El juez Gómez Bermúdez durante la lectura de la sentencia del 11-M.

El juez Gómez Bermúdez durante la lectura de la sentencia del 11-M.

España

Una sentencia falaz / Memoria incompleta de la investigación del 11-M (VI)

La sentencia establecía una verdad judicial que tocaba acatar y respetar. Pero ni como seres pensantes ni como periodistas podíamos soslayar sus errores, contradicciones e inconsecuencias.

14 marzo, 2024 02:22

En esta sexta entrega el entonces director de El Mundo recuerda las vicisitudes que rodearon a la peculiar lectura que el juez Bermúdez hizo de su sentencia. También las contradicciones, inconsistencias y errores fácticos que incluía, desembocando por último en la polémica entorno al libro de la mujer del juez. Estos extractos pertenecen al borrador del segundo tomo de las memorias de Pedro J. Ramírez que Editorial Planeta tiene previsto publicar en 2025.

A finales de octubre de 2007 un miembro del Poder Judicial le contó a un dirigente político que él y su mujer habían pasado un fin de semana con Gómez Bermúdez y su esposa, la periodista Elisa Beni, y que, en ese entorno de intimidad, le había adelantado las tres líneas maestras de la sentencia que estaba ultimando. En primer lugar, el tribunal iba a absolver a El Egipcio y a los otros dos presuntos "cerebros" de la masacre por falta de pruebas. En segundo lugar, iba a condenar a Suárez Trashorras y otros miembros de la trama asturiana exclusivamente por tráfico de explosivos. En tercer lugar, iba a deducir testimonio contra altos cargos policiales para que otros jueces determinaran si habían ocultado pruebas o cometido delitos en sus relaciones con los confidentes que se habían sentado en el banquillo.

El dirigente político se reunió conmigo para explicármelo.

-Mi fuente me pide que no se publique nada, ni siquiera como especulación, hasta la lectura de la sentencia. Pero puedes imaginar la trascendencia de lo que me cuentan.

-Desde luego. En todo caso, cada una de esas tres ideas estaría en consonancia con lo que pasó en el juicio oral. Lo de El Egipcio, Belhadj y Haski no tenía ni pies ni cabeza.

-Oye, que la Fiscalía pide 38.900 años de cárcel para cada uno... Y entonces, si no fueron ellos, ¿quién ideó y organizó el 11-M?

-Esa es la cuestión... Por otra parte, lo de la deducción de testimonio encaja con lo que Bermúdez les dijo a las víctimas y a varios periodistas ...

-Sí, lo de que mandaría a algunos policías "caminito de Jerez".

Oye, que la Fiscalía pide 38.900 años de cárcel para cada uno... Y entonces, si no fueron ellos, ¿quién ideó y organizó el 11-M?

-Lo más importante de esto que te cuentan sería que a Trashorras sólo lo condenarán por tráfico de explosivos...

-Bueno, Bermúdez le dijo a mi amigo que, si fuera el director de El Mundo, él titularía a toda página "Absueltos los cerebros del 11-M". Evidentemente era un mensaje dirigido a ti.

-Sí, claro, eso sería lo más aparatoso... Pero lo otro supondría reconocer que lo que estalló en los trenes no fue la Goma 2 ECO de Mina Conchita...

-Bueno, esa es la tesis de tu periódico.

-No, esa es la tesis de los peritos tras encontrar en los análisis DNT y nitroglicerina. Dos componentes que no están en la Goma 2 ECO.

-Desde luego, ese sería un dato objetivo.

-Lo que hemos dicho es que "la cromatografía de capa fina no es de izquierdas ni de derechas".

-Sí, ya te leí eso de que "la química tiene razones que el corazón no entiende".

-Exacto. Porque "la difracción con rayos X no está afiliada ni al PP ni al PSOE".

Eran alusiones irónicas a una de mis últimas Cartas que en cierto modo amortiguaron la enorme trascendencia de lo que me estaban contando.

Con toda la cautela, compartí la información con Casimiro, Pedro Cuartango y un par de personas más del equipo directivo. Todos se dieron cuenta de que, si esos eran los pilares de la sentencia, la versión oficial de lo ocurrido en España el 11-M se desmoronaría como un castillo de naipes.

Especialmente si no se consideraba probado que la dinamita que explotó en los trenes era la misma que había en la Kangoo, en la mochila de Vallecas y en el piso de Leganés. No sólo habría que encontrar otros culpables, sino que quedaría en evidencia que algunas de esas pruebas eran tan falsas como el Skoda Fabia que alguien puso en Alcalá semanas después de los atentados. Por eso, tenía tanto sentido que Bermúdez dedujera testimonios contra los jefes policiales, tal y como ya había sugerido.

La mochilla de Vallecas.

La mochilla de Vallecas.

La lectura pública de la sentencia quedó fijada para el miércoles 31 de octubre. Nuestro titular de esa mañana reflejaba una obviedad, pero también obedecía a la información confidencial recibida: "Las penas a los ocho acusados clave definirán la sentencia del 11-M". Nos referíamos a los ocho para quienes la Fiscalía pedía más de 38.000 años de cárcel, bien como autores intelectuales (El Egipcio, Belhadj y Haski), bien como autores materiales (Zougam y Bouchar) o bien como cooperadores necesarios (Trashorras, Zouhier y Gnaoui).

Pese a la fiabilidad de la confidencia yo no las tenía todas conmigo. Esa noche me había costado dormirme porque no se me iba de la cabeza una vivencia que había compartido el mes anterior con el presidente Zapatero, en el Palacio de los Deportes. Era la final del Campeonato de Europa de Baloncesto. Jugaban la España de Pau Gasol en su momento de esplendor y una Rusia menos potente que antaño. Éramos favoritos y, aunque en el descanso sólo ganábamos por tres puntos, Zapatero empezó a vender la piel del oso ruso antes de que la hubiéramos cazado.

-Sabes que acabamos de ganar a Rusia en la final del campeonato de voleibol. Y además en Moscú. Imagínate lo fuerte que voy a ir pisando yo cuando me reúna con Putin la próxima semana y le comente lo del voleibol y lo del baloncesto. Je, je...

La risita maliciosa de Zapatero fue desvaneciéndose a medida que las cosas se torcían en la segunda parte. Pau Gasol no tenía su día y fallaba tiro libre tras tiro libre. Pero en el último segundo, con Rusia un punto por delante, nuestro paladín lanzó un último balón desde dentro de la zona, superando con su parábola a los gigantes rusos. Entre el éxtasis general, el proyectil de caucho quedó alojado en el seno del aro y comenzó a dar esas vueltas previas a la caída en la red, fruto de un tiro 'con efecto'. Ya estábamos celebrando el campeonato, cuando súbitamente el balón salió despedido por los aires como el vaquero de un rodeo desmontado por el inesperado espasmo final de su montura. Habíamos perdido.

Costaba terminar de creer que la sentencia fuera a provocar el derrumbe completo del relato de la Policía, la Fiscalía, el juez instructor

Yo escribí un artículo titulado La vida en un hilo en alusión a la comedia de Edgar Neville en la que al azar de un momento condiciona toda una biografía. "La felicidad depende de que salgamos de un portal unos segundos antes o unos segundos después", decía uno de los personajes. Esa noche tenía yo esa misma sensación, con la particularidad de que era el juez Gómez Bermúdez el que tenía que atravesar el dintel.

Por un lado, la versión que se me había transmitido era coherente con sus mensajes previos a la vista oral, con su decisión de ordenar la pericia de explosivos y con el propio desarrollo del juicio. Pero, por el otro, costaba terminar de creer que la sentencia fuera a provocar el derrumbe completo del relato de la Policía, la Fiscalía, el juez instructor y un gobierno mucho más consolidado de lo imaginable tres años y medio antes, con serias expectativas de revalidar su mandato. El desenlace era pues ese balón dando vueltas al filo mismo de la bocina en el aro de la conciencia y el cálculo del magistrado. Lo último que recordé antes de cerrar los ojos fue la cita de Anatole France que había incluido en mi artículo: "La suerte es el seudónimo que utiliza Dios cuando no quiere firmar su trabajo".

***

Con España entera en vilo y todas las televisiones retransmitiendo en directo el acto, Gómez Bermúdez comenzó a leer a las 11,31 de la mañana no el fallo, con sus correspondientes condenas y absoluciones, sino un extraño texto a modo de resumen, que ni siquiera había mostrado a sus compañeros.

Como si tratara de refutar tanto las posiciones de las defensas como las revelaciones periodísticas previas, Bermúdez comenzó defendiendo la validez probatoria de la Kangoo y la mochila de Vallecas y su "enlace unívoco" con el comando terrorista. Luego, para estupor de quienes creíamos que no asumiría esa tesis, aseguró que "todos o gran parte" de los explosivos empleados procedían de Mina Conchita. Por último, con el pretexto de que el defensor de Gnaoui lo había planteado, subrayó que la implicación de ETA estaba totalmente descartada.

Entonces, como si pretendiera que esos mensajes iniciales fueran los que quedaran en la retina colectiva, hizo un receso de diez minutos. Durante esa pausa nos sentimos desconcertados e indignados. No sólo Bermúdez no estaba anunciando lo que se nos había transmitido, sino que más bien parecía estar construyendo un relato a la medida de quienes nos vilipendiaban. Era evidente que nos estaba echando a los pies de los caballos y no entendíamos por qué.

Cuando a las 12,36 procedió a la lectura del fallo, comenzaron a aparecer las primeras claves para desenredar la madeja. Lo más importante y significativo era que el tribunal absolvía a El Egipcio, Belhadj y Haski de toda relación con el 11-M, si bien condenaba a estos dos últimos por pertenencia a banda armada por hechos ajenos a la masacre. Así lo resaltó El Mundo, convirtiendo el pronóstico de Bermúdez en una profecía autocumplida.

Absueltos los 'cerebros' del 11-M, titulamos a toda página- y así lo destacaron enseguida, muy por encima de cualquier otro elemento, los grandes medios internacionales.

No sólo Bermúdez no estaba anunciando lo que se nos había transmitido, sino que más bien parecía estar construyendo un relato a la medida de quienes nos vilipendiaban

Esa absolución implicaba que desaparecían los únicos vínculos con Al Qaeda y una presunta respuesta a la guerra de Irak, aportados por la Fiscalía durante la instrucción. Eso dejaba a la matanza terrorista que había alterado el curso de nuestra historia en el limbo de la falta de autoría intelectual, convirtiendo a los tantas veces denominados "moritos de Lavapiés", -unos "raterillos", según The Times- en un comando sofisticado y autosuficiente.

En medios gubernamentales se argumentó enseguida que cuando se condenaba a un miembro de ETA por asesinato, nadie echaba en falta que se hiciera constar quién lo había inspirado u ordenado. Nadie preguntaba por el autor intelectual. Nuestra respuesta, dentro de un extenso y muy ponderado editorial, fue que "ello se debe a que ETA es una organización jerarquizada, en la que las órdenes se transmiten de arriba abajo. ETA tiene una cúpula política y operativa, pero nadie sabe, en cambio, quién movió los hilos del comando de Leganés".

El hecho de que sus integrantes estuvieran muertos ahorraba además al tribunal la determinación de quién colocó cada bomba en cada vagón. Algo especialmente arduo si se tiene en cuenta que ningún testimonio ocular había situado a El Chino, El Tunecino o Lamari en ninguno de los trenes. El único condenado por poner las bombas era Zougam, al que, según el tribunal, le incriminaban la venta de las tarjetas y, sobre todo, los reconocimientos de las testigos protegidas J-70 y C-65 "con una firmeza y seguridad encomiables a pesar del duro interrogatorio (sic) al que fueron sometidas", "sin fisuras y sin ningún género de dudas". Tanto a él como a Gnaoui -condenado por transportar los explosivos desde Asturias- les caían 42.922 años.

Jamal Zougam durante su declaración en el juicio del 11-M.

Jamal Zougam durante su declaración en el juicio del 11-M.

La única otra condena de ese porte -34.715 años- le correspondía a Suárez Trashorras, en calidad de cooperador necesario y con el argumento de que suministró la dinamita a sabiendas de que podía ser utilizada con fines terroristas. Dieciocho acusados más -incluidos Zouhier y Bouchar, que salió huyendo del piso de Leganés- fueron condenados a penas entre 23 y 30 años por delitos que iban desde la pertenencia a banda terrorista hasta el tráfico y depósito de explosivos, pero ni ellos -ni por supuesto los siete absueltos- quedaron vinculados con la masacre.

Al final los 311.959 años de cárcel solicitados por la Fiscalía se habían quedado en 120.755. De ahí que causara tanta extrañeza que, pocas horas después de conocido el fallo, la portavoz del ministerio público en la Audiencia Nacional, la prometedora fiscal Dolores Delgado, anunciara que la sentencia era satisfactoria y no habría por tanto recurso ante el Supremo.

Era evidente que al Gobierno de Zapatero le interesaba pasar página cuanto antes, aferrándose a que el tribunal había dado por buena gran parte de la versión policial y de la Fiscalía, al establecer que el 11-M había sido un atentado de naturaleza islamista, al condenar como autor material a Zougam, convirtiendo su detención el 13-M en el hilo que desenredó el ovillo y, sobre todo, al asumir que el explosivo que estalló era la Goma 2 ECO de Mina Conchita.

Al Gobierno de Zapatero le interesaba pasar página, aferrándose a que el tribunal había dado por buena gran parte de la versión policial y de la Fiscalía

La sentencia tenía 721 folios. Pronto nos llamaron la atención aspectos paradójicos como que dijera que la mochila de Vallecas había sido sometida a un "extravagante periplo", dando sin embargo por hecho que nunca se rompió la cadena de custodia. O que considerara compatible que en el interior de la Kangoo hubiera más de 60 objetos y que los policías que la examinaron en Alcalá la vieran "vacía". Pero el gran asunto que centró nuestro interés fueron los argumentos con los que el tribunal sostenía que el explosivo fue Goma 2 ECO, a pesar de los resultados de la prueba pericial.

La cuestión se dilucidaba en el "Hecho probado 5", mediante una redacción tan confusa como denotativa. De entrada, se establecía que "la convicción a la que llega el tribunal es que toda o gran parte de la dinamita de los artefactos que explosionaron en los trenes el día 11 de marzo y toda la que fue detonada en el piso de Leganés, más la hallada en el desescombro de Leganés procedía de Mina Conchita". Y a continuación añadía que "la conclusión ... puede desglosarse en cuatro premisas". O sea, que la conclusión precedía a las premisas. Al leerlas nos dimos cuenta de que no se trataba sólo de una alteración del orden narrativo, sino también del razonamiento lógico:

"l.- El explosivo utilizado por los terroristas fue, en todos los casos, dinamita plástica tipo goma.
2.- No se sabe con absoluta certeza la marca de dinamita que explotó en los trenes, pero toda o gran parte de ella procedía de Mina Conchita.
3.- Se sabe que la que se usó y encontró en Leganés y en la vía del AVE era Goma 2 ECO sustraída de Mina Conchita.
4.-La falta de determinación exacta de la marca de la totalidad del explosivo no impide llegar a conclusiones jurídico-penalmente relevantes, respecto de la intervención de los procesados en los hechos enjuiciados y su consiguiente responsabilidad penal".

La primera "premisa" nos devolvía al irrelevante punto de partida de los "componentes genéricos de la dinamita", reflejados en la literalidad del chapucero e irrelevante informe de los Tedax de 2004.

La segunda "premisa" suponía una flagrante contradicción en sus propios términos porque si "no se sabe con absoluta certeza la marca de dinamita que explotó en los trenes", ¿cómo podía establecerse que "toda o gran parte de ella procedía de Mina Conchita", cuando en el momento de la sustracción en Mina Conchita sólo se almacenaba Goma 2 ECO?

Olga Sánchez, fiscal del 11-M.

Olga Sánchez, fiscal del 11-M.

La tercera "premisa" indicaba que la deducción y la analogía estaban siendo antepuestas al método científico -nadie discutía que en Leganés o en la vía del AVE había Goma 2 ECO robada en Mina Conchita- y que eso engendraba un silogismo circular. Puesto que en Leganés -o en la mochila de Vallecas- había Goma 2 ECO y los suicidas de Leganés habían cometido el atentado, seguro que utilizaron también Goma 2 ECO. El problema era que ese "enlace unívoco" que permitía atribuir la autoría de los atentados en los trenes a los suicidas de Leganés era precisamente la asunción, no demostrada -o más bien refutada en los análisis recientes-, de que lo que estalló fue Goma 2 ECO.

La cuarta "premisa" era, de hecho, la madre de todas las premisas, pues zanjaba cualquier debate, aderezando el trágala con un par de eufemismos. Si la "falta de determinación de la marca de la totalidad del explosivo" no impedía llegar a "conclusiones jurídica-penalmente relevantes", ¿qué sentido tenía haber reunido, tres años después de los atentados, a ocho peritos de distintas procedencias y haberlos tenido trabajando durante meses con los instrumentos más sofisticados y la vigilancia de cámaras de televisión?". Después de tanto remar, el tribunal había terminado muriendo en la orilla, al asumir el "vale ya" de la fiscal Olga Sánchez y el "da igual" del fiscal Zaragoza.

Si todo hubiera quedado aquí, la sentencia se habría limitado a reflejar la impotencia del tribunal a la hora de determinar el explosivo que estalló en los trenes. Sin embargo, algunas consideraciones adicionales sobre los resultados de los análisis periciales hacían pensar que el redactor del texto o bien se había confundido en dos aspectos básicos de índole fáctica o bien había tratado de confundir deliberadamente a quien lo leyera. El resultado suponía en todo caso colar una notoria falsedad y una flagrante manipulación en esos "hechos probados".

"Los ocho peritos que realizaron el estudio e informe ordenados por el tribunal estuvieron de acuerdo en la calidad de los análisis y de los métodos utilizados y de la validez científica de los resultados, discrepando sobre el significado de la aparición de restos de dinitrotolueno, nitroglicerina, dibutilftalato y nitroglicol en varios focos", aseguraba la sentencia, aludiendo así a la teoría de las partículas voladoras de los peritos policiales.

Consideraciones adicionales sobre los resultados de los análisis periciales hacían pensar que el redactor del texto o bien se había confundido o bien había tratado de confundir deliberadamente a quien lo leyera

A continuación, reconocía lo irrefutable: "Los componentes diferenciales entre una y otra dinamita, según dijeron, son el DNT (dinitrotolueno) y la NG (nitroglicerina) que forman parte de la Goma 2 EC y del Titadyne (sic), y no están en la composición de la Goma 2 ECO".

Pero entonces llegaba la notoria falsedad: "Y, a la inversa, el nitroglicol y el ftalato de dibutilo o dibutilftalato que son componentes de la Goma 2 ECO, no los tienen ni el Titadyne (sic), ni la Goma 2 EC".

O sea que, según Bermúdez, habían aparecido tanto componentes ajenos a la Goma 2 ECO -lo que no le impedía afirmar que "toda o gran parte de la dinamita" empleada en la masacre era la Goma 2 ECO de Mina Conchita- como componentes ajenos al Titadyn y la Goma 2 EC. Al margen de que era absurdo hablar de la Goma 2 EC, cuando había dejado de fabricarse en el 99, el problema es que la segunda parte de la ecuación no era verdad. Por un lado, porque, como reconocía más adelante la sentencia, el nitroglicol "también forma parte de algunas variantes de Titadyn". Pero, sobre todo, porque el dibutilftalato aparece en todas las dinamitas, como se había puesto de relieve en las pruebas efectuadas en el laboratorio.

Lo que ya en 2007 fue percibido como una manera de tratar de zurcir el roto que en la identificación de la Goma 2 ECO había producido la aparición inequívoca del DNT y la nitroglicerina, en 2010 adquirió tintes de escándalo, cuando Bermúdez terminó entregando las grabaciones de la prueba pericial a las asociaciones de víctimas que la reclamaban.

Era imposible que antes de escribir que el dibutilftalato era exclusivo de la Goma 2 ECO, no hubiera visto y escuchado la grabación de aquel 12 de febrero cuando, inmediatamente antes del inicio del juicio, el jefe de la pericia Alfonso Vega, el guardia civil Atoche y el independiente Antonio Iglesias coincidieron espontáneamente en que ese elemento "no lo puedes atribuir a un explosivo" porque "no es específico" de ninguno, sino equivale una "contaminación genérica... como del mundo mundial".

La flagrante manipulación llegaba después, cuando la sentencia trataba de sacar conclusiones cuantitativas de los análisis cualitativos realizados por los peritos. Era cierto que, como desvelaría en su libro de 2009 Antonio Iglesias, un análisis cuantitativo de la muestra M-1 "fue impuesto por el director de la pericia" con el propósito de "comparar el contenido en nitroglicerina de la muestra de la explosión con el que esta sustancia presenta en el Titadyn intacto (del orden del 15% en peso) para inferir que la nitroglicerina hallada no provenía del Titadyn sino de Goma 2 ECO contaminada".

Pero, como apelando a la lógica, explicaría Iglesias, "tal enfoque es incorrecto porque en una explosión los componentes más reactivos del explosivo, como la nitroglicerina, experimentan una reacción que hace que desaparezcan de forma cuantitativa casi por completo. Por ello no existen datos de balance de sustancias explosivas antes y después de una explosión ... Lo lógico es deducir que la nitroglicerina detectada y confirmada inequívocamente, mediante un cromatógrafo ... proviene de un explosivo que la contenía, no a nivel de trazas, sino en una proporción más elevada: la que corresponde a las dinamitas que llevan nitroglicerina en su composición".

De espaldas a tan elemental razonamiento científico, la sentencia resumía la pericial en términos cuantitativos, en función de la aparición de los "siguientes compuestos químicos", incorporando entre corchetes su correlación con las diferentes dinamitas:

"1. En todas las muestras, dibutilftalato o ftalato de dibutilo en un porcentaje superior al 1 por ciento" [Goma 2 ECO].
Niroglicol en porcentajes superiores al 1 por ciento en todos los focos [Goma 2 ECO]
Dinitrotolueno (DNT) en varios focos en porcentajes muy inferiores al 1 por ciento. [Goma 2 EC y Titadyne]
Nitroglicerina en un foco de explosión en porcentaje muy inferior al 1 por ciento. [Goma 2 EC y Titadyne]".

Los dos primeros puntos amplificaban la falacia al presentar como específicos de la Goma 2 ECO componentes que no lo eran y subrayar su alta cantidad. Los dos segundos consumaban la manipulación al contrastar los datos anteriores con los "porcentajes inferiores" de los elementos ajenos a la Goma 2 ECO.

El tribunal hacía suyas las enrevesadas teorías de las partículas voladoras y el cocktail con restos de explosivos caducados

Era con esos mimbres averiados con los que Bermúdez llegaba a la conclusión de que "está probada la presencia de Goma 2 ECO en todos los trenes en los que explotaron artilugios". Implícitamente, el tribunal hacía suyas las enrevesadas teorías de las partículas voladoras y el cocktail con restos de explosivos caducados. Era el único resquicio que le dejaba la analítica para eludir el dictamen de los peritos no adscritos a ningún cuerpo jerarquizado ni dependientes de un sueldo público, en el sentido de que al menos en el tren de la estación de El Pozo estalló Titadyn.

Admitirlo no hubiera supuesto implicar a ETA, pero sí buscar una fuente de suministro alternativa a la de la trama asturiana y a unos autores materiales distintos a los suicidas de Leganés, Zougam y el porteador Gnaoui. Algo que estaba fuera del alcance y competencias del tribunal y que, unido a la absolución de los tres autores intelectuales, habría generado una auténtica conmoción social, una probable crisis política y una búsqueda de responsabilidades entre quienes permitieron el desguace inmediato de los trenes, la omisión de análisis con valor científico de los restos, la no conservación del agua y acetona utilizados por los Tedax y la pérdida de la mayor parte de las muestras.

La fácil predicción de estas consecuencias en cadena generaba una responsabilidad tremenda como para ser asumida por un magistrado de 45 años con toda la vida por delante. Gómez Bermúdez ni siquiera podía contar con que Guevara y Femando Nicolás le hubieran respaldado si ese hubiera sido el sentido de su ponencia.

Sin embargo, Casimiro García-Abadillo se reunió, después de dictada la sentencia, con el miembro del Poder Judicial que había compartido con él esos días de octubre y éste le corroboró que "la intención del ponente a tan sólo una semana de hacer pública la sentencia" era condenar a Trashorras exclusivamente por tráfico de explosivos al no considerar probado que en los trenes estallara la Goma 2 ECO de Mina Conchita. ¿Qué había ocurrido en el ínterin?

***

Ni siquiera habían transcurrido veinte días de la teatral comparecencia con la que Gómez Bermúdez enfatizó la conformidad del tribunal con el origen de la dinamita y la autoría de Zougam, para paliar el impacto de la absolución de los señalados como "cerebros", cuando El Mundo dio la noticia que contribuiría decisivamente a explicar su conducta.

La mujer del juez, una periodista incisiva llamada Elisa Beni, a la que yo había conocido como corresponsal de Diario 16 en Ceuta, estaba a punto de publicar un libro, recogiendo las memorias y reflexiones compartidas con el magistrado durante el desarrollo de la vista oral y la elaboración de la sentencia.

Increíble, pero cierto. "No hay precedentes en la historia procesal española de juez alguno que se haya dejado 'hagiografiar' por su media naranja", escribió Anibal Malvar en nuestro suplemento Crónica. A ese género, en su variante más almibarada, pertenecía sin duda "La soledad del juzgador, Gómez Bermúdez y el 11-M", un libro redactado a la vez que la sentencia.

El juez Gómez Bermúdez y su mujer, la periodista Elisa Beni.

El juez Gómez Bermúdez y su mujer, la periodista Elisa Beni.

Elisa Beni atribuía a su marido la habilidad de Fernando Alonso en el manejo de un bólido, la consistencia de Indurain frente a los ataques y hasta la prosa de Azorín. "Para estas cosas es como Santo Tomás", decía al describir su afán por comprobar algo. Incluso hacía del mote sobre su cráneo rasurado un motivo de orgullo ante otro periodista, como quien se planta desafiante con los brazos en jarras: "Yo soy la mujer de Pelo Roto".

Pero más allá del disparatado despliegue de almíbar conyugal, el libro desvelaba algunos de los factores que habían pesado sobre el presidente del tribunal durante esas semanas clave. El más significativo era que la pareja había vivido "durante todo el juicio y la elaboración de la sentencia" sometida a "la eventualidad de que el nombramiento de Javier Gómez Bermúdez -ella siempre se refería a él en tercera persona- como presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional pudiera ser anulado".

Elisa Beni aludía así a los recursos interpuestos por Baltasar Garzón y José Ricardo de Prada, magistrados de la Audiencia que también aspiraban al puesto, contra la designación de su marido. La amenaza era real porque De Prada ya había conseguido una primera victoria en el Tribunal Supremo y todo quedaba al albur del juego de mayorías en el Consejo del Poder Judicial. La tensión que esa incertidumbre generaba la llevó a ella al médico y le hizo incurrir a él en reacciones airadas entrecomilladas en el libro: "¿Y no se podrá alguna vez trabajar rodeado de la serenidad necesaria? ¿No será posible...?".

La cuestión no era baladí pues no sólo estaban en juego el cargo y el sueldo, sino sobre todo la posición que generaba su estatus social. Algo que para ella parecía tener una gran importancia. Así se traslucía un episodio del libro cuando coinciden "tres parejas" en el ascensor del Museo Reina Sofía: el ministro de Justicia con su esposa, el fiscal general del Estado con la suya "y nosotros". Algo que merece un elocuente comentario de la autora: "¡Qué pedazo de foto morbosa se están perdiendo!".

Tanto los dos compañeros de tribunal de Bermúdez como la mayoría de los demás jueces de la Audiencia boicotearon la presentación del libro

Al mismo tiempo Elisa Beni desvelaba cómo durante la vista oral su marido recibía visitas y llamadas de personas a las que denominaba "palomas", pues su misión era transmitirle mensajes tanto del Gobierno como del PP sobre la marcha del juicio. Cuando el juez Guevara -degradado a la más absoluta irrelevancia igual que el tercer miembro del tribunal García Nicolás- leyó lo de las "palomas", comentó con sus ya legendarias malas pulgas que él hubiera decretado el ingreso en prisión de algunas de esas "aves".

En uno de los pasajes más significativos del libro, Elisa Beni revelaba la identidad de una de esas "palomas". Se había tratado nada menos que de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, muñidora habitual de las relaciones del Gobierno y el PSOE con el mundo judicial.

La número dos de Zapatero no habría ahorrado los ditirambos: "Lo estás llevando magníficamente, estás dando un ejemplo impresionante, eres un orgullo para este país", le habría dicho al juez. En plena vista oral del sumario del que dependía el relato e interpretación de la historia contemporánea.

Una sensación de vergüenza ajena cundió rápidamente entre la judicatura. Tanto los dos compañeros de tribunal de Bermúdez como la mayoría de los demás jueces de la Audiencia boicotearon la presentación del libro como forma de repulsa.

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Aquel día El Mundo publicó una foto de Bermúdez mirando ansioso su reloj a la entrada del acto mientras los invitados más significativos brillaban por su ausencia. Casi al mismo tiempo Elisa Beni fue destituida de manera fulminante de su cargo como jefa de prensa del Tribunal Superior de Justicia de Madrid.

Pero además quedaba algo mucho más relevante por zanjar: el libro desvelaba información sumarial que, según la Ley Orgánica del Poder Judicial, los jueces estaban obligados a mantener secreta. Por ejemplo, detalles de cuándo se reunían los tres magistrados, cómo valoraban las pruebas y qué decisiones tomaban por unanimidad o la singular circunstancia de que Bermúdez hubiera animado al abogado Zulueta a asumir la defensa de El Egipcio y después le hubiera absuelto.

El Consejo del Poder Judicial abrió una investigación interna que, bajo el mismo criterio de lenidad aplicado a Garzón cuando incurrió en indiscreciones equivalentes a través de un libro de Pilar Urbano, terminó archivando el asunto. Pero la polémica pública alcanzó la suficiente intensidad como para imaginar lo que hubiera ocurrido si la sentencia que precedió en tres semanas al libro hubiera desbaratado por completo la versión oficial del 11-M. Un hombre inteligente y bregado en la vida pública como Gómez Bermúdez tenía que haberlo tenido sin duda en la cabeza.

Elisa Beni hablaba en su libro, con aires de superioridad arbitral, de "los dos bandos político-mediáticos en conflicto", refiriéndose por un lado a Gobierno y oposición y por el otro a los que tratábamos de averiguar la verdad de lo ocurrido el 11-M y los que venían conformandose con la chapucera versión oficial. Era obvio que, tanto con la sentencia como con el libro, el juez y su esposa habían tratado de buscar puntos de equilibrio que dieran satisfacción a ambos "bandos". Todo dependía de con qué porción se conformara cada uno.

La sentencia establecía una verdad judicial que tocaba acatar y respetar. Pero ni como seres pensantes ni como periodistas podíamos soslayar sus errores

Ya que ella alardeaba del reluciente cráneo de su marido y ya que él había pretendido redactar una sentencia salomónica, yo les retraté en mi siguiente Carta como Yul Brinner y Gina Lollobrigida en la mítica producción de Salomón y la Reina de Saba, rodada por cierto en España. Había sido tal la obsesión del juez por partir en dos el bebé -absolviendo a los "cerebros" por un lado, dando por buenas la mochila de Vallecas y la Goma 2 ECO por el otro- que al final la propia noción de Justicia había sido liquidada ante gran parte de la opinión pública. Lo que cabía en la conciencia del magistrado no cabía en su conveniencia y al final la estructura rígida de la que formaba parte escupió el balón del método científico.

El ex ministro de Defensa José Bono me resumió el desenlace judicial de forma tan lúcida como gráfica, desde sus entrañas de jurista: "Pero ¿cuándo has visto tú una sentencia que empiece con que hay unos tíos subidos a unos trenes poniendo unas bombas? ¿Cómo han llegado hasta aquí? ¿Quién les ha enviado? Y, sobre todo, ¿por qué lo están haciendo? Nada de eso se nos dice".

Yo tampoco tenía respuestas para esas preguntas, pero aquel otoño me di cuenta de que, por muy políticamente incorrecto que fuera, mi obligación era seguir buscándolas. La sentencia marcaba un antes y un después en la medida en que establecía una verdad judicial que tocaba acatar y respetar. Pero ni como seres pensantes ni como periodistas podíamos soslayar sus errores, contradicciones e inconsecuencias.

"El periodismo sirve para buscar la verdad, así de sencillo", había escrito en la Carta de nuestro 18 cumpleaños. "La verdad accesible, la verdad parcial, la verdad incompleta, la humilde verdad con minúscula, pero la verdad a fin de cuentas". Y el conocimiento de las circunstancias de la elaboración de esa sentencia -el factor humano y su contexto político- era ya un nuevo estímulo a nuestra investigación. Como escribí en ese mismo texto, no estábamos "ni desanimados, ni aburridos, ni cansados". Para la redacción de El Mundo el caso seguía abierto.

* Mañana, séptima y última entrega: "Del 'Yo acuso' a la victoria judicial".