José María Basoa y su amigo Andrés Martínez Adasme, en las dos zonas de Bilbao de las que provienen.

José María Basoa y su amigo Andrés Martínez Adasme, en las dos zonas de Bilbao de las que provienen. Diseño: Arte EE

España

Bilbaíno ‘rico’, bilbaíno ‘pobre’: la infancia unió a Jose Mari y Andrés, hoy "rehenes de Maduro"

No existe ningún indicio de que José María Basoa y Andrés Martínez sean agentes del CNI. La Embajada pidió silencio a algunos de sus familiares.

22 septiembre, 2024 02:54
Bilbao

En el barrio de Recalde abundan los talleres mecánicos, las ferreterías y los negocios de toda la vida. Una carretera elevada, un viejo scalextric, sirve de frontera artificial con la modernidad. De esta parte, Bilbao se quedó en lo que fue, en esa ciudad oxidada de antes de la reconversión industrial. 

En uno de esos edificios modestos de cinco plantas vive Andrés Martínez Adasme, un joven de 32 años que aún no había conseguido independizarse de sus padres. Trabajaba el metal, instalaba ventanas, soldaba… pequeñas chapuzas. Un 'currito' más, un obrero, como la mayoría de los que pueblan estas calles.

El dinero que entraba lo gastaba cuando podía viajando con su amigo José María Basoa Valdovinos, al que conoce desde los campamentos juveniles. Desde esas excursiones de instituto y pubertad ha habido muchos más kilómetros, generalmente en vuelos transoceánicos cargando con una mochila

A principios de agosto Andrés le dijo a sus padres que se iba con José Mari a Venezuela. Un punto caliente en estos momentos, pero no mucho más intimidatorio que otros países de Latinoamérica o el sudeste asiático en los que ya habían estado antes juntos. 

Tomaron un avión de Madrid a Caracas el 17 de de agosto, desaparecieron el 2 de septiembre, el 10 se supo que habían sido arrestados y cuatro días más tarde eran considerados “espías” y “terroristas” por el régimen de Nicolás Maduro. El chavismo los considera parte de una trama internacional cuyo cometido sería asesinar a figuras del aparato institucional.

No existe una residencia tipo para los miembros de los servicios de inteligencia, pero la casa de Andrés dista mucho de lo que se podría esperar de un agente del CNI. Es una vivienda antigua, humilde, con gotelé en las paredes y un gato que sale corriendo conforme se abre la puerta.

En el recibidor esperan sus padres, que no han tenido noticias de su hijo desde que observaron las fotos que vio todo el mundo con los chicos expuestos a una carnicería pública en Venezuela. La policía chavista mostraba sus caras, sus nombres y el número de sus pasaportes, señalados como brazo ejecutor de una conspiración contra el régimen. 

“Estamos como hace 20 días, no ha cambiado nada”, resume el padre del chico. Su familia y la de José Mari acudieron a la Ertzaintza el pasado 8 de septiembre, pero desde que fueron apresados la Embajada de España en Venezuela y el Ministerio de Asuntos Exteriores se han puesto al frente de la negociación. 

Silencio

Desde ese momento ha habido un pacto de silencio. Ninguna manifestación pública, nada de imágenes, cero exposición mediática por parte de las familias. “Es una advertencia de ellos”, dice la madre.

- ¿Quiénes son ellos, el Ministerio, el Gobierno, la Ertzaintza…?

- No, la Embajada.

Las familias tienen comunicación continua con el Ministerio de Exteriores, la Embajada de España en Venezuela, el Consulado y el Gobierno vasco. Pero, hasta el momento, todas las llamadas son vacías. La última, este viernes. La familia contaba el día anterior con escuchar noticias positivas que, una vez más, terminaron sin llegar.

Andrés Martínez Adasme, antes de ser detenido.

Andrés Martínez Adasme, antes de ser detenido.

Tampoco las autoridades españolas reciben información por parte de sus colegas venezolanos. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, insiste en que le ha pedido a su colega Yván Gil que le confirme las identidades de los dos españoles, el lugar en el que se encuentran y los cargos que pesan sobre ellos, pero no ha obtenido respuesta.

 “Es un tema muy delicado, es todo confidencial y si no nos llaman es porque no han conseguido nada. Es todavía un volcán en erupción, imagino que habrá una negociación, pero no sabemos por dónde va a salir”, justifica el padre.

Calla un momento y trata de buscar un alivio, una solución de mínimos que al menos los tranquilice. “Nos bastaría una foto, una prueba de que están bien”, le confiesa al periodista, como queriendo expresar que esa petición pública sirva para algo.

Hasta que no tengan más información -y ese momento no ha llegado- no quieren fotos, nombres, campañas mediáticas ni más molestias. La conversación se produce en varios momentos desde el descansillo de su vivienda. 

Para su madre se trata de una cuestión diplomática en la que se han visto involucrados “dos turistas” que pasaban por allí. “Los han tomado como rehenes, son presos políticos y sólo el Gobierno -también el Gobierno vasco se tiene que implicar- lo puede resolver. Ellos son los que tienen que negociar”. 

Mientras tanto, dos casas de Bilbao se mantienen a la espera. “No hay nada de la otra familia que nosotros no sepamos, ni ellos de nosotros”, cuenta la mujer. Los padres de Andrés y José Mari se conocen desde hace años y ahora actúan de forma coordinada. 

Los chicos fueron a colegios distintos, se educaron en ambientes diferentes, pero se hicieron inseparables desde la adolescencia. A partir de ese momento, los destinos remotos han sido su punto de encuentro.

El último de estos viajes ha resultado el más peligroso. Una expedición inoportuna en medio de una crisis diplomática que tiene un escenario en Caracas, otro en Madrid y en la que se ha abierto una extraña derivada a ambas orillas del río Nervión.

La margen derecha

Esa otra vivienda en la que viven pegados al teléfono está en la margen derecha, al otro lado de la ría. Es la Bilbao bien, la que cruza por el puente de Deusto y después serpentea por una carretera a la que los bilbaínos suben los domingos cuando quieren visitar a la Virgen de Begoña

Desde la casa de los Basoa Valdovinos se ve la Basílica. Y mira que ellos no eran “de esos de aquí que sólo les gusta el Athletic y la Virgen, son gente de mundo”, comenta una mujer que conoce a la familia desde hace muchos años. Desde que llegaron aquí.

El abuelo de José Mari hizo algún dinero trabajando como ingeniero. Y su hijo, el padre del detenido, heredó el piso en el que vivían, el mismo ático de una torre de nueve alturas del que la familia no se ha movido.

El hombre se casó con una psicóloga que trabajaba en el colegio alemán de Bilbao y allí se educaron sus tres hijos: dos chicos y una chica. Para sus amigos, sobre todo los de la otra margen del río, José Mari, que ahora tiene 35 años, fue siempre “el alemán”.

Aprendió el idioma y, como otros de sus parientes, lo aprovechó para irse a trabajar fuera. Primero de instalador de sistemas de gas en Alemania, después como comercial y responsable de estudios de mercado para una empresa de logística en Polonia y, por último, en un puesto técnico en otra compañía Suiza, donde vivía desde hace cuatro años

Empezó desde abajo y sin haber hecho una fortuna, “siempre le ha ido bien”, cuentan sus allegados. Venía por Bilbao cada vez que podía y cada año, de forma recurrente, emprendía un gran viaje por una parte distinta del mundo. Tailandia, Colombia -donde ya había estado previamente-, el sudeste asiático… Un plan al que procuraba sumarse su amigo Andrés. 

Puede que fuera José Mari quien le arrastrara. Porque a él, al chico educado en el colegio alemán, se lo habían inculcado sus padres. “La familia iba mucho a países de Latinoamérica y de allí traían plantas tropicales como la que tienen en la terraza”, señala con el dedo una vecina. El padre de José Mari puso una tienda de botánica no muy lejos de su casa, aunque ya está jubilado.

Ahora responde al otro lado del telefonillo. Pero, a diferencia de los Martínez Adasme, su reacción es cortante. De forma educada, agradece la preocupación y aborta automáticamente todo intento de saber algo más de su hijo. 

Un mensaje de alerta

Paradójicamente, el primero en lanzar la voz de alarma había sido Cosme, el hermano pequeño de José Mari. Ante la desaparición de los dos jóvenes en Venezuela, el 9 de septiembre puso un mensaje en redes sociales en el que daba información detallada de los chicos, sin ocultar su número de pasaporte, nombre completo, edad, altura o peso.

“Estamos buscando a José María Basoa Valdovinos y Andrés Martínez Adasme, quienes fueron vistos por última vez en Inírida, Colombia, el lunes 2 de septiembre, rumbo a Puerto Ayacucho, Venezuela. Ambos viajaban sin guía y no hemos tenido noticias desde su última conexión telefónica ese mismo día a las 8:23 am”.

Cosme dejó incluso un número de teléfono, aunque ahora también rechaza dar más explicaciones. Sólo aclara que a ellos nadie les ha dado indicaciones de mantener el silencio, sino que se trata de una decisión personal de la familia

Su llamada de auxilio tenía la intención de dar con su paradero. Y la información, remitida al canal de televisión local Guanía en vivo, de Colombia, tuvo su efecto. Un día después del mensaje, un reportero de la cadena informó de que los dos jóvenes habían sido detenidos en Venezuela, narrando de forma pormenorizada cuáles habían sido sus últimos pasos. 

Tras llegar a Caracas el 17 de agosto, alquilaron un Mitsubishi Lancet en la capital, recorrieron los cerca de mil kilómetros -muchos de ellos por la selva amazónica- que la separan de la frontera con Colombia, dejaron el coche en Venezuela y cruzaron de país en una embarcación por el río Orinoco para llegar a Inírida, en territorio colombiano. 

Allí, visitaron los Cerros de Mavicure, una de las zonas más turísticas de la región. Y para ello nunca contrataron un guía, pues normalmente José Mari y Andrés viajaban por su cuenta.

El 2 de septiembre debían cruzar de nuevo el Orinoco para llegar a la localidad de Morganito, una población indígena de Venezuela en la que habían aparcado días antes el vehículo alquilado. Sin embargo, el coche nunca se movió. 

Los apresaron en las inmediaciones de la base militar General Jefe José Antonio Paez, en territorio venezolano, con el argumento de que se mostraron “nerviosos” en sus declaraciones ante la Policía y de que en esa zona fronteriza poco frecuentada por extranjeros existe el tráfico de drogas

Cuatro días más tarde el ministro del Interior venezolano, el todopoderoso Diosdado Cabello, fue quien habló de compot y de estar "vinculados al Centro Nacional de Inteligencia" español. Anunció también que había otros tres ciudadanos estadounidenses y otro hombre de nacionalidad checa detenidos; y mostró un arsenal formado por 400 armas de fuego que las autoridades habían interceptado. 

En plena crisis diplomática con España, el propio Maduro salió después a defender que los jóvenes eran “terroristas” y que desde Madrid estaban colaborando en un golpe de Estado contra su gobierno.

Imagen difundida por las autoridades venezolanas con los dos jóvenes arrestados.

Imagen difundida por las autoridades venezolanas con los dos jóvenes arrestados.

El lugar equivocado

Para los conocidos de ambos chicos toda esta historia “suena a ciencia ficción”. “Eran dos chicos que estaban en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. Había una crisis diplomática de por medio y les va a tocar a ellos pagar el pato”, opina un amigo de la familia Basoa. 

El Gobierno y el CNI también niegan implicación alguna de los dos bilbaínos con los servicios de inteligencia españoles. Y aunque José Manuel Albares y los servicios diplomáticos de nuestro país tratan de lograr algún avance, por el momento también callan ante la falta de resultados.

En la margen derecha del río Nervión mantienen el silencio “por prudencia”. En la otra Bilbao, los padres de Andrés hablan con miedo, por si sus palabras pudieran empeorar las cosas.

"Esperamos poder ponernos en contacto con usted pronto, en cuanto tengamos noticias”, dicen al periodista con cierta congoja. Ellos, más que nadie, desean romper ese pacto de silencio que se mantiene prácticamente intacto desde que hace una semana su hijo apareció en los telediarios fichado como un peligroso criminal.