milagros' nunca entraba en contacto con el escalafón más bajo del entramado, al que pertenecían los jóvenes colombianos captados y traídos a España con falsas promesas de prosperidad. No le hacía falta. La jerarquía de la organización estaba, en ese sentido, plenamente diversificada.
Las oficinas, en total unos veinte pisos desde donde se suministraba la droga, estaban ubicadas estratégicamente por toda la ciudad de Madrid, según las zonas de consumo, con el fin de ofrecer unos tiempos de respuesta adaptados a los consumidores.
Los primeros indicios de la existencia de la red de 'El Milagros' se detectaron en 2019. Los agentes de las brigadas de Seguridad Ciudadana comenzaron a advertir una serie de detenciones que compartían entre sí unas características muy similares: todos eran jóvenes, a todos se les habían requisado pequeñas cantidades de cocaína, todos eran colombianos y todos procedían de la misma localidad, Donmatías, conocida en el departamento de Antioquía como la 'Roma Paisa'.
Soluciones durante el confinamiento
La distribución de esta sustancia ni siquiera se detuvo durante los tres meses que duró el confinamiento. 'Don Javier' y los suyos pronto encontraron soluciones al toque de queda y a las restricciones de movilidad. Sostienen los investigadores que para proseguir con los envíos durante ese período de tiempo, los cabecillas de la organización llegaron a comprar para los 'peladitos' mochilas idénticas a las de distintos servicios de reparto de comida a domicilio.
Así tenían la excusa perfecta para moverse con libertad sin ser molestados por los agentes que patrullaban aquellos días las calles de Madrid.
Si bien el horario de atención del negocio era entre las once de la mañana y las once de la noche, la actividad era igualmente incesante también durante la madrugada. Para solventar estos envíos, el clan de 'El Milagros' tenía en nómina a repartidores con licencias de transporte público que se encargaban del suministro nocturno.
Al mismo tiempo llegaban a esconder la droga en caramelos, peines o en el interior de teléfonos móviles con el fin de que nadie la detectara. Igual de estrictas eran las medidas de seguridad empleadas por el líder de la organización. Era tan cauteloso y discreto que, en una ocasión, tras ser identificado en su vehículo durante un control rutinario con motivo del Estado de Alarma, se deshizo del turismo al instante.
Pocos minutos después de que le dieran el alto ya había emprendido el camino para depositarlo en un desguace.