¿Fue el Trienio Liberal una anomalía, un tiempo de desbarajuste anarquizante protagonizado por el liberalismo exaltado y dirigido contra la monarquía y la Iglesia; o fue el inicio de una revolución democrática y popular traicionada por las élites?
El interrogante lo ha lanzado el historiador Emilio La Parra, catedrático de la Universidad de Alicante y autor de una brillante biografía sobre Fernando VII. Un rey deseado y odiado (Tusquets), como cierre a su intervención inaugural en un congreso internacional que, desde este martes y hasta el jueves, busca recordar y conmemorar, de la mano de los mejores especialistas y a dos siglos vista, este relevante y efímero momento histórico (1820-1823) en la formación de la cultura democrática española.
La conferencia de La Parra, centrada en describir ese "impulso plural para la construcción de un sistema nuevo" que nació con el pronunciamiento de Rafael del Riego y con el arrodillamiento ante los preceptos de la Pepa de 1812 del felón Fernando VII, un rey sin cetro pero no sin trono, con su célebre e hipócrita "marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional", ha servido de prólogo para presentar algunas consideraciones sobre la idiosincrasia del Trienio a partir de estudios recientes y las líneas de debate a seguir en el resto de jornadas.
Medio centenar de especialistas abordarán a través de diez bloques temáticos diversas cuestiones —el parlamentarismo, la participación ciudadana y el papel de las mujeres, la libertad de prensa o el proyecto reformista territorial— para indagar en las raíces del presente democrático español.
También participarán como moderadores la presidenta de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados, Carmen Calvo, el embajador permanente de España ante la UNESCO, José Manuel Rodríguez Uribes; los secretarios de Estado de Relaciones con las Cortes y Asuntos Constitucionales, Rafael Simancas, y Política Territorial, Alfredo González Gómez; el escritor y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, y el director y presidente de EL ESPAÑOL Pedro J. Ramírez.
El congreso El Trienio Liberal doscientos años después, dirigido por los catedráticos Manuel Chust e Ignacio Fernández Sarasola, está organizado por el Gobierno, concretamente por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, que busca ampliar su campo de actuación más allá de los periodos de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo. De hecho, Fernando Martínez, el secretario de Estado de Memoria Democrática, ha anunciado que, cuando se apruebe la Ley de Memoria Democrática, serán declarados como lugares de memoria los monumentos al liberalismo repartidos por toda España, como los dedicados a las Cortes de Cádiz, a Mariana Pineda (Granada) o a los mártires de la libertad de Alicante.
Emilio La Parra ha resumido de forma magnífica el nacimiento y las zancadillas a las que se enfrentó el Trienio desde su origen. La principal, las conspiraciones del propio rey. "Fernando VII gobernó como un déspota. Fue un caso único en Europa. Desconcertó a los liberales porque no consiguieron convertirlo en un rey constitucional, a pesar de ignorar o disimular sus muchos desvaríos. Fue un muro imposible de superar", ha explicado el historiador. El otro gran condicionante emanó del clero: "La prioridad de los liberales fue destruir, mediante reformas pertinentes, la estructura de la Iglesia del Antiguo Régimen por ser el obstáculo fundamental para el progreso de España y afectar al conjunto de la sociedad".
Laboratorio político
Asimismo, ha recordado La Parra que Riego y el resto de militares no se rebelaron contra el rey, sino contra una forma de gobierno. Sus aspiraciones consistían en restaurar el poder constitucional interrumpido mediante un golpe de Estado en 1814, que solo se hizo posible cuando la sociedad civil se movilizó en varias ciudades y con casos esporádicos de derramamiento de sangre. El Trienio, en resumen, triunfó por la combinación de "la rebelión militar y la movilización urbana moderada que quiso mantener el orden social".
Y eso a pesar los peores augurios internacionales, que lo bautizaron como una auténtica catástrofe. De la reimplantada Constitución de 1812 se dijo en el escenario europeo que era "un texto republicano" que rememoraba los fantasmas de la Revolución francesa —tenía muchas similitudes con la carta magna francesa de 1791—.
El propio duque de Wellington resaltó que las nuevas Cortes españolas de las que salían medidas democráticas estaban en realidad regidas por principios republicanos. Un problema más surgió de las divisiones internas entre las facciones de los liberales y su divergente interpretación de la Constitución.
El Trienio fue la primera experiencia constitucional española en tiempos de paz, "un momento sin parangón en la historia de España", como ha subrayado Pedro Rújula, profesor de la Universidad de Zaragoza. El historiador ha apuntado que analizar este periodo no arroja el resultado de "la crónica de un fracaso anunciado, sino un deslumbrante laboratorio de la modernidad política". "Estudiar el trienio hoy es desentrañar el hito que supuso la apuesta por dejar atrás el mundo del Antiguo Régimen y sentar las bases del parlamentarismo liberal", ha sentenciado.
Roberto Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago, ha destacado que el Trienio es importante porque fue el único periodo de aplicación real y efectiva de la Constitución de 1812. Una Carta Magna que incluyó un artículo que permitía inhabilitar políticamente al rey y un listado de cosas que el monarca no podía hacer sin la autorización de las Cortes. Así, se dieron hechos "insólitos en el panorama constitucional del XIX español", como que las Cortes rebatiesen las decisiones reales, por ejemplo, la del nombramiento de un militar absolutista como nuevo capitán general de Castilla la Nueva. "Se buscaba rebajarlo a la nada", ha recalcado.
El Trienio Liberal, como ha incidido Emilio La Parra, supuso una serie de importantísimos avances, además de la división de poderes, la división territorial o la libertad de prensa. El historiador ha destacado la construcción de una identidad colectiva nueva —la nación soberana—, la sacralización de la propiedad privada, la extensión de la ciudadanía y el fin de los privilegios del clero y la nobleza, la participación y opinión pública como elementos estructurales del sistema y el inicio del proceso de secularización de la sociedad. Aunque sería un espejismo de tres años.