Javier recuerda vivamente la imagen de aquella mujer que huía hacia ellos escapando del gentío, sosteniendo al niño recién nacido entre sus brazos. El agente comprobó que al bebé todavía le colgaba el cordón umbilical:
-Había parido en la puerta de la base. Llevaba cuatro días vagando a su suerte.
Quizá por eso la asistencia médica se centró desde el primer momento en los menores. En gran medida después de que los niños y sus familias lograsen sortear los controles del aeropuerto de Kabul hasta alcanzar los pies de los aviones de rescate. Llegaban al límite de sus fuerzas. Los policías les iban sacando de la marea humana del aeródromo militar, entregando a sus compañeros de las Fuerzas Armadas a jóvenes deshidratados, con infecciones, con quemaduras provocadas por el sol.
Durante cerca de dos semanas, durante el pasado mes de agosto, el interior del aeropuerto de Afganistán estuvo tan atestado de gente tratando de huir del país que hubo días en que se tuvieron que bloquear desde el exterior, con vehículos blindados, las puertas acristaladas de 15 centímetros de grosor. El objetivo: que la presión no las hiciera estallar.
-Hablamos de un recinto militar -dice Jaime, otro de los GEO que participó en la evacuación- Y aun así tenían que poner un camión porque la propia masa de gente empujaba tan fuerte que incluso podía llegar a hacer que todo estallase.
"Hemos visto escenas que quitan el sueño", añade Juan, otro de los agentes que protagonizó el último servicio español en tierras afganas. Ahora, su heroismo les valdrá una Medalla al Mérito Policial con distintivo rojo.
15 días después de que se subieran al último avión tras rescatar a más de 2.000 personas, EL ESPAÑOL ha tenido la oportunidad de entrevistar a cinco de esos 20 agentes, conocidos ya como "los héroes de Kabul": 4 efectivos del Grupo Especial de Operaciones (GEO) y 1 de los efectivos de las Unidades de Intervención Policial (UIP).
Ellos fueron los primeros en llegar. También los últimos en salir. No quisieron marcharse hasta el último instante. Algunos de los días lograban evacuar a unas 70 personas. Otras jornadas en torno a 300. La cifra para ellos es lo de menos. Les sigue sabiendo a poco. "Nos llevamos una sensación agridulce".
-Me acuerdo de un niño pequeñito, como me pasó a mí -rememora nuevamente Jaime- que iba vestido con la camiseta de Messi, que llevaba cinco días ahí afuera, que cuando le conseguimos sacar del aeropuerto hacia el avión me abrazó como si fuera su padre. Eso bfff...."
Ellos dormían poco, pero dormían. Una de sus máximas es que si uno no duerme nada no puede ser operativo para su misión. Así que, aunque fueran tan solo unas pocas horas, todos ellos, por turnos se tumbaban en un jergón en la sección española custodiada por la UIP para conciliar durante un rato el sueño. Y luego de vuelta al aeropuerto.
1. "El día 15 algo no iba bien"
Los cinco reciben a este periódico en el cuartel general que el GEO, la unidad de élite de la Policía Nacional, posee en Guadalajara. Se trata de un antiguo bastión, una fortaleza con 40 años de historia desde la cual el grupo operativo más importante de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado lo controla todo. Desde donde permanecen siempre en alerta.
Todos los entrevistados relatan que ya habían sido destinados previamente en Afganistán, en labores de protección de la embajada. Conocían la inestabilidad del país. Llegaron, en esta ocasión, a dar relevo a sus compañeros en la región en dos turnos. Los primeros desembarcaron el día 5 de agosto. Los segundos el día 7.
Una semana más tarde, el día 15, cuando Afganistán ya prácticamente había sido sometida por los talibanes, percibieron que algo no iba bien en la ciudad.
"El afgano es de una cultura orgullosa, nunca te dirá que tiene miedo, que se marchan por los talibanes. Pero algo no iba bien", explica Juan. "Cuando percibimos eso sacamos una contravigilancia a la calle, seis hombres y dos vehículos blindados. Y empezamos a ver cosas que nos hacen sospechar: parte de los checkpoints militares, que normalmente custodian entre 6 y 10 soldados, mantenían o uno o ninguno".
Ahí creció su preocupación. Siguieron la ruta en dirección hacia la sede de la NDS (la principal agencia de inteligencia afgana). En cuanto se asomaron se percataron de que allí no había nadie. El edificio estaba vacío.
-¿Qué hicisteis en ese momento?
-Al ver que ha desaparecido la inteligencia saltaron todas las alarmas -insiste Juan-. Nos dimos cuenta de que estaba pasando algo serio, y nos pusimos en contacto con la jefatura en Guadalajara. Ahí comenzó la gestión con los ministerios.
Horas después Estados Unidos anuncia su decisión de evacuar de emergencia su embajada en Kabul.
Los GEO alertan en ese momento al embajador y planean la evacuación de emergencia. A su regreso a la embajada comienzan a eliminar documentos, material sensible, archivos cuyo contenido resultaría tan interesante como peligroso en las manos equivocadas, en las manos de los talibanes. En tres horas la embajada española, 16 años después de su apertura en el año 2005, está ya vacía, completamente abandonada. Todos se marchan hacia el aeropuerto. Esa misma noche diseñan el plan de evacuación
2. El avispero de Kabul
Al día siguiente, 16 de agosto, los se ponen manos a la obra y establecen su dispositivo para comenzar a localizar al personal de la embajada y a los colaboradores españoles a las puertas de acceso al aeropuerto. Escogen las entradas mejor situadas, por las que más gente accede, y las que les resultan más propicias para su misión.
Ese día el interior del aeródromo militar se convirtió en el epicentro del conflicto, del caos, la última esperanza para muchos que pretendían huir a cualquier precio del atroz yugo que iban a imponer los fundamentalistas islámicos. Se transformó en un auténtico, peligroso y mortífero avispero. Con personas que murieron aplastadas por la muchedumbre.
"Todas las embajadas habian lanzado el mensaje de que había que llegar", insiste Juan. Esa masificación se convierte en la complicación principal de la tarea que se les había encomendado. Un importante número de trabajadores de la embajada son, eso sí, localizados fácilmente por los agentes del GEO. Reconocían a muchos de ellos con facilidad, tras haber trabajado mano a mano durante años, así como a operarios de otros organismos internacionales a los que también ofrecieron cobijo.
El problema mayor llegó cuando el grueso del personal a evacuar eran personas que los agentes no conocían. "Había que establecer un filtro", insisten los GEO. Lo primero que hicieron fue establecer un código de colores: aquellos que vieran una bandera de España o escuchasen la palabra "Spain" tenían que sacar un trapo rojo o un trapo amarillo.
Se dio instrucciones a través de la embajada para que los trabajadores conocieran el mensaje, pero pronto les resultó inútil: muchos en el aeropuerto que no eran españoles ni colaboradores afganos se percataron de que si enarbolaban un pañuelo con ese color eso quizás les rescataran a ellos también. Así que a los pocos días esa vía tuvieron que desecharla.
3. La alcantarilla
Pronto establecieron simultáneamente una segunda estrategia de rescate: el conocimiento y la experiencia en la zona les hizo acordarse de una alcantarilla cercana por la que introducir a los refugiados y así salvar la marabunta del interior del aeropuerto. De ese modo lograrían alcanzar directamente el otro lado. A través de ella lograron evacuar a unas 300 personas.
"Ese punto de acceso era necesario porque el resto de las puertas estaban tan masificadas que avanzar cinco metros podía llevar días", cuenta Ismael. "Y aunque viéramos a esa persona a la que conocíamos a 15 metros de nosotros no podíamos llegar a ella".
A partir de ese instante comenzaron a citar a las personas a las que tenían que salvar en una coordenadas determinadas. Allí les hacían descender discretamente por los bajos fondos de Kabul y recorrían el trecho que por la superficie resultaba imposible de atravesar. La alegría, no obstante, no iba a durar demasiado, porque pronto muchas de las miles de personas presentes en el recinto se enteraron de esa suerte de pasadizo secreto.
"Era la forma de acceder saltándose a miles de personas y también el control talibán -explica Juan-. Pero la vía nos duró solo 72 horas. Se corrió la voz muy rápido, vieron movimiento y tuvimos que volverla a bloquear.
4. Los niños
El calor en Kabul, una ciudad a 1.791 metros de altitud, llegó a resultar por momentos insoportable. Días en los que se superaban los 40 grados con facilidad pero con una sensación mucho mayor. Ese fue otro de los factores que complicaron la situación para las personas que permanecían durante días o semanas hacinadas en el aeropuerto buscando un resquicio, la más mínima oportunidad.
"Desde fuera no se puede llegar a apreciar la cantidad de gente que había por metro cuadrado. Para avanzar dos metros suponía 15 horas", dice José. "Había gente que llevaba en esa situación 5 o 6 día, con niños deshidratados, sin comer".
-Imagínate una Mascletá, unos Sanfermines -continúa- una masificación de cualquier fiesta nacional. Pues multiplícalo por cinco, sumado al terror de que todos se querían ir de allí. De que en ese país les van a matar. Se veían verdaderos ramas humanos, de gente que salía despavorida del país, de familias que lo dejaban todo atrás.
- Gente aplastada contra las paredes -interviene Juan-, contra las puertas, gente muy nerviosa peleándose...
-Había tal cantidad de personas que si alguien que se caía al suelo allí, ya no se podía levantar. Lo que podía pasar era imprevisible. Llegó a haber muertos en distintas avalanchas".
5. El atentado
En el atentado de Kabul, perpetrado el día 26 de agosto, una jornada antes de que los españoles abandonasen para siempre el país asiático, fallecieron 183 personas y 150 sufrieron heridas de diversa gravedad. Minutos antes de la matanza suicida, los policías españoles habían estado justamente en el lugar en el que se produjo el ataque. Allí fallecieron 13 soldados norteamericanos.
Los GEO y los UIP escucharon el estallido, y vieron desde el interior de la zona militar cómo comenzaban a pasar ambulancias con los cuerpos de los muertos y de los heridos. A los militares no los conocían personalmente, pero les habían visto mucho en las jornadas anteriores.
"He pasado tanto tiempo alí rodeado de tanta gente que podía haber sido yo", revive José. Juan recuerda la clara sensación de que allí podía pasar algo, dada la cantidad de personas que había y la querencia de los yihadistas por montar una carnicería haciendo siempre el mayor daño posible.
Saben que, en lugar de los americanos, podían haber sido ellos. Unos minutos antes y les habría cogido en aquel lugar. "Podíamos haber muerto nosotros en el atentado. Todos éramos conscientes de que podía pasar algo. Pero había que asumir cierto riesgo. Se veía, pero cuando estabas sacando gente de allí te olvidabas de todo lo que te podía pasar".
Al día siguiente, el 27 de agosto, se subieron en el último de los aviones que despegó desde el aeropuerto rumbo a España, con escala en Dubái. Un pensamiento agridulce les invadió a algunos de ellos.
-Lo más frustrante -acaba Juan- era que tratábamos de abarcar algo que no podíamos abarcar.