La mujer le dijo a la capitán Amanda García Oliva que llevaba cinco días esperando en el aeropuerto de Kabul la llegada de los militares españoles. Que subía al avión con dos de sus tres hijos. Que el tercero, el más pequeño, no pudo llegar a la pista de despegue.
Ya en la aeronave, durante la travesía de Afganistán a Dubái, le contó su tragedia a la oficial del Ejército del Aire: cómo días atrás se había quedado atrapada con los tres en una de las avalanchas humanas que se produjeron en las inmediaciones del aeródromo, cuando miles de personas intentaban acceder a su interior.
Ella sostenía al menor entre sus brazos, rodeada de la marabunta, tratando, en vano, de protegerle. Asfixiado por la muchedumbre, el niño quedó sepultado bajo un alud de personas y no logró sobrevivir. "Rescatamos a aquella mujer, pero su bebé murió en el tumulto del aeropuerto".
La refugiada, cuenta la capitán, le confesó que llevaba días tratando de asimilar lo que había pasado. Su mayor temor era no saber, al completar la travesía hacia España, lo que iba a ser de ella.
Pese a lo sobrecogedor de las historias de los centenares de personas que logró rescatar de las manos de los talibanes, a la capitán Oliva, enfermera, perteneciente al Ala 48 del Ejército del Aire, le sorprendió la entereza con la que le hablaron muchos de los afganos que se subieron a la aeronave. "Me ha sorprendido su templanza -cuenta a EL ESPAÑOL-, su aparente calma para salir de una situación así".
Y de ese modo, durante diez días seguidos, sin apenas dormir, Oliva voló junto a sus compañeros cada noche, de manera ininterrumpida, en uno de los Airbus A400M para transportar en cada trayecto al mayor número posible de personas.
"Algunos días, he ido echando cuenta de las horas y al final echaba más tiempo en el aire que en tierra", explica. "El cuerpo, es sabio, responde de una manera increíble en estas situaciones", apunta. Ya perdió la cuenta del número de veces que estos días le sellaron en la aduana el pasaporte.
A 24 horas de caer Kabul
La misión de rescate y evacuación terminó el pasado viernes. Ya no queda ningún militar o ciudadano español en Afganistán. En ese período de tiempo, que abarca las dos últimas semanas, los soldados de las Fuerzas Armadas consumaron el rescate de más de 2.200 refugiados afganos, sobre todo, colaboradores españoles en estas últimas décadas. Ya están todos en territorio nacional.
Quince días antes, el caos se había apoderado del aeropuerto de la capital afgana. Cientos de personas buscaban desesperadamente subir a cualquier avión para huir del país tras la toma del poder por los talibanes. Hubo quien lo intentó, sin éxito, ocultándose incluso en el tren de aterrizaje de las aeronaves, o sobre las alas de los aparatos, listas para despegar. Algunos llegaron a precipitarse desde las alturas.
La capitán recibió la llamada el día 16, sólo 24 horas después de la caída de Kabul. "Me dijeron que me fuera directa a la base de Cuatro Vientos". Allí le explicaron lo que iba a pasar. Las Fuerzas Armadas necesitaban personal sanitario para los vuelos de repatriación. "Me preguntaron si estaba dispuesta a ir a Zaragoza esa misma tarde para partir rumbo a Dubái, y de allí a Kabul". Accedió al instante. "Buscaban un perfil del Ejército del Aire y que tuviera la titulación como médico o enfermero de vuelo. No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar".
Después de que Estados Unidos lograse despejar las pistas del aeropuerto afgano, España dio luz verde a los suyos. Aquella noche despegó desde Zaragoza el primer avión militar con tropas del Batallón de Cooperación Cívico Militar (CIMIC) y del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA), ambas unidades del Ejército del Aire, para llevar a cabo la evacuación.
No era la primera vez que la capitán Oliva pisaba suelo afgano. Tiene 40 años y lleva seis en el Ala 48, pero procede, en calidad de sanitaria, de los Cuerpos Comunes de las Fuerzas Armadas. Entre octubre de 2011 y enero de 2012, viajó por primera vez al país asiático. En aquella ocasión lo hizo con el Ejército de Tierra. Pero la misión que acaba de rematar dice que es la más complicada a la que se ha enfrentado nunca en sus más de 10 años de experiencia: "Nos preparamos para esto. He hecho más misiones, pero ésta ha sido personalmente la que más me ha enriquecido".
Vuelos nocturnos
Los dos aviones salían cada noche de Dubái, en torno a las dos de la madrugada. Tres horas después aterrizaba en Kabul. El Airbus A400M ni siquiera apagaba los motores al aterrizar en la pista. Una hora más tarde, el vuelo despegaba recorriendo el camino inverso, esta vez con más de un centenar de personas en su interior. Los refugiados veían ya amanecer en el emirato.
En medio del caos prevaleció la organización militar. "Mi sensación, pese a lo de fuera del aeropuerto, era de seguridad", remarca la capitán. El personal del EADA elaboraba unos listados con las personas que viajaban en cada uno de los trayectos. Incluso, daban parte de aquéllas que podían necesitar apoyo sanitario. Se agilizaban, de ese modo, los transportes, y así cada aeronave sólo tenía que hacer subir a esas personas a su interior. "Cuando llegábamos, ya tenían preparada la gente que se iba a montar en cada avión".
En el primer vuelo, los soldados se encontraron a gente que llegaba sin apenas equipaje. Tan solo subieron 53 personas. "Una mujer de Palma de Mallorca casada con un afgano nos dijo que todo aquello les había pillado en la embajada y que directamente se habían ido sin nada al aeropuerto". Sin efectos personales, sin equipaje y sin recuerdos. La mayoría habían salido corriendo despavoridos hacia el aeropuerto sin esperar a pasar por sus casas, dejando atrás sus vidas, ante el avance de los talibanes.
La sensación en el vuelo era de tranquilidad, pero había incertidumbre. "Sobre todo con los niños. Niños que, muchos de ellos, quizás no habían visto un avión en su vida, como mucho en sus teléfonos. Me sorprendía la entereza al entrar en el avión. Su entereza fue tremenda".
"Ha habido todo tipo de casos -recuerda Oliva-. Tuvimos que atender a una señora mayor a la que le dio un ataque de ansiedad. Su hijo le dijo que se quedaba unos días más porque necesitaban a un intérprete en el aeropuerto". Cuando la mujer se sentó en el avión se dio cuenta de que su hijo se quedaba atrás. Entró en convulsión. Empezó a hiperventilar y tuvieron que tranquilizarla, atenderla, administrarle medicación.
La mayoría de los colaboradores se llevaban, como haría cualquiera, al máximo número de personas de sus familias. "El cabeza de familia, el hermano, su mujer, la mujer del hermano, los sobrinos, etc.". No querían dejar a nadie atrás.
Ahora descansa, ya de vuelta en España. Algunos, sí, se han quedado atrás. Dice que no sabe cuántos. "No lo sé -insiste- y prefiero no saberlo. Ha sido una labor conjunta. Si nos necesitan rápido, somos capaces de hacerlo bien. Me alegro mucho de haber formado parte de esto".