Quince agentes aguardan, parapetados, en el rellano y en las escaleras del edificio, frente a la puerta del piso. Otros tantos se mantienen en tensión en el exterior. Hay siete yihadistas atrincherados en el interior del apartamento de la calle Martín Gaite, Leganés (Madrid). Tienen explosivos y armas. Y han llamado a sus familias para despedirse. Van a suicidarse.
Los miembros del GEO (Grupo Especial de Operaciones) lo saben. En torno a las nueve de la noche de aquel 3 de abril de 2004, unas semanas más tarde de los atentados del 11 de marzo, derriban la puerta del inmueble.
Entre ellos hay un experimentado policía, curtido durante años en la lucha contra ETA, que responde al nombre de Pelayo Gayol. Durante los tres minutos siguientes a derribar la puerta, el agente, con el resto de sus compañeros, exige a los terroristas que salgan. Del interior surge una respuesta, en forma de desafíos y disparos:
- Entrad vosotros, mamones, entrad vosotros...
Los GEO lanzan al instante una tanda de gas lacrimógeno. Quieren obligarles a salir. Unos segundos después se produce la gran explosión. Una bomba elaborada con 20 kilos de dinamita Goma 2 ECO estalla, y todo salta por los aires. Entre el humo, el polvo, el caos y los cascotes, los agentes salen milagrosamente vivos. Excepto uno. Se trata del subinspector Francisco Javier Torronteras, 42 años, el primero en entrar en el piso. Lo hizo protegido por un escudo. Estaba casado y tenía dos hijas.
Aquella fue la primera baja de esta unidad de élite de la Policía Nacional en toda su historia. La sentencia del 11-M refleja cómo Pelayo tardó 224 días en curarse por completo de las secuelas que le dejó la bomba. Convive desde entonces con una hipoacusia de oído izquierdo, una sordera parcial para frecuencias de 20 decibelios. Las peores heridas, sin embargo, no se ven.
Diecisiete años después de lo ocurrido, la voz seria y profunda del inspector Pelayo alecciona a decenas de aspirantes a entrar en su unidad. Se trata de un ejercicio en el que priman la discreción y la cautela.
Nada escapa a la mirada del instructor. Los jóvenes quieren ser como él, y él quiere que sean como él. El único camino es el sacrificio. Les mete caña. Busca que aprieten los dientes:
-¡He visto ñúes más sigilosos en los documentales de La 2!
Han pasado mil historias y casi dos décadas desde el piso de Leganés, pero no hay día en que al inspector Pelayo no le venga a la mente la noche en la que entró con su compañero en aquel apartamento. Todavía se emociona al recordarlo. Lo hace en algunos de los pasajes del documental G.E.O. Más allá del límite, disponible en Prime Video, una serie que se se ha convertido en una de las sensaciones de los últimos meses.
En ella destaca por encima de todos Pelayo, un tipo serio, inflexible, duro como una roca, pero también justo y benévolo con los jóvenes que ansían acceder a este exclusivo equipo policial, dedicado a resolver las misiones más complicadas. Uno de los agentes explica por qué están hechos de otra pasta: "Cuando estás en un operativo, tienes que creerte un poco inmortal".
De manera oficial, Pelayo Gayol es jefe del Grupo 20 y jefe de Especialidad de Buceo del GEO de la Policía Nacional. Pero para quienes le conocen es mucho más que eso.
"Todos le respetan. Todo el mundo que le conoce te lo dice", apunta a EL ESPAÑOL un efectivo de primer orden que trabaja en Madrid. Lo corroboran los aspirantes que aparecen en la serie y para quienes sus enseñanzas son un poderoso acicate: "Pelayo cala muy hondo. Es un máquina".
Tras la barba de viejo lobo y el rostro endurecido se esconde la historia de un superhombre. El inspector Pelayo ha visto de todo. Se ha enfrentado a los peores desafíos. Ha tenido que lidiar con etarras, yihadistas, narcotraficantes, asesinos... y ha vivido toda clase de situaciones límite. Siempre ha vuelto para contarlo.
Ahora, además de ser uno de los puntales del GEO, instruye a los jóvenes en las artes que él maneja. A priori podría parecer que lo físico es lo más importante. Es crucial, pero uno no llega al GEO sin una alta capacidad mental. Eso es en realidad lo fundamental. Gayol y el resto de instructores les someten durante siete meses a una disciplina casi espartana, siempre con la premisa de exigir a todos lo máximo de sí mismos.
"Las matemáticas -les explica- me dicen que me sobran más de 80 policías. La gran mayoría de los que estáis aquí no deseáis estar en el GEO. Os vamos a ayudar a que lo comprendáis".
Judo, atletismo, Asturias
El inspector Pelayo lleva 22 años en el GEO. Domina todos los registros. Según figura en el BOE, cuando en 2015 ascendió a la categoría de inspector, lo hizo el primero de su promoción. Sacó un 9,48. La segunda nota era un 7,6.
Es un atleta absoluto. Compite de manera periódica en pruebas de atletismo. Y es cinturón negro de judo.
Sus orígenes están en un pequeño pueblo de Asturias. Allí creció junto a una familia en la que no había nadie con vínculos con la Policía. Pero lo tuvo claro desde el principio. Aún así, echa de menos su tierra: "La gente que somos del norte nunca nos desvinculamos de la zona. Siempre nos engancha mucho todo. No sé lo que tiene, pero… Tu corazón siempre está ahí".
Entró muy joven en el cuerpo, y luego, en los 90, decidió integrarse en las unidades de investigación contra ETA. Estuvo en el País Vasco, en el servicio de Información de la Policía Nacional en San Sebastián. Desde esa unidad experta en la lucha antiterrorista se dedicó a recopilar datos que luego servirían para desarticular comandos de la banda.
De allí pasó al GEO. Le enseñaron el lado más duro, salvaje y exigente de la labor policial: los entrenamientos extremos, las expediciones al límite, el buceo, la técnica del francotirador, los asaltos a una vivienda repleta de delincuentes. Algo, como él dice, para lo que no vale cualquiera.
Desde entonces ha participado en la detención de mafiosos, narcotraficantes y yihadistas. Ha protegido embajadas, ha asaltado buques en alta mar, ha rescatado cadáveres de las profundidades de los ríos, ha desmantelado células terroristas.
Los 20 de Kabul
Los últimos policías que protegieron la embajada de Kabul desembarcaron en dos turnos el pasado verano en Afganistán. Los primeros llegaron el 5 de agosto. Los segundos el día 7. Una semana más tarde, el día 15, cuando el país prácticamente había sido sometido por los talibanes, los agentes percibieron que algo no iba bien en la capital. El inspector Pelayo estaba entre ellos.
Al percatarse de que las cosas se ponían feas, los GEO salieron a la calle a realizar una contravigilancia. "Empezamos a ver cosas que nos hacían sospechar -contaban hace unas semanas a este periódico-: parte de los checkpoints militares, que normalmente custodian entre 6 y 10 soldados afganos, mantenían o uno o ninguno".
Prosiguieron, inquietos, su ruta en dirección hacia la sede de la NDS (la principal agencia de inteligencia afgana). Al asomarse se percataron de que allí no había nadie. El edificio estaba vacío.
Aquella misma jornada, Estados Unidos anunció su decisión de evacuar de emergencia su embajada en Kabul.
Los GEO alertaron en ese momento al embajador y planearon la evacuación de emergencia. A su regreso a la embajada comenzaron a eliminar documentos, material sensible, archivos cuyo contenido resultaría muy peligroso en las manos equivocadas, en las manos de los talibanes.
En tres horas, la embajada, 16 años después de su apertura, estaba vacía. Todos sesalieron hacia el aeropuerto. Allí emprendieron la parte más complicada de la operación de rescate.
El interior del aeródromo militar se convirtió ese día en el epicentro del conflicto, del caos, la última esperanza para muchos que pretendían huir del yugo de los fundamentalistas islámicos. Aquel lugar se transformó en un peligroso avispero.
Algunas personas murieron aplastadas por la muchedumbre. En esas condiciones tuvieron que localizar a los colaboradores afganos y conducirlos hasta los aviones. Rodeados de extraños, con el riesgo de un atentado.
Durmiendo poco, en tensión constante, bajo un calor insoportable, Pelayo y los otros 19 efectivos (siete de ellos de las unidades de antidisturbios, la UIP), se afanaron en buscar soluciones. Utilizaron una alcantarilla para salvar el control talibán. Echaron mano del código de colores rojo y amarillo. Cualquier error podía pagarse muy caro.
"Vimos gente aplastada contra las paredes, contra las puertas, muy nerviosa, peleas entre ellos... Había tal cantidad de personas que si alguien se caía al suelo allí, ya no se podía volver a levantar", contaba Juan, uno de los agentes que participaron en la misión.
Minutos antes de la matanza suicida del 26 de agosto en el aeropuerto de Kabul, los policías españoles habían estado justamente en el lugar del ataque. Allí murieron 13 soldados norteamericanos. Saben que podían haber sido ellos. El día 27 se subieron en el último de los aviones que despegó rumbo a España.
Unas semanas después, los 20 de Kabul posan ya a salvo en el escenario del salón de actos del complejo policial de Canillas. El Ministerio del Interior ha querido brindarles un homenaje, y concederles la Medalla al Mérito Policial con distintivo rojo. Forman en dos filas. A la derecha del todo, un rostro conocido escucha el himno del cuerpo, atento y firme entre sus compañeros. Al fin y al cabo, en la hermandad de aquellos que conforman la familia del GEO, el inspector Pelayo es sólo uno más.
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