"Imagínese que es usted tenista y se pasa la vida entrenando, pero nunca compite, ¿cómo sabe si lo hace bien o no?". Con este símil la teniente Isabel Ortega explica su motivación para ir al Líbano, un "regalo", asegura, que le permite poner en práctica sobre el terreno sus conocimientos.
Ortega, como muchos de sus compañeros, se siente orgullosa de poder contribuir a la paz y ayudar a un país sumido en una profunda crisis política, económica y social.
EFE ha hablado con tres de ellos con motivo del viaje a Líbano esta semana de la ministra de Defensa, Margarita Robles, en el que durante dos días ha visitado a las tropas españolas desplegadas en ese país que forman parte de la misión de paz de la ONU.
La teniente Ortega tiene 25 años y es jefa de la sección de zapadores en la Base Miguel de Cervantes, situada en Marjayoun, localidad del sur del Líbano en la frontera con Israel, donde lleva tres meses.
Tiene a su cargo a un equipo de 35 personas (34 hombres y una mujer) y se siente afortunada de formar parte del contingente español. Para ella, dejar el territorio nacional e ir a una zona de operaciones, "sea la que sea", es "un regalo", porque "por fin vas a hacer de verdad para lo que te has estado preparando".
Una de las tareas de su sección, encuadrada en la unidad de ingenieros a cuyo mando se encuentra un capitán, es realizar obras para asegurar la protección dentro del perímetro de la base.
"Somos un arma de apoyo, muy versátiles, lo mismo construimos un muro de protección frente al fuego de ametralladoras que alicatamos un baño como estamos haciendo ahora mismo", explica.
Su grupo también se encarga de ofrecer asistencia a la movilidad de los soldados. Por ejemplo, son los que actúan en el caso de que un convoy quede atascado, quitando piedras o removiendo el terreno si fuera necesario para facilitar que pueda seguir su camino.
"Soy la jefa"
Aunque las mujeres son minoría en la base, para esta teniente no supone ningún problema; saca pecho y afirma rotunda: "Yo mando a mis 35 chavales, para eso soy la jefa".
Lo que más le gusta de su trabajo es tener gente a su cargo. "Saber que estén bien o no va a depender de mí, es un reto constante; no me puedo dormir en los laureles, porque si lo hago, lo pagan los 35 que llevo detrás".
Por eso cuando se le pregunta a qué situación no le gustaría tener que enfrentarse nunca, responde tajante: "que mi gente, la que va detrás de mí, alguna vez me dé la vuelta y no me siga. Es a lo que más miedo le tengo".
Lo más duro de estar en Líbano para el capitán José Manuel Álvarez es no tener cerca a su familia, aunque reconoce que la "peor parte" se la lleva, en su caso, su mujer, que tiene que cuidar ella sola de sus dos hijas mellizas de cuatro años.
Pero lo tiene claro: "Nos entrenamos diariamente en España para poder llevar a cabo estos cometidos en zona de operaciones", afirma.
Al igual que la teniente Ortega, pertenece a la brigada Aragón y en Líbano se encuentra encuadrado dentro del Cuartel General, en una de las células que asesora al general y que se encarga de la cooperación cívico militar.
Este zaragozano de 38 años gestiona y coordina de qué forma se puede ayudar mejor con el dinero que envía España. En su unidad analizan las necesidades de la población civil antes de diseñar los proyectos que se van a poner en marcha.
El último ha sido la entrega de equipamiento contra incendios a los Centros de Defensa Civil (CDC) de la provincia de Nabatiyeh, una especie de células de protección civil que están en una situación complicada debido a la importante crisis económica del país.
El capitán Álvarez explica que con esta donación, cuya entrega se llevó a cabo el pasado jueves en presencia de la ministra Robles, "matamos dos pájaros de un tiro", porque aparte de ayudar a los CDC, se está potenciando la economía local, puesto que el material se compra a empresas de la zona con el presupuesto español.
Asegura estar encantado con su labor. "Es la primera vez que trabajo en el ámbito de la cooperación cívico-militar y está siendo una experiencia preciosa".
El objetivo de los militares españoles como del resto de países que forman parte de la misión de paz de la ONU es intentar evitar que se produzca una escalada de las hostilidades entre Líbano e Israel.
A escasos metros de la línea de separación entre estos dos países establecida por Naciones Unidas, la llamada Línea Azul (Blue Line), España tiene asignado un punto de vigilancia que cuenta con alrededor de 80 militares, todo hombres y una única mujer, la soldado Rebeca Martín.
El contingente al que pertenece esta joven zamorana patrulla diariamente la zona para mantener la seguridad. Afortunadamente, no hay altercados importantes, aunque en los últimos días tanto los israelíes como los partidarios de Hezbolá han lanzado granadas luminosas en un intento de intimidar al otro bando.
Rebeca, que lleva tres meses en Líbano, es consciente de que el país está sumido en una crisis importante. "La población civil se ve muy empobrecida", afirma, aunque en su puesto está asegurada la comida, el agua y la gasolina.
No es así entre la población civil. La escasez de combustible provoca grandes colas en las gasolineras, que muchas veces acaban en enfrentamientos entre los conductores y hace necesario la intervención de los "cascos azules".
"Calma tensa" es como definen la situación en la zona y aunque todos ellos aseguran no tener sensación de peligro, como dice la teniente Ortega, "siempre estamos con las orejillas levantadas".